angrois. No quieren ser ni héroes ni ángeles. Los vecinos de Angrois tratan de ser amables y educados con los medios de comunicación, pero muchos de ellos admiten que ni ven la televisión ni escuchan la radio ni leen los periódicos "para no herirnos". El desfile de micrófonos y cámaras les ata inevitablemente cada día a la tragedia. "Y ahora que se cumple un mes, otra vez los micrófonos y cámaras. Pero ¿qué coño quieren que les digamos ya? ¿una mentira?", se queja otro. "Nos vendieron una Harley y resultó ser una Vespino", dicen con retintín.
Los ojos enrojecidos y las ojeras les delatan. La propia asociación de vecinos se niega a hablar con este periódico. "Desde el día 26 no concedemos entrevistas. Ya hemos dicho todo cuanto debíamos decir. No creo que a estas alturas el testimonio de vecinos de Angrois aporte nada nuevo. Necesitamos descanso y respeto", dicen.
"Durante días no hemos podido salir ni a la puerta, estábamos rodeados por todas partes y nos enfocaban las cámaras sin cesar. Los niños han estado alteradísimos, incluso algunos han cogido fiebre. La gente viene en masa a la aldea y acuden cientos de peregrinos después de alcanzar la catedral de Santiago con el único fin de contemplar el lugar del accidente", se resigna Pili Mosquera. Los vecinos están heridos y han publicado una carta en los periódicos pidiendo alivio. "Nos conceden la medalla de oro de Santiago. Nos dan homenajes aquí y allá. Nos llaman para un reconocimiento en un sitio y en otro. Se recogen firmas para nominarnos al príncipe de Asturias. Vienen los reyes, los príncipes. Gracias, pero no queremos nada. Nosotros solo queremos que nos dejen llorar".
Ellos, que han sufrido silenciosos un asedio continuo, no pueden más. Están hartos. "Todos los días hemos estado invadidos, canales de televisión de todas partes del mundo, periodistas que llamaban a casa sin cesar... Desde aquel miércoles hay un goteo continuo de prensa, de curiosos, de policía... Cuando salgo por agua a la fuente tengo que enseñar el DNI a un agente que casi está apostado delante de la puerta de mi casa. Y para regresar tengo que dar un rodeo para evitar un cordón policial", se queja Jesús Varela, cuya terraza es primera línea a la tragedia. Sabe que la herida se cerrará pero la cicatriz quedará siempre.