Vitoria. Puede parecer una contradicción, pero el asunto cada día resulta más serio. Es la crisis y su influencia, negativa claro, sobre las personas que sí tienen un empleo y que no sólo están sometidas cada día a los vaivenes del mercado laboral sino que están mutando hacia un tipo de perfil mentalmente enfermo. Son los adictos al trabajo o workalcoholic, según la jerga anglosajona, un grupo cada vez más numeroso que de forma gradual va perdiendo estabilidad emocional en detrimento de una adicción por el control y el poder sin precedentes para lograr el éxito.

Las presiones económicas familiares o el temor a perder el empleo, entre otros factores, están acelerando el incremento de este tipo de casos. El resultado es una adicción que conlleva problemas personales, familiares, sociales y laborales "muy serios", sostienen expertos como Marisa Bosqued, autora del libro ¡Que no te pese el trabajo!, donde advierte de la peligrosa tendencia que significa conceder al trabajo "un papel preponderante que resta importancia a familia, vida social y ocio". El problema no es nuevo. Aunque el trabajólico ha existido siempre, fue a partir de los años 80 cuando este perfil comenzó a ser catalogado como enfermo. Hasta ahora, el problema afectaba principalmente a los hombres, sin embargo la enfermedad se ha extendido entre las mujeres y es tan grave, se advierte, que se calcula que más del 20% de la población trabajadora mundial presenta esta adicción.

Según la opinión de psicólogos como Bosqued, otros factores de riesgo que conducirían a esta adicción serían la enorme competitividad que impera en el mercado laboral actual, la incapacidad de decir "no" a un superior ante cuestiones que podrían retrasarse, la sed de poder y éxito, la falta o mala organización en el puesto de trabajo, la incapacidad para establecer prioridades o la falta de afectos personales que se suplen con el trabajo.