Vitoria. Vivan los burros. Si quieren, se mueven. Si no, ahí les den a los jinetes. Nada más sonar el toque de inicio de la tradicional carrera de asnos en el Día de Santiago, la mitad hizo huelga de patas caídas. Y claro, con la polémica que acompañaba este año al acto, que si supone maltrato animal o qué, raro fue el blusa que se atrevió a propinar a su pollino un cachetazo en las posaderas. Los últimos en completar las cuatro vueltas llegaron pasados 35 minutos. Para entonces hacía siglos que el vivaracho Felipe López de Eguílaz, de Batasuna, festejaba su triunfo. El más veterano de los participantes sudó para ganar, a ratos montado, a ratos tirando de las riendas, demostrando que la victoria exige técnica, fortaleza y mucha compenetración. Hace tiempo que forma tandem con su compañera, "cinco veces ha ganado ya la burrica". Y juntos han vivido una historia de superación que ni Platero y yo. "Sufrió un esguince y la tuve dos años sin correr, pero luego se recuperó y vi que para hoy podía estar a punto. Y así ha sido", explicaba, pletórico, el súper campeón.

Cada año los burros son bautizados en función de la actualidad política. En esta ocasión, las doce cuadrillas participantes dejaron a los representantes municipales en paz y distribuyeron dos nombres entre todos los pollinos: Lucía Etxebarria, la escritora vasca convertida en concursante de reality-show, y Kepa Tamames, el portavoz del colectivo Atea. Ambos habían solicitado con ahínco la prohibición de la carrera así que, a modo de venganza, la una o el otro estarían condenados a pasar a la historia del ránking de ganadores de esta celebración. Y el desafortunado fue... "Tamanes, así se llama la burrica", aclaraba Felipe, divertido por la ironía que se gastan los blusas y neskas cuando alguien les toca el hocico. Claro que no todo fueron bromas. Un rato antes de que empezara el acto, hubo algo de movida a cuenta precisamente de la presencia del ecologista en la Virgen Blanca.

Tamanes, el hombre que no la pollina, se concentró junto a cincuenta personas para mostrar su repulsa por el festejo. "Va a celebrarse este ridículo acto. Resulta indigno para la imagen de la ciudad. Va en contra de los tiempos. Hemos pasado de una ciudad de curas y militares a una ciudad de blusas y neskas", proclamaba ante la prensa, a la llegada de los burros a la plaza. El portavoz de Atea llegó a introducirse en las zonas acotadas, por lo que las cuadrillas llamaron a la Policía Local para desalojarlo. "No vamos a entrar en la provocación", pedía el presidente de la comisión, Aitor San Pedro. Pero su deseo no fue del todo cumplido. Hubo blusas que se calentaron tanto al ver cómo el ecologista se colaba una vez más durante el acto para grabarlo que acabaron dedicándole más de un piropo. En plan elegante, claro, tipo "hijo de puta". Además, un mozo de al menos dos metros se colocó delante de los proteccionistas para tapar las pancartas reivindicativas ante los fotógrafos y cámaras de televisión.

¿Y el público? La mayoría ni se enteró de los encontronazos. Los más de 9.000 congregados, a ojo de buen cubero, se volcaron en el acto. "Nos hemos sentido apoyados por la gente. Está claro que los animalistas éstos están fuera de sitio", aplaudió San Pedro. Cierto es que se había pedido a los blusas que no hicieran demasiado el cafre, y esta vez se vieron menos zarandeos, aunque los participantes siguieron insistiendo en que "a los burros siempre se les ha tratado de maravilla". El ganadero que desde hace 38 años proporciona los asnos daba fe, convencido de que esta es una tradición que "no se puede" acabar. "Se les trata mejor que a las personas en muchas casas. Se les trata de cine. Viven a pan y mantel", insistía Gabriel Urruela. Estresados desde luego que no parecían los animales. Minutos antes de empezar la competición, un pollino intentó saltarse la norma no escrita de evitar el sexo antes de una pugna deportiva. El público jaleó con entusiasmo el momentazo National Geographic, pero el jinete no le dejó consumar. Había que formar fila.

