JUGÓ el partido y lo ganó. No por goleada (9-6-6-6), pero sí por una ventaja suficiente para derrotar a tres contrincantes en un encuentro a cuatro bandas y subir al atril a recoger el trofeo. Dos años después, Javier Maroto cruza el ecuador de su primera legislatura como alcalde de Vitoria, un primer tiempo marcado por el antes y el después de su pacto presupuestario con el PNV de Urtaran. Pero también por la crisis, la tijera y los recortes; las promesas cumplidas y los proyectos fallidos, y su distanciamiento del movimiento vecinal. En definitiva, goles a favor, en contra y alguna que otra amonestación. El 11 de junio comienza la cuenta atrás para los populares en el Ayuntamiento de Gasteiz, todavía con mucho trabajo por delante antes de que el árbitro pite el final del partido y los ciudadanos decidan en las urnas si el PP se mantiene en el banquillo o es expulsado con la roja.

A las 13.45 horas del 11 de junio de 2011, Maroto recibió la makila para convertirse en el cuarto alcalde de la ciudad en democracia, y devolver el poder a los populares cuatro años después. Hoy, a 48 horas de que el Alavés se juegue su ascenso viste la camiseta albiazul porque una imagen vale más que mil palabras para un alcalde que a diario flirtea con los internautas en las redes sociales y en los bis a bis del Ayuntamiento. Ya lo dijo en su investidura: "Es necesario escuchar la voz de la calle". Sabe, que al final del encuentro, serán los vitorianos quienes dicten el marcador.

El pacto presupuestario con el PNV es el punto de inflexión, marca, en el ecuador de la legislatura, un antes y un después. Una jugada que da oxígeno al alcalde para encarar el complicado 2013 y, puede, que el resto de la legislatura. Su acercamiento a los nacionalistas de Urtaran ha sido progresivo y llega después de comprobar lo complicado que resulta avanzar en el campo con sólo 9 de 27 jugadores. Este cambio de juego no es casual, sin embargo, ni inocente; incluso para muchos va más allá de Vitoria, y se cocina en los vestuarios del aparato de los partidos, mas aún tras el difícil mapa político surgido en Euskadi después de la victoria de Urkullu en las autonómicas.

Nada más llegar a la Alcaldía sorprendió Maroto alineándose con Bildu para frenar el BAI Center, una obra heredada de la etapa socialista, de millones de euros, inasumible para la Vitoria de la crisis. Y asegurándose de paso el apoyo de los abertzales para tapar el agujero abierto en la plaza de Euskaltzaindia con una nueva estación de autobuses. No obstante, el alcalde siempre ha tenido claro lo puntual de esta alianza porque a quien quería a su lado era al PNV, favorito por entonces para alzarse con el gobierno de Lakua. De las también maltrechas arcas del Gobierno Vasco es precisamente de donde sale el dinero para financiar buena parte de las obras que, por fin, se mueven en la ciudad: centro cívico de Salburua, reforma green del Palacio Europa y de la Avenida de Gasteiz, centros educativos para los nuevos barrios etc. También los cinco millones de euros del polémico canon de capitalidad. Pero la financiación necesaria para ejecutar estas y otras inversiones llega también de Europa, de los fondos comunitarios en los que el PP confía para dar un espaldarazo a las estancadas reformas del Casco Viejo, y así no disgustar demasiado a Bildu. Con la formación abertzale tiene todavía pendiente la construcción del Gasteiz Antzokia, una vez desmantelada la Arich, la agencia municipal llamada a modernizar el barrio bajo la gestión de Gonzalo Arroita.

La negociación con el PNV fue larga y dura -coinciden ambos partidos-. Una labor que Maroto confió a Uriarte, el concejal de Hacienda acostumbrado a manejar la caja registradora del ayuntamiento. Y para que llegara a buen puerto fue crucial el cese de Alfredo Piris, entonces gerente de la sociedad urbanística Ensanche 21, al que el alcalde buscó una salida digna -aunque por la puerta de atrás- en el departamento de Urbanismo, para contentar a los jeltzales. Una concesión que también da tiempo a Maroto para no tener que liquidar este organismo de hoy para mañana como hizo con la Arich.

Sin embargo, tras la aprobación del Presupuesto los recortes continúan -suavizados quizá- a pesar de haberse recuperado partidas sociales, culturales, de euskera y cooperación desechadas antes por el PP. El #másconmenos de Maroto a menudo se traduce en finiquito o reducción salarial para los trabajadores a los que se les acaba su contrato con el Ayuntamiento, en la merma de horarios en los ludoclubs para adolescentes, en actividades más caras para los usuarios de los centros cívicos, en programas que pasan a mejor vida y en un grifo que se cierra a las asociaciones de la ciudad -muchas de ellas a punto de echar la persiana- por falta de dinero para continuar con su actividad.

En definitiva, la llegada del Presupuesto (412,5 millones) deja atrás una primera etapa de mandato popular caracterizada por la toma de decisiones unilaterales, por decreto; un difícil regate cuando no se tienen los votos suficientes para gobernar. Ello obligó a Maroto a retirar su primer proyecto y a pactar después con un PNV que ahora juega de árbitro en un campo que todavía escucha los abucheos de la grada.

