madrid. La organización DNDi (Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Olvidadas) ha sido distinguida con el premio Cooperación al Desarrollo por la Fundación BBVA. A pesar de contar con solo diez años de andadura, esta entidad ha dejado claro que un sueño como el que proyectaron desde Médicos Sin Frontera (MSF) y otros hombres y mujeres que querían asegurar el suministro de tratamientos adaptados y asequibles para los pacientes desatendidos, puede convertirse en realidad. "Gracias a logros como la terapia de combinación para el paludismo, más de 200 millones de dosis de este tratamiento han sido distribuidos entre niños, mujeres y hombres enfermos en África, salvando a miles de un enfermedad fatal y brindando esperanza a todos ellos. Y es que la miseria no constituye un mercado atractivo para la industria farmacéutica", explica a DNA visiblemente satisfecho el doctor Pécoul.
El especialista francés inició su carrera trabajando en América Latina en los años 80, tratando pacientes con paludismo o leishmaniasis. "Era desgarrador saber que debía tratarlos con medicamentos inadecuados", subraya.
Curar a los pobres parece poco rentable. ¿Por qué lo hacen desde DNDi? ¿Tal vez porque existan rentabilidades más valiosas que las económicas?
Así es. Entre los socios fundadores de la organización se encuentran Médicos Sin Fronteras, el Instituto Pasteur de París, así como grupos públicos de Kenia, India y Brasil y el Observador permanente (OMS/TD). Pensamos que hay rentabilidades más rentables que las económicas. Los socios de la entidad teníamos clara esta premisa. Es lo que en la jerga llaman la brecha 10/90; a las enfermedades que representan el 90% de la carga global de morbilidad se dedica solo el 10% de la investigación mundial. Para hacer frente a esta situación nació en 2003 la iniciativa Medicamentos para las Enfermedades Olvidadas (DNDi). Los nuevos fármacos en los que estamos inmersos podrían cambiar de modo drástico el tratamiento de algunas de la enfermedades olvidadas que generan cada año millones de muertes.
¿A qué patologías se refiere?
A la enfermedad de Chagas, la del sueño, la leishmaniasis visceral, la úlcera de Buruli o la filariasis linfática. Estas dolencias tropicales se dan ampliamente en los países en vías de desarrollo y afectan a la población más pobre e inaccesible a los sistemas de salud. Al no representar un mercado lucrativo para las empresas farmacéuticas, no se desarrollan nuevos tratamientos, vacunas o diagnóstico para ellos.
¿Es difícil atraer a socios privados en esta andadura?
Sí. Sobre todo a los grupos académicos, universidades europeas, y en especial a los de Estados Unidos. Tienen in mente que van a desarrollar algo nuevo de lo que obtendrán beneficios a futuro. Organizaciones como la nuestra debe centrar su estrategia en encontrar mercado, pero consciente de que su retorno no será inmediato. Entre los socios se encuentran varias instituciones como Médicos Sin Fronteras, el Centro de Investigación en Salud Internacional de Barcelona (Cresib), la Universidad Carlos III de Madrid y GSK Tres Cantos. Además, la organización ha recibido fondos de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
Reciben la ayuda de multinacionales farmacéuticas.
De un montón. Ahora tenemos apoyo de GSK, Sanofi, Novartis,Merck, de Johnson, Janssen... La mala fama que acarrean estas grandes compañías ha sido uno de los factores que han hecho que las multinacionales entren en este tipo de iniciativas. Nuestra estrategia consiste en implicar a instituciones públicas y privadas en la investigación, el desarrollo, la producción y la distribución de nuevos tratamientos. El modelo innovador de DNDi está logrando la participación de cada vez más actores públicos y privados, como resultado de una concienciación creciente respecto a este problema de salud pública urgente y olvidadas.
¿DNDi, dónde tienen sedes?
En Suiza, Brasil, Congo, Kenia, India, Malasia, EE.UU. y Japón y la organización coordina una red de colaboradores en contacto con las instituciones públicas y privadas implicadas en cada proyecto.
La enfermedad del sueño, la malaria.... son cercanas para millones de personas ¿Por qué se les denomina enfermedades olvidadas?
Porque no hay inversión en esas enfermedades. De 1975 a 1999 solo 16 de los 1.393 nuevos productos desarrollados por la industria farmacéutica estaban dirigidos a las enfermedades tropicales, más la malaria y la tuberculosis. En la última década ha habido avances pero el desequilibrio fatal continúa. Apenas el 3,8% de los productos entre 2000 y 2011, excepto vacunas, eran para enfermedades olvidadas.