Tradicionalmente la carrera arranca a las 10.30 horas, pero esta vez lo hizo a las 10.20. Tras el acto, el presidente de la comisión aseguraba que se había adelantado "porque ya estaban todos los burros colocados", pero en los corrillos se oyó que había sido un intento de evitar un posible boicot. El piloto de Batasuna salió escopeteado, mientras otros se desesperaban con sus asnos quietos como estatuas de sal. Martinikos, Galtzagorri, Karraxi... Corría el segundero y nada. Al final, poco a poco, todos empezaron a moverse. El último en dejar atrás la salida fue el blusa Nino, de Belakiak, tan cariñoso con su Lucía Etxebarria que seguramente la pollina no sabía ni que tenía que moverse. "Pero dale un poco, hombre, dale", le jaleaban los asistentes, a carcajada limpia, que es lo que suele brotar ante esta folclórica estampa en pleno centro de Vitoria.

El primero en terminar la primera vuelta fue el blusa de Batasuna, y para entonces ya estaba claro que sería el ganador. Completó la cuarta y última en unos minutos, por delante de los jinetes de Zintzarri y Los Alegríos, mientras todavía quedaban cuadrillas sin haber rodeado la plaza ni siquiera una vez. Ay, cuánto debe aprender la chavalería. ¿Un consejo para ellos, Felipe? "A los jóvenes les diría que el secreto para ganar está en portarse bien e irse a la cama pronto el día anterior. Hay que estar relajado". Claro que él tiene a una pentacampeona de camarada, cosa que no pueden decir los demás. "El truco está en los dos, que yo llevo participando 17 años, pero bueno... Sí, sobre todo en ella", reconocía. Por eso, compartió entusiasmado su protagonismo con Tamames -la burrica- ante las cámaras. Incluso se subió a la grupa, como si de un podio se tratara. No le vieron los proteccionistas, no, aunque seguramente poco le habría importado si se hubiera dado el caso. Él tiene claro que "no se les hace ningún mal".

¿Larga vida a la carrera de burros? "Pues, por ahora, se puede decir que sí", apostilló San Pedro, sudado como un pollo al término de la celebración. Los blusas se portaron lo suficientemente bien como para que el Ayuntamiento gasteiztarra continúe considerando que la celebración no incumple la ordenanza municipal de animales. Pasadas las 10.45 horas, los asnos regresaban al camión sin contratiempos y las cuadrillas tomaban rumbo al Casco Viejo. Era la hora de tomar un cacharro, o unos cuantos, para combatir la ola de fuego y afrontar con rebuznos de alegría el resto de la jornada.

A las 17.00 horas, los motores estaban más que calientes para iniciar el paseíllo. Biznietos de Celedón rompió el hielo. Fue el grupo de las pompas de jabón y de los rezagados, por culpa del frescor del bar. La festiva procesión continuó con Belakiak, decenas de mozos y mozas cargados con metralletas de agua, mucha gafa de imitación y alegría para saltar al ritmo de su himno. En tercer lugar desfiló Batasuna, una cuadrilla que siempre se hace notar. Apareció con una especie de vehículo-torre motorizado al frente de la comitiva, con tres asientos en la parte baja, congelador para bebida y hielos y cajón para guardar los sombreros de paja. Felipe, el campeón de la carrera de burros, puso de nuevo la nota animalística al desfilar con dos pequeños caballos que hicieron las delicias del público. Algunos compañeros dieron la nota al lucir las tiras de DNA que habían acotado por la mañana la plaza de la Virgen Blanca a modo de banda de míster. ¿Lo más cerca que estarán nunca de sentirse los más bellos del reino?

Para entonces la música de las charangas corría y se mezclaba ya por todo Dato. Y, pese a la terrible calorina, cientos de personas a uno y otro lado acompañaban con palmadas y discretos movimientos a los blusas y las neskas en su paseíllo. Los protagonistas del desfile botaron, cantaron -o, más bien, entonaron ese "lorolololorololo" que tan bien le va a las fiestas-, bebieron, rieron... No obstante, también hubo momento para la reflexión. Una de las cuadrillas desplegó una bandera de Galicia con un lazo negro, en solidaridad con las víctimas y familiares del terrible accidente en Santiago de Compostela, el más grave en cuarenta años en la historia de España. Los mozos pidieron silencio y, durante unos segundos, lograron que los asistentes más próximos a ellos lo guardaran. Después, la calle rompió a aplaudir. Y regresó el sonido de los txistus, las trompetas y los tambores. La alegría. Un ensayo perfecto antes de las fiestas.