Regate al movimiento vecinal Abucheos que le llegan al alcalde de dentro de su casa, desde el comité de empresa del Ayuntamiento pero sobre todo de fuera, desde las asociaciones de vecinos con las que se ha mantenido en pie de guerra prácticamente desde que llegó a la Alcaldía. Y eso, a pesar de que una de sus primeras jugadas fue precisamente ganarse la confianza del movimiento vecinal poniendo en nómina a Ángel Lamelas, uno de los portavoces que más alzó la voz durante la legislatura de Lazcoz. No le salió bien sin embargo el fichaje, y nuevamente pactó una salida digna con el líder vecinal que, de otra forma, habría acabado en cese fulminante ante el nulo entendimiento entre ambos. Quiso también Maroto ganarse la calle y para ello inventó la Cita con el alcalde, un bis a bis con los ciudadanos. Pero la brecha se agranda a medida que las asociaciones se quedan sin ayudas y dejan de ser consultadas para elegir las obras que necesitan sus barrios. Se ha visto en el fracaso del proceso de participación ciudadana del Casco Viejo, en el goteo de colectivos que abandonan los consejos territoriales y sectoriales y hasta en el Consejo Social de la ciudad, muy crítico con la "opacidad" con la que el gobierno ha gestionado los presupuestos sin dárselos a conocer.

Algún as tendrá que sacarse Maroto de la manga si no quiere pancartas en la calle al final de su mandato como ya le ocurrió a su mentor, Alonso. De momento ya se ha ganado la enemistad de la FAVA, la federación de asociaciones de vecinos históricamente alineada con el PP que, ahora, se pasa a la banda de los críticos para descalificar al gobierno. Primero en una comparecencia pública que reunió a una treintena de colectivos. Después en boca de su presidente, Estébanez, que no ha dudado en defender la honradez de la red vecinal después de que Maroto denunciara ante la Fiscalía a tres asociaciones: Gorbeia Auzokideak de Lakuabizkarra e Ibaiondo, Iparralde de Zaramaga y Mendebaldea de Zabalgana. Argumenta el alcalde que inflaron sus facturas de gastos para cobrar ayudas del Ayuntamiento.

Un paso al frente para unos, salida de tono para otros, que recuerda alguna que otra perla del alcalde en estos dos años de mandato, como su ataque continuado a las mezquitas, antes incluso de llegar a la Alcaldía, las zapatillas de Prada, que dice lucen chavales que viven de las ayudas sociales, los empadronamientos ficticios, el efecto llamada a inmigrantes, el fraude en el cobro de prestaciones, las restricciones de los bonos para el comedor social etc. Declaraciones polémicas con las Maroto busca afianzarse ante su electorado, y para ello no duda en atribuirse el pensar de la calle, los comentarios que escucha en la barra de un bar o en el mostrador de un mercado de barrio.

Pero en la calle también se comenta su patinazo en las nevadas. La primera le pilló fuera de juego, al igual que -por alguna extraña razón- le sucede a casi todos los alcaldes de una ciudad más que acostumbrada a amanecer blanca. Para la siguiente ya estaba preparado, pero el buen hacer de su gabinete se empañó con las dudosas explicaciones de la concejala del ramo. Primero negando la mayor y retransmitiendo en directo por la radio lo limpias que estaban las calles, en pleno caos. Días después con mentiras -intencionadas o no- al dar cuenta del dinero que el Ayuntamiento había gastado. Este feo gesto le costó la reprobación de la oposición, un tirón de orejas sin consecuencias tangibles, pero significativo porque era la primera vez que ocurría en el Ayuntamiento. Una tarjeta amarilla al equipo de Maroto, que aun así, sacó la cara a su compañera Castellanos, una edil al frente de la Policía Local, a cuya gestión persiguen los titulares de los periódicos.

La 'green' se sube a la bici Al margen de la gestión diaria del Ayuntamiento, la ilusión de todo alcalde suele ser dejar su sello de identidad en la ciudad, ese proyecto -denominado en lenguaje político estratégico- por el que quizá se le recuerde en el futuro. Y Maroto no es diferente. A falta de recursos suficientes para millonarios proyectos enterrados ya por la crisis (auditorios, soterramiento...), y desechado su prometido parque empresarial de Betoño, la reforma green de la Avenida y del Palacio Europa se presenta como su gran obra. Aun así, se ha visto obligado a rebajar sus pretensiones y la ambiciosa transformación de la céntrica arteria gasteiztarra en un corredor ecológico continuación del Anillo Verde pierde fuerza con cada euro que se queda en el camino.

Así que, ahora, Maroto pedalea al lado de los bicicleteros para adelantarse a otros alcaldes y redactar una ordenanza de la bici, que regule su uso en la ciudad. Incluso para adelantarse a la DGT que en estos momentos analiza las modificaciones que va a introducir en la Ley de Circulación. Aprovecha el tirón green y el hecho de que el uso de la bici se ha multiplicado por siete en los últimos años en Vitoria para acelerar una normativa en la que ya antes han fracasado otros gobiernos. Y es aquí donde enseña su juego y hace más suya que nunca esa manera de gestionar que tanto crispa en el banquillo de la oposición: lanza globos sonda para conocer la reacción de la ciudadanía y en función del respaldo que obtenga, sigue adelante o da marcha atrás. Ya lo ha hecho más veces, la última con la subida de tasas a los hosteleros por sacar terrazas a la calle. Ante las críticas suscitadas ha decidido aplicar los nuevos precios de forma escalonada hasta 2018. Pero ésa ya será otra legislatura. Otro partido por jugar.