Ascensión Armentia y Sara Samaniego están por la labor de hacer "lo que haga falta" para que la Vital recapacite. "Si hay que crear presión, firmar... Nosotras nos apuntamos, ¿porque qué vamos a hacer si nos quitan el autobús?", se preguntan. Son dos abuelas de Zambrana, de ésas que salen escopetadas de casa en cuanto oyen el pitido del panadero. Llegan con el monedero preparado, lleno gracias precisamente al servicio semanal de la entidad bancaria. "Aquí viene el panadero, el carnicero martes y viernes, un camión ultramarinos los viernes... Y hay bar. Vamos, que la gente tiene gastos que hay que abonar con efectivo", explica Ascensión. De ahí la importancia del cajero móvil. Sobre todo para ellas, que ni tienen carné ni familia en el pueblo que pueda llevarles en coche a la localidad más próxima con oficina.
Siempre queda la opción de pedir el favor a algún vecino, pero saben que sólo podrían hacerlo "de forma puntual". Eso les obligaría a sacar mayores cantidades de dinero para afrontar compras por más tiempo y la idea les disgusta. ¿El motivo? "No se puede tener mucho efectivo en casa, que estamos sufriendo bastantes robos", sostiene Sara, con el asentimiento de Ascensión. A las dos les están entrando ganas de cancelar sus cuentas. Y les encantaría que otra entidad financiera tomase nota y cubriese el hueco dejado por Caja Vital, si es que no recula. También Justi Angulo, exalcaldesa de Zambrana, apuesta por la rebelión. "Tendremos que irnos de la Vital", reta. Ella es joven y con su coche puede moverse con facilidad, pero le preocupa que "se vaya a dejar colgada a la gente mayor sin medios para ir a Miranda de Ebro", la población más próxima con sede bancaria.
Las quejas siembran el camino hasta Armiñón. Los habitantes de este pueblo lamentan igualmente la decisión de la Vital, incapaces de creer las justificaciones para eliminar el servicio. Antonio Angulo trata de asumir que tendrá que acudir a Rivabellosa para sacar dinero, actualizar sus libretas y realizar otras operaciones ordinarias, pero sabe que llegará el día en que ya no pueda utilizar el coche y se vea atado de pies y manos. "Tengo 78 años, aún conduzco pero...", advierte. "Pues tendrás que pedir ayuda, aunque ésa no debería de ser la solución", añade Javier Fernández. Este vecino de 64 primaveras lamenta cómo la entidad se ha transformado con el tiempo, "perdiendo" su espíritu social. "No nos puede sorprender una medida así. De Monte de Piedad ya no queda nada. Y lo peor es que nos tienen atados por todos lados", considera.
La supresión del servicio perjudica claramente a los mayores, pero al final toda la población se ve afectada. "Desplazarnos siete kilómetros nos supone un gasto que no tendríamos por qué asumir. Es como una comisión", apunta José Manuel Fernández, el vecino más joven del pueblo con sus 48 años. Hace uno que llegó a Armiñón, "por amor", y lamenta que "para los pocos servicios que hay se aseste este golpe". También Ismael Santos muestra su rechazo a la supresión del cajero-bus, y eso que él tiene la posibilidad de hacer sus operaciones en Rivabellosa, ya que una furgoneta le lleva hasta allí todas las mañanas al centro de día. "Pero claro, otros no tienen esa suerte", matiza, mientras señala los bajos donde hasta hace quince años Armiñón acogió una oficina de la Vital.
La muralla de Salinillas de Buradón contiene mucho vecino enojoso por la medida. "Qué faena, pero qué faena, cuando le cuente a mi madre", apunta Ana María Lasarte al enterarse de la noticia. Ella tiene su casa en Miranda, pero lleva un tiempo en el pueblo cuidando de sus padres porque están delicados. "Aquí viene el carnicero, el panadero... Hace falta el servicio. Y si es muy caro, pues que venga cada quince días en vez de dos días por semana, pero que no se suprima", apunta. Ángel Berganzo se pregunta por qué "siempre se va a por el pobre, al que tiene cuatro perras para poder vivir, y no se recorta de toda esa gente que se dedica a mirar y poco más". Es la crítica de un agricultor jubilado que continúa cogiendo la azada para entretenerse en la huerta, de un hombre que sabe valorar cada céntimo porque sudó toda la vida para obtenerlos.
Antes de ejecutar la sentencia de muerte, Ángel cree que la antigua caja "debería hablar con la gente y así se enteraría de que sí que es necesaria la oficina itinerante". De todas formas, este hombre tiene la sensación de que "a los pueblos nos tienen descuidados, olvidados, lo cual no tiene sentido porque aportamos mucho a Álava". También Fernando Catalán comparte la impresión de que cada vez cuenta menos el medio rural. "Nos hemos convertido en ciudadanos de segunda... O de tercera", dice. Él es desde hace 22 años el taxista de Peñacerrada. Y aunque está claro que la supresión del cajero itinerante podría reportarle más desplazamientos, no se muestra contento. "El servicio resulta fundamental y espero que recapaciten. Se va a hacer mucho daño a mucha gente mayor, sobre todo en nuestra localidad", apunta. La Vital ha restado importancia a su decisión alegando que los trece pueblos afectados tienen oficina en un radio de ocho kilómetros, pero aunque este argumento le valiera a alguien ni siquiera es cierto en el caso de Peñacerrada. "El más próximo es Trebiño", señala Fernando, "y está a quince kilómetros".
"Me imagino que muchos cerrarán sus cuentas o muchos cerraremos", apunta Pilar Rojo, vecina de fin de semana, mostrando su solidaridad con los afectados. "Siempre se toca a los de abajo", lamenta su marido, "pero por arriba no se pica".