angrois
Las piernas ya no nos llevan hasta allí abajo", dice Pili Mosquera desde la buhardilla de su casa, la misma desde la que vio cómo una curva a doscientos metros arrancaba 79 vidas. José Manuel Noya, su marido, saltó a las vías como desde un trampolín y lo primero que se encontró fue a una niña de unos cinco años. La misma edad que su hijo. La sacó, viva, del vagón. A partir de ahí lo único que extrajo fueron cadáveres. Antes del 24 de julio, Angrois era una de tantas aldeas de Galicia, en las que la vida transcurre silenciosa porque nunca pasa nada. Porque nada hacía presagiar a este barrio de 200 habitantes, que se convertiría en la zona cero del dolor. Nada que un descarrilamiento -que casi se dejó oír en la catedral de Santiago a tres kilómetros-, trajese tanta muerte y desolación.
El relato de Pili coincide punto por punto con el de José Blanco. "Estaba en el portal cuando escuché un ruido y después un temblor. Empecé a correr y tuve que esperar unos segundos porque no se podía ver nada por el humo y el polvo", desgrana este gallego de 48 años. "Cuando se despejó un poco la nube, salí disparado, entré en un vagón y vi muchos cadáveres. Recuerdo una chica, de unos veintitantos años, gritando Por favor, sácame de aquí pero no podía porque había que mover todos los asientos. Llegó más gente y empezamos a moverlos y a retirar a los heridos. Algunos ya salían muertos", cuenta con crudeza.
pILI MOSQUERA (VIVE A 200 METROS)
"Era terrible, pero lo hicimos porque estábamos allí"
Los vecinos de Angrois fueron los primeros en atender a las víctimas cuando el Alvia que cubría la ruta entre Madrid y Ferrol chocó contra un muro de hormigón tras volar por la curva de A Grandeira a 179 kilómetros por hora. Sin creer tanto horror, fueron a sus casas para llevar agua, mantas, sábanas, linternas... Regresaron para ayudar a los heridos. Dieron la mano al que la necesitó y no se separaron de ellos hasta que las ambulancias se los llevaron, a veces por el monte, la única vía de escape.
Se niegan en redondo a colgarse la etiqueta de héroes. "¡Qué héroes ni que héroes, aquí héroe no hay ninguno, hay corazones! O que pasou, xa pasou (lo que pasó ya pasó). Era terrible pero lo hicimos porque estábamos allí y lo hicimos porque tal vez otro día el que lo necesitas eres tú", dice Pili, una de las pocas con fuerza y entereza para dar al play.
Allí todo el mundo ayudaba. Laura y Olaia de solo 20 y 17 años también bajaron. "Era terrible, cuerpos decapitados, sangre por todas partes pero una vez que estás allí ya no te marchas. Estás tan concentrado en ayudar que no oíamos ni gritar a los encerrados en los vagones. Y eso que los oían gritar desde las casas". Laura y Olaia no pensaban, actuaban. Ellas tuvieron suerte, les tocó gente que aún respiraba.
No le pasó lo mismo a Jesús Varela, casi uno de los primeros en acercarse porque su casa, solo separada de las vías por un barranco, está a 26 metros. "Me acerqué a la plaza del baile y cuando la nube se disipó, vi el primer cadáver, a solo dos metros había otros dos más... Los había escupido el vagón que había impactado contra la plaza y estaban completamente desfigurados", describe este hombre, que detalla todas las cadenas que le han entrevistado desde Estados Unidos a Chile, pasando por un gran número de canales europeos. "Desde mi terraza ha grabado A3, Telecinco... Se ve perfectamente la boca del túnel y luego la curva mortal", afirma.
JESÚS vARELA (VIVE A 26 METROS)
"Rompí la alambrada, había que socorrerles como fuera"
A sus casi 70 años y operado de una angina de pecho en marzo, sus hijos no le dejaron acercarse más al tren siniestrado y, empeñado en arrimar el hombro, se dedicó a romper la alambrada de la valla que rodeaba el trazado. "Había que socorrer a los heridos como fuera. Estaban atrapados, había que sacarles de allí a través de la alambrada e hicimos lo que pudimos". Es entonces cuando Varela critica sin reparos la coordinación de los servicios de emergencia. "Los propios vecinos tuvimos que organizar el paso de vehículos porque los bomberos atascaron todos los accesos. La primera ambulancia tardó veinte minutos en llegar y eso que estamos a 3.000 metros de la plaza del Obradoiro. ¿Qué quiere que le diga? Los que lo vivimos y los que estuvimos allí, vimos que aquello fue un caos. Siento decirlo, pero es la verdad", confiesa.
Porque el heroísmo, mal que les pese, no entiende de edades. Chicos de quince años, señoras de sesenta... todos se echaron a las vías. Como Carmen Rico, de 64 años, que activó el botón supervivencia. "Estaba dando de comer a los perros cuando sentí un golpe enorme. Vine corriendo y ya vi el tren allí y cinco personas muertas en el campo del baile. Fuimos a por toallas y tablas para llevar a los heridos y luego vino la policía", relata.
Igualito que lo recuerda Pili. "Estábamos en el balcón de la buhardilla cuando oímos aquel ruido tan enorme. Ya ha habido un atentado en O Soutiño (la zona de baile) -pensamos- porque por esta zona hay mucho independentista, -matiza-. Mi marido (el alto de nicky verde que se ve en la tele) y mi suegro bajaron y mandaron gente a buscar agua, mantas, tablas, alargadores para la luz, cuerdas... (porque mi suegro tiene una empresa de construcción) Él subió blanco. Esto es una masacre, fue lo que dijo y volvió a bajar sin aliento".
Todos tienen su versión de la hecatombe aunque no todos quieran recordarla. "Oímos el estruendo y vimos cómo se iban cayendo los postes eléctricos de la vía y cómo empezó a salir una cantidad de humo enorme. Fuimos a ver qué pasaba y ya nos encontramos con un vagón de tren en la plaza del baile, varios muertos alrededor y muchas personas pidiendo auxilio".
O Soutiño, una visión para siempre en negro. "Vamos donde antes hacíamos el baile y ves ramos de flores, velas, recordatorios... Es demasiado. En Angrois ya solo nos queda cogernos del brazo y poco a poco andar juntos hacia delante".
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