eL 21 de junio de 1913, la conservadora y pequeña Gasteiz se deslegañó a cohetazos. Acababan de cumplirse los cien años de la Batalla de Vitoria, aquel enfrentamiento entre las tropas francesas que escoltaban a José Bonaparte y un conglomerado de tropas británicas, españolas y portuguesas que se saldó con la victoria aliada y forzó a la retirada definitiva del ejército de Napoleón. Borracha de patriotismo, o eso dice la católica prensa de la época, la ciudad se vistió de gala, con cortinajes en las fachadas de las casas. Bandas militares amenizaron el paseo de La Florida durante todo el día, los centros oficiales izaron el pabellón nacional y volaron petardos. La entusiasta alocución del alcalde, Julián Aniel Quiroga, el día anterior parecía haber contagiado a la población. "Tan gloriosa fecha bien merece honrarla, demostrando ostensiblemente nuestro entusiasmo en la forma acostumbrada, cual es la de engalanar e iluminar los balcones de nuestras viviendas y hacer patente nuestro regocijo (...) Vitorianos: ¡viva España! ¡Loor eterno a los que sucumbieron en defensa de la patria!".

Un siglo después, a las puertas del bicentenario de la Batalla de Vitoria, nadie esperaría un discurso así, tan español. Eran otros tiempos, los de la Restauración, con el rey Alfonso XIII y el Conde Romanones de presidente. No obstante, la pasión subyacente sí que ha llegado a nuestros mandatarios. El Ayuntamiento gasteiztarra y la Diputación alavesa se han volcado en la conmemoración de la efeméride, con un amplio programa de actos a lo largo de junio. Esta vez no habrá colgaduras, ni petardos, ni militares desfilando, pero las instituciones tratarán de transmitir a la población la importancia de aquel acontecimiento, como también se hizo hace cien años a través de una campaña mediática impulsada desde los círculos más conservadores.

El Heraldo Alavés, el periódico más leído en la época, catalizó aquella ola procelebración de la Batalla de Vitoria a través de decenas de artículos a lo largo de ese año. Se deduce a través de sus páginas que Enrique Merino, un comandante de caballería de Valladolid, ejerció su liderazgo para que la efeméride se festejara por todo lo grande y para que quedara una huella perenne mediante la construcción del monumento en la plaza de la Virgen Blanca. En sus numerosas cartas enviadas al diario, que también asumió un papel activo en esta empresa, el militar daba a entender que la ciudadanía andaba apagada y que las instituciones alavesas parecían temerosas de homenajear aquel conflicto por miedo a que se estropearan las relaciones con Francia. Así que recurría a su almirabado y grandilocuente léxico para tratar de convencer a unos y a otros.

El 31 de mayo, en una misiva suya se leían frases tales como: "Ha llegado a mis oídos que el Presidente de la Excelentísima Diputación provincial, don Benito Yera, se halla encariñado con el pensamiento, pero que no le agrada ni le parece bien tomar la iniciativa. ¿Por qué? (...) Espero se desechen futiles y melidrosos resquemores de molestar en lo más mínimo a la nación vecina". Para entonces ya tenía enfervorecidos seguidores. Entre las altas esferas, el presidente del Ateneo de Vitoria, que llevaba trabajando "más de medio año en este asunto sin haber logrado todavía una eficacia". También había cautivado a particulares, como Pedro Arenaza, un "humilde obrero" que arengaba a los gasteiztarras a "remediar yerros pasados para que nunca se diga que Vitoria no supo conmemorar sus gloriosas epopeyas" y a unirse para "colaborar en esta empresa con lo poco que podamos, porque nuestro lema debe ser Todo por Vitoria y para Vitoria".

Ese mismo 31 de mayo, el Heraldo Alavés se hacía eco de un acontecimiento que marcaría hasta nuestros días la imagen de la plaza de la Virgen Blanca. "La Alcaldía ha recibido la noticia de que el Gobierno ha puesto a disposición del Pueblo de Vitoria las cien mil pesetas destinadas a la erección de un monumento que conmemore la célebre Batalla de Vitoria". En realidad el crédito se remontaba a junio de 1911 y ascendía a 400.000 euros, pero nada se había hecho desde entonces -ni reclamado el dinero, al parecer- y ahora surgían dudas sobre si la ciudad se quedaría sin las 300.000 restantes aunque estuvieran consignadas. Aun así, el gobernador civil decidió que la recepción de parte del dinero bien merecía poner al fin en marcha el proyecto, aunque sólo llegara para la primera piedra, y el 2 de junio se constituía la junta encargada de la construcción de la escultura. La formaron el gobernador civil, el Obispo, el gobernador militar, comisiones de la Diputación y el Ayuntamiento y representaciones de las entidades locales. La ubicación, para entonces, ya estaba decidida.

Del 7 al 19 de junio, el Heraldo Alavés ofreció un sentido serial sobre el combate relatado por Juan Velasco, marqués de Villa-Antonio. "Ostentosas piezas reunidas en masa conmovían las montañas con horrísono fragor y vomitaban torrentes de fuego en medio de los cuales agitábanse los artilleros franceses con frenética energía (...)". Y así, con tan épico lenguaje, llegó el gran día. "El Primer Centenario de la Batalla de Vitoria", tituló el periódico el 21 de junio de 1913, con un apartado dedicado a los festejos y otro a eventos "que se aplazan". Entre ellos, la colocación de la primera piedra del monumento: "Por causas ajenas a los vitorianos, nos vemos obligados a aplazar hasta agosto el acto solemne. También en agosto se celebrará la procesión cívica y la solemnidad religiosa por el alma de los que dieron su vida por defender los intereses de la patria siempre amada". Como festejar centenarios, iniciar las obras más tarde de lo previsto también sigue siendo tradición en nuestra ciudad.