Bilbao. Itxaso Ariza ha llegado de Filipinas con la mochila cargada, pero no de souvenirs. Sorprendida por el tifón Haiyan, los recuerdos de las vacaciones, esta vez, son muy amargos. "Soy consciente de la suerte que tuve por sobrevivir, pero siento culpabilidad por la gente que dejé atrás", confiesa esta treintañera, ya a salvo, desde el domicilio de sus padres, en Bilbao. Con los sentimientos a flor de piel, esta ingeniero que vive en Inglaterra relata la tragedia de primera mano con un único fin, el de animar a la sociedad a colaborar con los afectados. Su testimonio no necesita añadidos. Sus lágrimas, incontenibles al ver en la tele las imágenes de los fallecidos, hablan por sí solas.

Jueves, 7 > provisiones y calma

"La gente compraba linternas y velas, pero no había pánico"

En la cámara de fotos de Itxaso hay instantáneas de Filipinas, media docena de retratos de ella y su novio Marc sonriendo y luego el desastre. Un álbum convertido en periódico, que se empezó a escribir el pasado jueves en la ahora devastada ciudad de Tacloban. "En las noticias decían que el tifón iba a ser muy fuerte, pero la gente local estaba muy tranquila. Ellos tienen como 13 o 14 tifones al año y dices: Pues no será tan grande. Aun así, tomamos precauciones y compramos agua, comida y pilas. La gente compraba linternas y velas, pero no había pánico. Las tiendas estaban abiertas y nuestro hotel estuvo dando cenas hasta las doce de la noche. No te podías imaginar lo que venía encima".

Viernes, 8 > El tifón arrasa

"Salimos del hotel y vimos docenas de cuerpos en el mar"

Itxaso y su novio apenas pudieron conciliar el sueño. "A las cuatro y media el viento nos despertó. Para las cinco y cuarto ya estábamos vestidos, con todo guardado en el baño, que es donde creíamos que podríamos estar mejor protegidos. Nuestra habitación daba al mar y no tenía contraventanas. Pensamos que los cristales saltarían con vientos de 300 kilómetros por hora. Habíamos metido en una minimochila medicamentos, comida, agua y dinero por si teníamos que salir corriendo. A las siete veíamos volando por la ventana tejas, trozos de vigas, palmeras... A eso de las once salimos al pasillo y había un grupo de moteros filipinos que estaban haciendo cadenas de personas y de sábanas para sacar a la gente de los bungalós y las casas de alrededor. Fueron unos héroes. El hotel estaba destrozado, no había ventanas, los sofás habían sido arrastrados cien metros... Todavía no nos dábamos cuenta de cómo era la desgracia. Tuvimos mucha suerte porque nuestro hotel era el único edificio de la ciudad que estaba en un alto. A 50 metros del hotel todo quedó completamente inundado".

Dispuesta a colaborar, la pareja se ofreció a unos representantes de la Cruz Roja, que les remitieron al ayuntamiento. "Salimos del hotel y empezamos a ver cuerpos en el mar. Había docenas y, a medida que ibas a la ciudad, había muchísimos más. Se habían caído postes de electricidad de cemento armado de medio metro de diámetro sobre la carretera. En ese momento saltas árboles, coches y esquivas lo que sea, ves un cuerpo y lo ignoras. La adrenalina te lleva adelante. Prevalece el espíritu de supervivencia y de intentar ayudar para mejorar la situación. Había zonas en las que el agua te llegaba hasta la cintura y no sabías lo que había debajo. Mucha gente sufrió heridas con metal oxidado. Nosotros, gracias a Dios, no".

Una vez en el ayuntamiento, les invadió la desesperación. "Estaba anegado y lleno de escombros. Solo había una concejal de 80 años. Todo el mundo que debería haber ayudado había perdido a alguien o estaba intentando encontrar a su familia. Otros muchos fallecieron. Volvimos al hotel. Cada vez iba más gente a refugiarse allí y todo el mundo te contaba su historia de cómo había sobrevivido, la gente que había perdido, la gente que no había podido salvar, los hijos que se les habían escapado de los brazos... Después de oír todas esas historias horribles, nos dimos cuenta de la suerte que habíamos tenido. Con una catástrofe así, todo el mundo decía que vendría la Armada seguro. Nos fuimos a la cama pensando que algo pasaría al día siguiente y al día siguiente no pasó nada".

Sábado, 9 > En medio del caos

"Muchos andaban como zombis intentando buscar a su familia"

Con el paso de las horas, aumentaba el caos. "El sábado la situación se volvió más desesperada. Oímos tiros por la noche. La gente estaba robando lo que podía y algunos empezaban a dar miedo por su agresividad. Muchos andaban por la ciudad como zombis, intentando buscar a su familia. Había gente sentada en el suelo, agotada, llorando. Nosotros bebíamos poco y racionábamos las galletas, el pan y la fruta que teníamos. Uno de los moteros fue al aeropuerto y nos dijo que los aviones llegaban llenos y se iban vacíos. Decidimos ir porque la seguridad empeoraba por momentos. Había cuerpos por todas partes, el agua estaba contaminada y una chica bióloga nos dijo que el cólera se iba a empezar a desarrollar. Un americano que había estado en Haití y en el Katrina nos advirtió que a partir del tercer día la gente se vuelve loca, que es sálvese quien pueda. Eso nos empujó. A la noche un periodista de la CNN me dejó llamar a casa porque nos había visto ayudar a todo el mundo y nos dijo que nos lo merecíamos. Mi madre, por supuesto, estaba llorando".

Domingo, 10 > Hacia el aeropuerto

"Cruzamos la ciudad de noche, entre tiros, muertos de miedo"

A las cuatro de la mañana, sin dormir, Itxaso y su novio partieron rumbo al aeropuerto junto con unas 60 personas. "Atravesamos la ciudad de noche, entre disparos, muertos de miedo. Un kilómetro cargábamos con un niño, otro con la ropa de una persona mayor... No quiero entrar en las imágenes más sangrientas, pero solo en el tramo de carretera que hicimos de día vi más de cien cadáveres apilados, más de la mitad niños. Olía fatal porque los cuerpos se estaban hinchando con el agua. Había gente llorando al lado de los cadáveres, gente que nos increpó por el camino diciéndonos No choice, yo no tengo opción. Al aeropuerto llegó el presidente en su avión privado con asesores, en vez de con bolsas de comida. Fue una de las ironías más grandes que vivimos. Cuando llegaban los aviones era sálvese quien pueda. Tuvimos suerte porque fuimos de los primeros que llegamos. Si no hubiéramos salido aquel día, probablemente ahora todavía estaríamos allí".

Lunes, 11 > Llegada a Bilbao

"Al final no van a morir por el tifón, sino por enfermedades"

Tras costosas gestiones y un periplo por varios aeropuertos, la pareja aterrizó en Bilbao el lunes, aunque la mente de Itxaso sigue atrapada en Filipinas. Su único objetivo ahora es concienciar a la sociedad para que ayude a los damnificados. "Cuando nos fuimos ya estaban con diarreas. No hay comida, están bebiendo agua contaminada. Al final se van a morir no por el tifón, sino por las enfermedades. Es absolutamente horrible. El médico me ha dicho que probablemente necesite algo para dormir porque las imágenes vuelven a mi cabeza, la culpabilidad de estar con vida... Pero mi historia es una tontería. Lo importante es que llegue ayuda".