Fue un hombre bueno con un trágico final. Javi, padre de dos hijos, vecino de Lakua-Arriaga de toda la vida, aparecía muerto ayer a primera hora en los aseos del garaje de su casa. Al principio las informaciones eran confusas. Se llegó a hablar de un infarto. Pero con el paso de las horas quedó confirmado que el cuerpo presentaba signos de violencia y que tenía una soga atada al cuello. La primera hipótesis, según fuentes conocedoras de la investigación a las que tuvo acceso DNA, es que este vitoriano de 53 años se encontró con algo o alguien que no debería haber visto cuando se disponía a coger el coche para ir a trabajar. Y lo pagó con su vida. Fue estrangulado y arrastrado hasta los baños para que el crimen no fuera visible.
A las 8.30 horas encontraba el cuerpo la primogénita. El compañero de trabajo al que Javi llevaba al taller en coche todos los días -entraban a las seis de la mañana- había llamado varias veces a casa, extrañado de que éste no hubiera ido a buscarle ni acudido a su puesto. No recibió respuesta, pero finalmente pudo contactar por móvil con la hija. Fue el inicio de un dramático descubrimiento. A las 8.40 horas, llegaban unidades de la Ertzaintza y ambulancias al número 70 de la calle Juntas Generales. Aún se desconocía la causa del fallecimiento, nadie quería hablar de un crimen, pero pronto quedaba la zona acordonada. A las 11.00, el Departamento vasco de Seguridad confirmaba que el cadáver presentaba signos de violencia.
El escenario en la primera planta del garaje, donde Javi tenía plaza, era dantesco, con el bocadillo del almuerzo en el suelo, signo de un desenlace sorpresivo y brutal. La familia, rota por la tragedia, lloraba en silencio reunida en los soportales de la vivienda, mientras miembros de la Ertzaintza -entre ellos, de la Policía Científica- trabajaban para esclarecer los hechos. A pie de calle, residentes de la zona comenzaban a preguntarse qué había pasado, y al conocer que había podido ser un asesinato se mostraban sobrecogidos. Una amiga de la familia, propietaria de la peluquería Maika, ubicada enfrente del número 70, era incapaz de contener las lágrimas. "Era muy campechano, muy buena gente", aseguraba, embargada por la emoción.
Javi estaba casado con Blanca, "trabajadora de mantenimiento en el Ayuntamiento", según una vecina. Tenía una hija y un hijo de entre veinte y treinta años, ya independizados, y justo acababa de conseguir un puesto fijo. Un cuñado del fallecido, al principio reacio a hablar por el impacto de la triste noticia, acababa recordándole con profunda conmoción. "Era un hombre bueno, el más feliz y llano del mundo", relataba. Con catorce primaveras entró en una empresa y allí estuvo durante 35 años como oficial de primera, hasta que la compañía cambió de propietario. El nuevo dueño echó a varias personas, a él entre ellas, pero hacía tres meses su primer jefe se había acordado de él, de su buen carácter y profesionalidad, y le había hecho un contrato eventual en su taller. Fue una gran noticia y pronto hubo otra mejor. "Hace quince días, cuando Javi estaba con la mujer en Benidorm, le llamó el jefe para decirle que le hacía fijo. A él y a su hijo".
La vida le sonreía, merecedor de cuantas alegrías recibiera, según sus amigos. "Era un manitas, capaz de arreglarlo todo", rememoraba el cuñado, "y hacía favores a todo el mundo". Aquí en Vitoria y también en el pueblo burgalés de Quintanilla de San García, donde tenía una casita de la que disfrutaba cada fin de semana. "En la iglesia había una puerta que no se abría desde hacía más de cien años y él se encargó de conseguir que volviera a funcionar", ejemplificó el familiar. La vida le sonreía, pero al final fue tremendamente injusta. De ratificarse la primera hipótesis de la investigación, Javi tuvo la desgracia de encontrarse en el lugar equivocado en el momento más inoportuno, de toparse con algo que no debería haber presenciado.
Quienes le conocían, aunque fuera superficialmente, no dudaban desechar los irresponsables rumores sobre un posible ajuste de cuentas o un suicidio que habían circulado a lo largo de la mañana. "Era buena gente", aseguraba su vecino de plaza de garaje "desde hace 37 años". "Muy buen hombre", ratificaba otra residente del portal 70, quien había sabido de la muerte del hombre a primera hora. "He vuelto del médico a las nueve menos veinte, ya estaba la Policía y su mujer me ha dicho que al parecer había sufrido un infarto. Pero parece que no, que lo han matado. Terrible", lamentaba la señora.
Conforme avanzaba la mañana había quienes empezaban a sentir miedo, convencidos de que un grupo de asesinos andaba suelto por la ciudad. "Yo tengo plaza en el segundo piso y pensar en que tengo que bajar las escaleras si quiero coger el coche...", confesaba un jubilado que había sido administrador del garaje hacía justo dos años. Se había enterado del suceso pasadas las 11.30 horas, cuando había acudido al subterráneo a sacar su vehículo. "Unos ertzainas me han hecho unas preguntas, como que hace cuánto que no cogía el coche", explicaba.
Lakua-Arriaga es un barrio tranquilo, pero en un mes ha sido tocado dos veces por la tragedia. Hace unas semanas, a dos manzanas de Juntas Generales, fueron encontrados los cadáveres de un matrimonio. Los vecinos no podían evitar recordar aquella tragedia -un caso de violencia machista o un suicidio pactado-, aunque poco tuviera que ver con la de ayer. A las 13.57 horas, la funeraria se llevaba el cuerpo de Javi.