Cuando se habla de condiciones adecuadas para los niños muchos podrían pensar en cuestiones materiales (comida, ropa, juguetes), pero no son las más importantes.
Lo importante es que haya una interacción familiar que estimule el desarrollo, y eso no es solo proporcionar afecto, también incluye la práctica de la frustración óptima, es fomentar la resiliencia. En estos tiempos tan duros es necesario educar a los jóvenes de manera que estén preparados para afrontar frustraciones y dificultades.
¿Está criticando una forma de educar blanda o protectora?
Los datos indican que ha habido una cierta sobreprotección, pero que no es responsabilidad de los padres, sino del contexto social, de haber vivido en una supuesta época de bienestar. Eso ha generado una cierta permisividad y excesiva laxitud. Lo que quiero decir es que en el proceso de crianza es necesario el afecto, pero también la exigencia, la práctica de la frustración y facilitar la autonomía. Hay una serie de conceptos que hay que transmitir a la población de padres y madres, porque estamos hablando del concepto de prevención primaria.
¿Tan importante es la crianza saludable?
Fomentar una crianza que facilite un desarrollo psicológico saludable lo veo como una cuestión de salud pública.
¿Hay factores que lo dificultan?
Las bajas tasas de natalidad de Euskadi indican que vivimos una circunstancia histórica compleja para tener hijos. Las familias tienen pocos hijos porque suponen una inversión económica fuerte, requieren dedicación de tiempo, es un mundo muy competitivo, los niños y niñas tienen que estar muy bien formados... son factores complejos.
¿El objetivo es criar personas felices o muy capacitadas?
En el contexto histórico que vivimos, posideológico, laico, en el que muchos de los referentes tradicionales se han diluido ¿qué nos queda? Nos queda educar personas capaces de convivir en paz, personas que puedan ser felices y respeten a los demás. En definitiva, en este mundo postmoderno nos quedan los derechos humanos y su reconocimiento, que no es poco.