José Manuel Moreno continúa echando de menos a sus 62 años oír por la calle un "eh, quillo". Paco Marquínez conserva el acento jotero dos décadas después de su mudanza. Margarita García siempre tendrá el corazón partido por Extremadura. Manuel López pertenece a la segunda generación de gallegos asentados en Álava, pero la sangre se le altera ante un buen pulpo a feira. Estando aquí, los cuatro extrañan sus raíces. Cuando viajan hasta ellas, se convierten en los mejores embajadores del lugar que les dio techo, comida y una nueva familia. Son gasteiztarras de adopción y presumen de título, mientras mantienen vivo ese entusiasmo de invisibles eslabones por sus orígenes a la vez que lo comparten generosamente con toda la ciudad. Por algo son las cabezas visibles de sus respectivas casas regionales. Presidentes inquietos, apasionados, agradecidos.
"Pensaba que iba a encontrarme una capital sosa, oscura... Y me llevé una alegría tremenda". José Manuel Moreno recuerda, con los ojos mirando al techo, el día en que dejó a los suyos y llegó con una maleta a Gasteiz. Era 1980. Ahora, su patrimonio alavés incluye una casa, mujer -de Miranda- e hijos. Y se alegra de los avatares del destino, aunque no pueda ni quiera esconder su pasión por sus orígenes. El presidente del Centro Séneca nació hace 62 primaveras en Castillejos, "donde se hizo la primera gran batalla de la guerra de África". Es la ciudad marroquí más cercana a Ceuta, así que era cuestión de tiempo que saltara a los dominios españoles en el continente negro. "Con veinte años fui a vivir a Ceuta y luego, por trabajo, me mandaron a Vitoria", relata. Habrá quien se esté preguntando por qué, entonces, asegura de sí mismo que es andaluz. Tiene una explicación. O dos. "Antiguamente, Ceuta pertenecía a Cádiz. Además, mi familia materna es gaditana y veraneé allí". Aclarado.
José Manuel sufrió para adaptarse a la climatología, ya que desconocía lo que era el frío. Y fue paciente con el reservado carácter vitoriano. "Los grupos me resultaban cerrados de primeras, pero puedo asegurar que una vez que entras eres uno más para siempre. Tengo amigos alaveses de toda la vida", cuenta. Mientras crecía la ciudad, "al principio todo campos a la altura de la Ertzaintza", él iba haciéndose un hueco en su vida y enamorándose de ella. "Soy andaluz, pero estoy dividido. Vitoria tiene una calidad de vida como pocos sitios, es muy cómoda, dispone de una red de centros cívicos envidiable... Es excelente ". Será por eso que los socios del centro "siempre dicen que cuando se jubilen se volverán a su tierra, pero al final se quedan". Su presidente tiene claro que "son los mejores embajadores de Vitoria en Andalucía, como cuando están aquí lo son de su lugar de origen".
Aun así, José Manuel reconoce echar mucho de menos "esa alegría que da el sol", las animadas reuniones a la entrada de las casas por las noches, el cante, el flamenco, los bailes... Al menos, la casa regional suple parte de esa nostalgia, con sus muchos festejos y actividades, con ese patio con fuente lleno de plantas que invita "a tomarse un cubatilla" en los días ricos de verano. El Centro Séneca rebosa vida entre sus coloridas cuatro paredes y la regala al resto de la ciudad, gracias a celebraciones como la del Rocío. "Queremos abrirnos a todo el mundo", sostiene su presidente, en nombre de las 270 familias que lo componen.
Paco Marquínez lleva un año y medio al frente de la Casa de Aragón, empeñado en darle vida a pesar de los recortes. Él es de Zaragoza capital, donde nació hace 53 primaveras Y está en Vitoria desde los 32. Mudanza por amor. "Mi mujer, entonces novia, encontró trabajo aquí, por lo que teníamos que estar viajando ella o yo todos los fines de semana para vernos. Al final, tuve la suerte de sacarme plaza de peón en la Diputación alavesa. Se me aparecieron todas las vírgenes, la del Pilar incluida", relata, con una generosa sonrisa. Y eso que antes ya había recibido señales que le encaminaban hacia la capital vasca. "¿Sabes cómo se llama la calle donde vivía con mis padres? Francisco de Vitoria. Curioso, ¿eh? ¡Estaba marcado!".
El 1 de abril de 1992 fue el primer día de la nueva vida de Paco en Gasteiz. "Tenía que repartir con una furgoneta y no conocía las calles. Entonces era peón. Ahora trabajo en una biblioteca", cuenta, fusionando pasado y presente. Siempre ha sido feliz aquí y eso que notó "mucho" el contraste entre una y otra ciudad. "La forma de vivir, el clima, el tamaño, la economía... Aun así, me adapté enseguida, porque siempre he tenido facilidad para relacionarme". Vio crecer Lakua-Arriaga, donde residía, y su propia familia. "Aquí tuve a mis hijos y desde entonces ya no vamos a Zaragoza tan a menudo, claro", matiza. De su tierra de adopción le gusta "la gente, lo bien que me ha tratado y cómo se vive", aunque su corazón "repartido" le hace extrañar a su familia y a los amigos de la infancia.
