CIUDAD DEL VATICANO. Benedicto XVI fue el papa del humo gris que, en aquella tarde de abril de 2005, emanó de la chimenea colocada en el tejado de la Capilla Sixtina y que sumió en la incertidumbre a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro que no lograban averiguar si era blanco o negro, si el cónclave había elegido papa, o no.

Las campanas de la basílica anunciaron finalmente la resolución del primer cónclave del tercer milenio, en 2005, y acompañaron a Benedicto XVI que, asomado al balcón central del templo, saludaba exultante y con los brazos en alto a fieles y peregrinos.

No tardó en mostrar el papa su personalidad minuciosa que caracterizó su gestión durante su pontificado, en el que recordó que el "infierno existe" y en el que facilitó la celebración litúrgica según el rito tridentino, en latín.

Ejerció como pontífice sin el carácter mediático que destilaba su predecesor, aunque su indiscutible altura intelectual le llevó a protagonizar ya históricos debates y discursos como el pronunciado en la Universidad de Ratisbona, en 2006.

Sin embargo, Benedicto XVI, humanista de gustos refinados, tuvo que enfrentarse a escabrosos terremotos que estallaron en el seno de la Iglesia, como los abusos sexuales de religiosos a menores o el robo y la difusión de documentos privados de los apartamentos pontificios, que señalaban conflictos intestinos en la Santa Sede.

Estas cartas privadas fueron publicadas por el periodista italiano Gianluigi Nuzzi y suministradas por uno de los hombres más cercanos a Benedicto XVI, su mayordomo, Paolo Gabriele, pronto conocido como "el Cuervo" de la Santa Sede.

Su revelación provocó un escándalo de dimensiones bíblicas que ha pasado a la historia con el nombre de "Vatileaks" y que el propio Nuzzi explicó en su libro "Sua Santità" (2012).

En unas declaraciones a Efe, Nuzzi afirmó que el libro contribuyó a acelerar un proceso de cambio que, sin embargo, encontró demasiadas resistencias escondidas en la Curia y que, a su juicio, "el papa estaba solo y no siempre bien informado".

"Los documentos publicados no solo desvelan escándalos sino que evidencian la fragilidad del papado de Benedicto XVI", subrayó el periodista.

Además, Nuzzi afirmó a Efe que la revelación de los documentos hizo que todos los integrantes de la Iglesia se preguntaran "por qué se daban esas situaciones y por qué el papa no actuaba".

El propio Tarcisio Bertone, quien fuera secretario de Estado durante su papado, lamentó recientemente no haber sido capaz de frenar los ataques "despiadados" contra Benedicto XVI, quien atravesó una "época de sufrimiento".

"Una cosa que me desagrada mucho es no haber sido capaz de frenar las críticas despiadadas y, a mi parecer, infundadas contra el papa y contra sus colaboradores", confesó Bertone.

Además, manifestó su deseo de que "Vatileaks" sea ya un "episodio cerrado" de la historia de la Iglesia.

Ratzinger también tuvo que abordar el estallido de los escándalos de abusos sexuales a menores por parte de miembros del clero, un hecho que él ya conocía e investigó cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como el caso de los Legionarios de Cristo.

Tal es así que en 2006, exigió al fundador de esta congregación, Marcial Maciel, que renunciara "a todo ministerio público" por ser investigado por abusos sexuales a seminaristas y en 2010 ordenó que la congregación fuera intervenida.

También, el 19 de noviembre de 2010, el papa convocó en Roma a todos los miembros del Colegio Cardenalicio para tratar los casos de pederastia en una "cumbre" sin precedentes en la historia de la Iglesia.

En el ámbito económico, también adoptó medidas contra el lavado de dinero en el Instituto para Obras de Religión (IOR), conocido como banco vaticano, salpicado también por el caso Vatileaks.

Pero como aseguró Nuzzi, Benedicto XVI estaba solo, cansado y muy lúcido.

Una nebulosa mañana de febrero del 2013, Ratzinger, en la Sala Clementina del Vaticano y ante los cardenales que asistían al anuncio de nuevas canonizaciones, anunció en latín que "por el bien de la Iglesia" y dada su "avanzada edad", renunciaba a continuar su ministerio petrino.

Un seísmo, su renuncia, que desveló la verdadera naturaleza de un papa consciente de la importancia de un buen Gobierno en una Iglesia enferma.