dICE Peggy Jonas que en Padura Baratza cavan los surcos y los camellones en círculos y curvas porque no le gustan las rectas ni las esquinas. Junto con su pareja, Miguel García de Cortázar, decidió, hace unos pocos años, recuperar las tres hectáreas y media de terreno que la familia de Miguel tiene entre Eribe y Gopegi, sanear una tierra empobrecida tras décadas de criar cereal y absorber herbicidas y fertilizantes, y dedicarse a la agricultura ecológica, más que como un negocio, como una filosofía de vida. A día de hoy surten de verdura, hortalizas y huevos a una treintena de familias que, a cambio de doce euros, recogen todas las semanas en unos pocos puntos de distribución en Vitoria una cesta de entre cinco y ocho kilos. Con el mismo esfuerzo que cuesta ir a la frutería, los socios de este grupo de consumo comen sano todo el año, y siempre productos de temporada libres de aditamentos.

Todo empezó porque Peggy y Miguel no daban abasto con tanta verdura. "Nosotros teníamos mucho producto y lo dábamos a la familia y a los amigos, sobraba muchísimo. Unos amigos hacían cestas, fuimos preguntando a otros amigos de Vitoria, todo el mundo quería, y ahora tenemos listas de espera", explica.

La idea les rondaba por la cabeza hacía tiempo, y un buen día decidieron saltar al precipicio. "Nosotros siempre hemos tenido huerta ecológica en casa, grande, y teníamos ganas de tener este terreno. Coincide además que yo doy clases de inglés y Miguel hace teatro, y con la crisis no nos iba muy bien, y que había un dinero para invertir. Además, con nuestra edad creíamos que si se hacía había que hacerlo ya", señala Peggy, quien en función de la demanda calcula qué producción debe sacar a Padura Baratza, que literalmente significa la huerta de la ciénaga, y no por casualidad. El terreno se encuentra en una vaguada por donde tiempo atrás pasó un pequeño río ahora desviado, y donde el agua rebosa en cuanto precipita con un poco de fuerza.

Es una tierra rica, pero desecada y desnutrida tras años de agricultura tradicional. "Aquí no crecía una hierba mala, ponían herbicidas y luego fertilizantes, porque la tierra estaba muerta. Ahora aramos con los burros, con arados que quitan muy poca tierra, y un tractor muy pequeño; estamos venga mezclar la tierra, la hemos mimado mucho estos dos años, con mucho humus, muy buen abono, trabajo a mano y mucho cuidado", explica. Miguel y Peggy siguen las directrices de la permacultura, una técnica que hace del terreno un ente autónomo y totalmente ecológico. "Con los burros, los frutales, las gallinas y algunas ovejitas pequeñas que tendremos generamos el compost con el cual podemos trabajar", señalan los propietarios de Padura Baratza, que ahora empiezan a cosechar los frutos de tanto esfuerzo. "Estamos justo festejando que hay una cantidad enorme de lombrices", afirma Peggy.

El auge de la soberanía alimentaria, que apuesta por el consumo de producto ecológico, local y de temporada, ha ayudado a que su proyecto arraigue. "La gente que viene lo hace porque sabe que esto es el futuro, esto es autónomo, y ellos se fían, saben que no vamos a hacerles trampa", explica.

Eso sí, quien se apunta a un grupo de consumo ha de saber que esto no va de escoger lo que más apetece en una estantería, sino de comer lo que da la tierra en cada época del año. "Las coliflores han salido este año todas a la vez, teníamos que meter dos cada semana, y brócolis, y berzas, y romanesco (una variedad de coliflor rica en vitamina C), pero intentamos variar. Además, como tenemos animales, si sobra mucho se lo comen, y también lo llevamos a un comedor", afirma Peggy. En todo caso, se intenta que en las cestas haya siempre "las cosas básicas"; patatas, cebollas, ajo, lechugas.

estallido de color en verano Luego, tras meses de austeridad en la cocina, llega la fiesta. "En agosto damos cestas de ocho kilos por el precio de cinco, es una pasada. Es que nos hacen un favor; por eso decidimos que la cesta sea un promedio, como se comprometen para todo el año, venga lo que venga, luego les premiamos; cuando hay mucho, hay mucho; y cuando hay berza, hay berza", sentencia la "relaciones internacionales", como la llama Miguel, de Padura Baratza.

"La gente es muy maja, y el que no ha podido con ello se desapunta, porque esto no es tampoco para todo el mundo", señala Peggy, aunque eso sí, "la gente dice que desde que les llevamos la cesta comen mucho mejor, porque están obligados a comerse toda la verdura".

Esa gente responde a todo tipo de perfiles. "Hay de todo. Hay médicos, porque conocen muy bien la diferencia entre comer bien y no hacerlo, y lo que aporta una verdura viva. También hay gente como nosotros, que simplemente se ha interesado sobre el tema, ha leído y se ha convencido de que merece la pena no comer cosas que te van a aumentar el lastre que ya de por sí llevamos, porque hoy día comes un pez y no sabes si te estás intoxicando, y encima te estás cargando el mar, de paso. También -señala- está la conciencia de no consumir productos lejanos, saber quién es el productor, si respeta la tierra o no, y de hecho la gente que se apunta gasta su dinero aquí para que esto funcione".

de prácticas Y funciona. En Padura Baratza trabajan cuatro personas todo el año. Ahora mismo hay dos personas en prácticas, un chico alemán y otro de Arkaute, y a partir de mayo se empieza a reclutar voluntarios que alojan en la casa anexa a la que habitan Peggy y Miguel. En todo caso, sacar adelante la verdura es muy costoso, porque ellos dan la vuelta al compost a mano, siembran a mano, cosechan a mano y limpian el producto a mano.

Padura Baratza, por otro lado, es un proyecto que aún no ha terminado de desarrollarse. Peggy y Miguel van perfeccionando sus conocimientos -"nosotros no hemos estudiado esto, pero con la otra huerta estuvimos veinte años, y los mismos del pueblo nos van diciendo cosas", apunta-, y desarrollan nuevas ideas. "Vamos a hacer un almacén con un tejado muy grande para recoger el agua, y tenemos también una poza que queremos impermeabilizar para que sea un laguito, importante para los insectos, los pájaros, y para cuando no llueva, como el año pasado, que llovió un día en todo el verano", explica.

Y es que el agua es parte consustancial de este terreno. Su plan de cara al futuro es ir excavando las zonas donde más brota para recuperar el antiguo río, o al menos un cauce que surta a la finca en época de sequía y deje salir al agua cuando sobra. Mientras, las tres filas con más de mil arbustos que rodean a la finca van creciendo y la huerta va tomando forma. "En cinco años todo esto se verá diferente", afirma Peggy.