La Casa de Aragón le pone jotero, gracias a la celebración de las festividades más señaladas. La pena es que "cada vez hay menos socios". De por sí, el colectivo aragonés no es grande en Vitoria, ya que la mayoría de la gente de esa tierra marchó para Cataluña. Pero, además, está fallando el relevo generacional. "El 80% de los socios son ya mayores de 60 años", advierte el presidente, "y es una pena que los jóvenes no se apunten al centro, no se animen a participar". Por eso, deja un mensaje para ellos. "Si no lo levantáis vosotros, esto no funcionará. Y merece la pena", sostiene, con convicción.
El Hogar Extremeño de Vitoria no parece tener ese problema. Lo forman 190 socios con sus respectivas familias. Entre ellos, Margarita García. Es la primera mujer presidenta en cuarenta años de historia del centro regional. "Ya iba haciendo falta", ríe. Su objetivo al frente es "traer a Vitoria un pedacito de nuestra tierra y compartir con ella nuestra gastronomía, cultura, costumbres...". Una labor que le apasiona, a pesar de que la mayor parte de su vida haya transcurrido aquí. Nació en 1959 en Villar del Rey, un pequeño pueblo vestido de blanco. En 1970, emigraba con sus padres a la capital alavesa, buscando una oportunidad, como tantas personas en aquella época. "El cambio fue enorme", rememora, "ya que esto era para mí como una gran ciudad, todo era nuevo, diferente". Sin embargo, pronto se aclimató a las circunstancias. "Estudié en el colegio San José de Ariznabarra y enseguida hice amigas", ejemplifica.
Margarita viaja a Extremadura siempre que puede. "En puentes, vacaciones e, incluso, algunos fines de semana", afirma. Eso sí, cuando va al pueblo se convierte "en la mejor embajadora" de la ciudad que la acogió. Incluso celebra fechas señaladas, como el inicio de las fiestas de La Blanca con un cohete. "Participamos un grupo grande, porque una inmensa mayoría de villariegos reside en Vitoria. Y Vitoria es muy especial para todos nosotros", explica. Cuando está aquí, echa de menos de su tierra natal "el buen tiempo y la cuadrilla de amigos". Cuando está allí, extraña su hogar adoptivo. "Yo soy extremeña, pero quiero mucho a Gasteiz. Aquí tengo mi familia, también muy buenos amigos, los hijos...", explica. El de esta mujer es un caso típico de "corazón partido".
Manuel López seguro que le comprende. Ya no es que emigrara siendo niño, él nació en Vitoria, y aún así la llamada de la sangre es más fuerte que el DNI. "Soy de 1961 y pertenezco a la segunda generación de gallegos. Mi padre es de Melido, en A Coruña. Mi madre de Villalba, en Lugo", explica el presidente del Centro Gallego. Desde pequeño veraneó en la tierra de sus ancestros y hace ya veinte años adquirió y reformó una casa de piedra en el pueblo materno. Está enredado en sus raíces y le encanta. "No sé qué será... Porque Galicia no es tan distinto a Vitoria. Supongo que allí encuentro una paz y una tranquilidad especiales que necesito", considera.
Ese amor se ha transmitido, como si fuera un factor genético, a sus dos hijas. "Vienen con nosotros al pueblo y les encanta. Tienen hasta cuadrilla de amigos. La pequeña, además, es la tesorera del centro. Y la otra me prepara los discursos... Allá donde van, siempre están difundiendo lo que es Galicia", aplaude. A diferencia de otras casas regionales, en ésta las terceras generaciones llegan pisando fuerte, dispuestas a mantener vivo este lugar de encuentro y dinamización sociocultural. "Tenemos mucha gente joven", subraya Manuel, "porque tanto el objetivo de la anterior junta directiva como de la actual ha sido hacer cosas bonitas, interesantes y atractivas para que la juventud se ilusionase como nos ilusionamos nosotros". Una misión cumplida con creces. El de Gasteiz es el centro gallego "más grande de Euskadi y uno de los más grandes de toda España".
Actividades hay muchas, tanto para los socios como para todos los vitorianos, ya que el objetivo de Manuel es "involucrar a la ciudad entera". Eso sí, la gestión se hace agotadora. "Tenemos un bar-restaurante, una cervecería, está el grupo de danzas, el de teatro, celebramos eventos gastronómicos, fiestas como la de Santiago Apóstol o de la Campana, hay clases de baile, gaiteros gallegos y de otras regiones....". Normal que el anterior presidente, que llevaba catorce años al mando, pidiera el relevo. Un testigo que Manuel ha tomado encantado, dispuesto a que el Centro Gallego siga brillando.