Esclavos baratos. No hace falta afiliarlos a la Seguridad Social ni hacerles contrato". Este fue uno de los muchos comentarios jocosos que se pudieron oír ayer en las calles de Artziniega, de la mano del ingenio de sus vecinos que, por decimosexto año consecutivo, volvieron a salir en masa a la calle -ataviados de época- con motivo de la celebración de un día de mercado en pleno siglo XV.
Y es que ni esta cita con el medievo se libró de la maldita crisis, aunque para hacer reír a los cientos de visitantes haciendo chanzas a costa de "lo poco que pesan las bolsas", apuntó un pilluelo que intentaba aumentar la suya a costa de la ajena, aprovechando el revuelo que organizó entre el gentío la invasión de la calzada por una imponente comitiva a caballo que poco o nada quería saber de los males del populacho. En las inmediaciones del Lavadero de la teja, en el que afanosas mozas hacían la colada, el Arca de Ginés entretuvo a los visitantes con su ya tradicional exposición de animales de granja, entre los que destacó un hermoso ejemplar porcino, mientras en el redil de infantes los txikis disfrutaron de los juegos y talleres de una guardería muy medieval que dio la oportunidad a los aitas y amas de visitar este XVI mercado de antaño con la tranquilidad que da tener a los peques a buen recaudo, aprendiendo el oficio de alfareros.
Otro escenario que atrajo miradas fue el cercano campamento de guerreras que, a lo largo de toda la jornada, invitó tanto a nobles como a plebeyos a jugar a la Edad Media, armados de arcos y flechas, así como espadas y escudos. En las inmediaciones de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, nos encontramos con el maestro Alaña que volvió a sorprender a propios y extraños con su magna experiencia en la talla y decoración de cuernos, cuyo atronador sonido pudo escucharse por todos los rincones.
Con todo, lo más llamativo llegó de la mano de los artesanos del museo etnográfico que salieron a la calle con diversos puestos con los que mostraron el extraordinario legado de tiempos pasados. "Este año hemos traído maquinaria de trilla, medidas y pesos, y estamos elaborando pan y rosquillas en horno de leña, pero el principal atractivo esta siendo el trono", explicó Mateo Lafragua, miembro de la asociación etnográfica Artea (gestora del museo), en referencia al retrete medieval que plantaron en plena calle para diversión del público asistente. Y es que "de aquí viene el dicho de ir al trono", subrayó Lafragua.
Retratos para la posteridad En Goiko Plaza esperaba otra sorpresa. Se trataba de los artistas de la localidad que ofrecían inmortalizar a cualquiera, dispuesto a aligerar su bolsa, pintando su rostro al fresco en el mural que quedará para la posteridad en la entrada del ayuntamiento viejo. Tal como ya hicieron en pasadas ediciones en la cúpula del pórtico de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, afrontaron la obra como antaño, utilizando productos tales como la arena, la cal o pigmentos naturales que mezclaban en enormes paletas.
En esta ya tradicional cita con el siglo XV (200 años después de que Alfonso X el Sabio fundase el lugar) tampoco faltaron citas clásicas como el despiece del cerdo y el desfile de tocados medievales a cargo de dulces mancebas, ni la música. De hecho, los tambores de Builaka hicieron retumbar los adoquines, los cantos medievales del coro Bleibet invadieron de tranquilidad el convento de Las Agustinas, y los bailes del grupo Ikusgarri y la banda de Ginés animaron las calles.
Por lo que respecta al casco histórico, todas las señales que identificaban el progreso amanecieron cubiertas, incluso el asfalto con paja, mientras las calles, plazas y casas se hallaban engalanadas con pendones y escudos. Todas ellas fueron invadidas por un ejército de juglares, trovadores, tullidos, vasallos y nobles mercaderes, junto a parias, magos, rapsodas, artesanos, saltimbanquis, peregrinos, malabaristas, doncellas a caballo, aguadores, buhoneros, zancudos, barberos-sacamuelas, titiriteros, leprosos, pícaros, halconeros, afiladores, magos y un sinfín de personajes de la más vil ralea.
No en vano, la feria contó con varios teatros de calle, a cargo del grupo La casa de los monos, que dejó boquiabiertos a los presentes con su actuación de malabares y acrobacias; en torno a mil vecinos ataviados de época y un centenar de puestos de productos artesanos. Rosquillas de las Madres Agustinas, chocolate navarro, quesos, chorizos, morcillas, jarrones en madera de olivo, bolsos de cuero, joyas en plata, tocados en lino, flores de madera, perfumes y jabones naturales, plantas aromáticas y curativas para todo tipo de males, así como mermeladas realizadas a base de perejil, ortigas, calabacín e incluso cebolla atrajeron la mirada de los cientos de personas que se acercaron a realizar un auténtico viaje en el tiempo, que también contó con exhibiciones de elaboración de txakoli en directo.
Para facilitar la estancia a los visitantes, cuatro restaurantes del municipio prepararon menús medievales para la ocasión y se habilitaron dos puntos cercanos al mercado donde poder aparcar los vehículos. La cita tuvo su broche de oro con una novedosa carrera popular con gente ataviada con los ropajes de la época.