¿Sobre cuántas enfermedades actúan desde su organización?
Tras diez años de actividad en la organización DNDi hemos desarrollado seis tratamientos; dos antimaláricos; una terapia combinada para enfermedad del sueño avanzada; una terapia combinada para leishmaniasis visceral en África; un conjunto de terapias combinadas para lesishaminasis visceral en Asia, y una formulación pediátrica de benznidazole para el mal de Chagas.
¿La producción de fármacos en países pobres entra en su objetivo?
Nuestra organización ha ayudado a crear tres plataformas de investigación clínica en África y Latinoamérica para la leishmaniasis en Kenia, Etiopía, Sudán y Uganda. Para la enfermedad del sueño (TAH) en la República del Congo y para el Chagas en Latinoamérica. Las redes regionales fuertes, como las de DNDi contribuyen a fortalecer la investigación y la implementación de los tratamientos en los países con enfermedades olvidadas endémicas.
Disponer del producto no es el fin del camino que se marcan.
No. Hace falta la última capa que es difícil pero importante. Son cuestiones políticas. Debemos contar con el apoyo de la OMS, de los Gobiernos, de los Ministerios de salud. Hace falta tener socios internacionales. No se trata solo de desarrollar tratamientos, sino de asegurar que los programas de tratamiento van a cambiar su política de salud. Por ejemplo, el nuevo tratamiento ya desarrollado por DNDi y sus socios para la enfermedad del sueño, NECT, es el primer producto nuevo en 25 años para la fase avanzada de esta dolencia. Es mucho más seguro que el fármaco que se usaba mayoritariamente hasta ahora, el melarsoprol, que contiene arsénico y es tan tóxico que mata al 5% de quienes lo reciben. El nuevo fármaco está ya disponible en los doce países africanos donde se concentran el 99% de los casos declarados de enfermedad del sueño.
¿El bucle de la pobreza-enfermedad existe, es una realidad?
La falta de salud es parte de la pobreza. Cuando visitas lugares con alta prevalencia de paludismo, enfermedad del sueño, Chagas... te das cuenta de que estas dolencias forman parte de los motores de la pobreza. Es difícil desarrollar un pueblo cuando hay una tasa muy alta de estas enfermedades; es muy difícil. Parte de las soluciones del desarrollo de estos países, no la única, es erradicar estas dolencias. El sector económico seguro que mejoraría. Lo cierto es que la miseria no es atractiva para el mercado de fármacos; no se puede usar el mismo mecanismo que para otro tipo de patologías, hay que encontrar otro tipo. El liderazgo público es esencial para involucrar también al sector privado en estrategias conjuntas para luchar contra estas dolencias olvidadas.
¿En qué trabaja en la actualidad su organización?
Cara al futuro, DNDi ensaya en Bolivia otro fármaco oral, el E1224, también para adultos con el Chagas. Si tiene éxito este fármaco podría constituir el tratamiento oral, fácil de administrar, barato y seguro que esperan los enfermos de esta patología. Hace una década no existía ninguna formulación pediátrica y hoy el tratamiento de DNDi para niños de hasta 2 años es oral, fácil de usar y no es caro. Está pensado para que pueda ser administrado en casa -el tratamiento dura dos meses- un importante dato a la hora de garantizar el éxito. A estos proyectos de futuro se une la investigación en fases tempranas de otra decena de nuevos compuestos químicos.
¿Sin salud, la preparación de los jóvenes tiene poca proyección?
Es un círculo vicioso. Yo pasé veinte años en MSF como médico en el terreno. Para mi, el paciente es lo fundamental, está al principio de toda la historia. Hay que empezar por la población. Por ejemplo, en la enfermedad del sueño cuando la gente venía a tratarse sabía que uno de cada veinte moría por los efectos secundarios de la terapia. Tras visitar recientemente el Congo he observado que la gente recibe un tratamiento que no conlleva tantos efectos adversos. Esto ha cambiado las expectativas, tanto para el paciente como para el enfermero. Ahora, la población no tiene tanto miedo a recibir el tratamiento. Y eso es un logro y se lo digo porque conozco lo complicado que resulta el acceso a los medicamentos en los países en desarrollo. El último paso de todo nuestro trabajo es ir hasta la población y es muy complicado. Que se cumplan todos los pasos me motiva tanto como ver que estamos avanzando por el buen camino.