Hace más de cincuenta años, los responsables de la Casa de Misericordia Pamplona, propietaria del coso y feria pamplonesa, pusieron en marcha un marketing de venta de las tradicionales corridas festivas de Pamplona con un objetivo claro: levantar la feria, vender el aforo y convertir a la ciudad del Arga en referencia de la temporada taurina con el señuelo de que en Iruña se iban a lidiar toros, toros y por eso se inventaron lo de feria del toro.
Y lo que parecía complicado comenzó a cuajar y los ganaderos elegían los toros de más trapío, con enormes arboladuras y estampa terrorífica para la plaza Navarra. Y los toreros y cuadrillas comenzaron a sentir que anunciarse en Pamplona era compromiso a la altura de los más valientes y las cosas fueron cuajando con el apoyo de las peñas que con su presencia daban colorido y personalidad a la Monumental y el éxito de la iniciativa se consagró.
Hoy, en medio de esta crisis-bicha que destroza puestos de trabajo, empresas e iniciativas otrora exitosas, se mantiene la venta en taquillas de los boletos de abonados que casi en un cien por cien agotan las localidad de la plaza de toros, esos sí con la colaboración de la Meca que lleva tres abonos con los precios congelados. Y Pamplona, junto a Bilbao y Madrid mantiene una seriedad veterinaria que para sí lo quisieran otros cosas que han esquilmado su seriedad y tienen que consentir los desaguisados de los taurinos que campan por sus respetos y ayudan a la decadencia de un espectáculo que tiene futuro complicado.
Hoy la feria del toro sigue teniendo prestigio y reconocimiento y la plaza se abarrota cada tarde, toreo quien toree y lidia quien lidie, porque el personal quiere jarana, diversión, comer y beber y lo del arte de Cúchares queda oculto en un mar de sensaciones, colores y emociones. Es la afamada feria del toro pamplonesa, ocho corridas, una de rejones y una novillada.