gasteiz. Doctor en Historia Contemporánea y escritor de múltiples libros y ensayos, Estebaranz participó desde muy joven en distintos colectivos anticapitalistas y asamblearios, comenzando en la década de los 80 por los llamados Comités Antinucleares. A su juicio, el desarrollo industrial y la construcción continuada de infraestructuras han cambiado "completamente" el mapa vasco que existía antes de los años 60, cuando comenzaron a sucederse los distintos modelos energéticos que han predominado hasta el día de hoy: El hidráulico, el nuclear, el térmico, las renovables o ese reciente retorno a los "fósiles sucios", donde se encuadra la técnica del fracking. Una apuesta de las instituciones vascas que se ha convertido ya en "un conflicto central", más allá de una oposición ciudadana meramente medioambiental.
¿Hasta qué punto ha cambiado el modelo social a raíz de este despliegue del modelo desarrollista?
Casi nadie podría reconocer la sociedad vasca debido a los cambios que se han producido desde finales de los años 50 y hasta 2013. Cambios como la concentración urbana, la proletarización de la totalidad de la población, la artificialización del suelo... El paisaje humano y natural es irreconocible a partir de este modelo.
Visto lo visto, las cosas no se han debido hacer demasiado bien. Tanto por estos motivos como por la fuerte oposición que se ha generado alrededor.
La energía ha sido durante este tiempo lo que ha alimentado al motor societario. Ese cambio de modelo social se produce con el primer ciclo hidráulico. Varios pueblos se inundaron, se produjeron desplazamientos de población, muchos pantanos de Franco fueron construidos con mano de obra esclava... Partiendo de esa fotografía más cruda de aquella época, los siguientes 50 años tampoco han dejado de generar resistencias. Quizá, la que tuvo sus tonos más duros fue la que generó la oposición a la energía nuclear. Pero a partir del año 2005 los conflictos se han multiplicado y se han desarrollado en casi cada uno de las diferentes fuentes energéticas.
¿Cree que ese primer ciclo hidráulico fue un punto de no retorno?
Sí, porque ese impulso del desarrollismo que viene con la adopción del modelo capitalista norteamericano por parte del franquismo, de asumir los dictados del FMI a finales de los años 50, se basa en ese ciclo hidráulico, en ese represamiento del Ebro, del Duero, de los altos pirenaico... No obstante, esa urbanización de la población enseguida requiere de la primera generación de céntrales térmicas y, en paralelo, del despliegue de la energía nuclear.
El caso de Lemoiz es paradigmático de la oposición popular a este tipo de proyectos.
Claro, aunque habría que incluirlo en los cinco reactores nucleares que se querían construir en suelo vasco. La central de Deba también contó con una gran movilización no sólo popular, sino también institucional, aunque parezca paradójico. Pero sobre todo, la oposición a los dos reactores de Lemoniz es lo que más tenemos en la cabeza. La primera, entre los años 73 y 78, liderada por Costa Vasca Antinuclear, y muy ligada al movimiento vecinal, y una segunda, hasta 1983, liderada por los Comités Antinucleares, que hacen una crítica mucho más profunda hacia el modelo social que acarrea la industria nuclear y que introduce los discursos alternativos a esa sociedad autoritaria y dependiente.
En aquellos tiempos formó parte de esos Comités Antinucleares. ¿Cómo se trabajaba en ellos?
Eran comités asamblearios, alternativos, diseminados por toda la geografía vasca y que debían trabajar en un entorno militante duro. Fueron momentos muy creativos pero también muy tensos. Aparte de ser los grandes introductores de la forma alternativa de trabajar y de pensar, supieron no transigir en esa oposición en un entorno tan difícil. Y eso propició el cierre patronal y la moratoria de los dos reactores de Lemoiz
Quedó claro que la oposición popular daba sus frutos.
Sí. Y si seguimos esta línea de continuidad entre Lemoiz y centrándonos sólo en los proyectos energéticos, vemos que muchos se han parado posteriormente gracias a la movilización. Como el parque eólico de Ordunte en el año 2006, la incineradora de Zubieta, las sentencias favorables al movimiento contrario a la central térmica de Castejón... Y pese a que ha sido inaugurada oficialmente hace menos de un mes, la oposición popular también ha conseguido que al menos se revoquen las licencias de actividad de la planta de coque de Muskiz.
Con apuestas como el 'fracking' o el coque, ¿cree que se ha abandonado el impulso de las renovables?
Años después de la moratoria nuclear de Lemoiz, a principios de los 90, con la cumbre de Río de 1992 como hito, el propio capitalismo se dio cuenta de que debía introducir unas pautas de sostenibilidad contra la agresividad del propio modelo desarrollista. A partir de ahí comienza el despliegue, poco a poco, de las renovables. Pero enseguida, ya en el año 2000, empieza una segunda generación de térmicas y la propia inteligencia del capitalismo tiene claro que las energías renovables, tal y como se habían diseñado, era insuficientes para alimentar la demanda perpetua de crecimiento. Sobre todo a partir de 2005 hay una apuesta decidida por volver a la energía fósil, con dos hitos en Euskal Herria: El proyecto de la fábrica de coque en Petronor y la búsqueda del gas esquisto con la técnica del fracking, que tiene unos costes medioambientales muy importantes.
¿Cómo valora la resistencia ciudadana a este último proyecto?
El fracking se ha convertido ya en un conflicto central, que supera las características de una oposición medioambiental para condicionar las agendas de las instituciones y de los agentes sociales. La oposición ha sido muy importante.
¿Y la actitud del Gobierno Vasco, que parece no decir adiós definitivamente a este proyecto?
El Gobierno Vasco nada en una ambigüedad calculada debido al movimiento social, que lo colocó contra las cuerdas cuando aún estaba en la oposición. Esa ambigüedad sigue demostrando que el partido en el poder no puede sacar sus cartas sobre la mesa, unas cartas que evidentemente están a favor de este ciclo de los fósiles sucios, por el vigor de ese movimiento ciudadano.