Para Eusebio el día amanece a las 6.30 horas, cuando arranca el furgón de Panrico y comienza el reparto de su dulce mercancía por Vitoria. Un trajín que no cesa hasta las 12.00 horas. Son muchas las cajas que ha de movilizar y llevar hasta las tiendas. Con el proyecto piloto ideado por el Ayuntamiento para restringir la entrada de la carga y descarga al centro de la ciudad, ahora en suspense por las críticas que ha suscitado, no tendría tiempo suficiente para cumplir con sus compromisos. Dispondría de sólo dos horas y media, de 7.00 a 9.30, para realizar su labor y tendría que arrastrar la mercancía más de 300 metros desde las zonas habilitadas para las camionetas hasta los distintos puntos de destino. "Un disparate", dice. "Absurdo", coinciden los compañeros de sector.

Es conocer las peculiaridades del trabajo diario de los repartidores para darse cuenta de que el plan que el Consistorio vitoriano encargó a DHL para reordenar el sistema de carga y descarga en el Ensanche iba a traer cola. Los trabajadores del gremio no entienden que, frente a la necesidad de realizar de la manera más ágil y funcional las labores de distribución de mercancías, el gabinete de Javier Maroto primase tener un centro libre de vehículos para el disfrute de los viandantes. Porque ese era el objetivo fundamental del plan piloto, "dejar bonitas las calles peatonales", lamenta Chema, un currela de San Miguel convencido de que a su ciudad natal, Salamanca, no se le habría ocurrido semejante iniciativa para priorizar el ocio.

Iñaki, trabajador de DHL, tampoco conoce un plan igual en el resto del Estado. "Esto viene porque ha habido quejas de gente que ve mucha furgoneta por las mañanas en el centro y quiere ver las calles sin ese trajín, pero es que en España no sólo entran los vehículos en las zonas peatonales sino que, además, trabajan hasta las 14.00 horas, cuando aquí sólo disponemos de tiempo para realizar el servicio hasta las 12.00", explica. Por eso, considera que las limitaciones contempladas en el plan municipal están fuera de lugar. Todos los del gremio piensan de la misma forma. Da igual a quien preguntar. Los repartidores coinciden en que es mejor dejar el sistema de carga y descarga "tal y como está ahora", porque es así como pueden cumplir con su deber, sin tener que dejar el trabajo a medias por falta de tiempo ni acabar con la espalda destrozada.

Eusebio, el de Panrico, tiene que ir primero a la tienda, comprobar si el producto está caducado y regresar a la furgoneta para recoger la mercancía. Si no pudiera llevar el vehículo lo más cerca posible de los establecimientos a los que sirve, duda de que pudiera terminar el servicio y se pregunta cómo se vería resentida su salud. Roberto, de Carbónicas Alavesas, está en las mismas, y pone un ejemplo concreto para hacerse entender. "Imaginen que tengo que ir al Cuatro Azules desde Olaguíbel, donde estaría una de las zonas de descarga, con siete barriles. No podría hacer todos los repartos y a ver cómo acabaría", advierte. Ayer, sin ir más lejos, terminaba su jornada a las 10.30 horas, habiendo empezado a las 7.00. En el mismo escenario absurdo se situaría Chema, el repartidor salmantino. "Con una carretilla transporto tres barriles", explica, "y si tengo que mover quince tendría que hacer cinco viajes en tiempo récord".

Los repartidores serían los principales perjudicados por el proyecto del Ayuntamiento, pero ellos aseguran que para muchos comercios y determinados establecimientos hosteleros del centro también sería un problema. "¿El dueño de una tienda de textiles va a levantar la persiana a las 7.30 horas para recibir el género porque para las 9.30 ya se acaba el servicio?", se pregunta Roberto. "¿Y a los bares les vas a decir que para entonces estén abiertos cuando muchos de ellos cierran más allá de la medianoche?", añade Chema. En la actualidad, ellos y sus compañeros de gremio adaptan la distribución de sus mercancías en función de las peculiaridades de cada local. Y así les va bastante bien.

"Pero, claro, como rompemos las baldosas del centro...", apunta el repartidor de San Miguel. Suena a ironía, pero no lo es, porque esa excusa ya la ha oído varias veces. Y, por supuesto, no le vale. "El camión de la basura circula por las calles peatonales y pesa 32 toneladas. Los trailers que van al Principal con material para los espectáculos, más de 40. Pero ellos no molestan, ¿no?", critica. A su juicio, el sector de la carga y descarga realiza un labor al menos tan importante como los trabajos citados, por lo que le parece mal que el Ayuntamiento vitoriano reorganice el sistema "poniendo trabas" en vez de mejorar el que ahora existe para que sea todavía más eficaz.

Aunque todos los repartidores coinciden en que el plan actual es el bueno, sí que hay aspectos que podrían refinarse para optimizar el servicio. Eusebio explica que a veces se hace complicado encontrar aparcamiento en las áreas propias de carga y descarga. "En ocasiones ocupan las plazas coches particulares, tenemos que dejar la furgoneta en doble fila y la Policía nos sanciona", critica este trabajador. Ya le sucedió "hace unos días", en la plaza Amárica, y lo más sangrante es que quienes habían aparcado donde no debían "no recibieron ninguna multa".

Chema ratifica su versión y añade que, mientras su sector está en el punto de mira, los agentes también hacen la vista gorda con vehículos de los gremios de albañilería o fontanería que entran hasta el corazón del Ensanche aunque no tengan autorización. "Entiendo que tienen que hacer su trabajo, pero puedes ver sus furgonetas estacionadas desde las 8.00 y durante varias horas, mientras están realizando el servicio a domicilio. Así que, al final, todos esos vehículos que no deberían estar ahí contribuyen a que las calles se vean más congestionadas", explica.

Son tantos los inconvenientes que el plan piloto de distribución de mercancías traería a los repartidores, que los trabajadores se alegran de que el Ayuntamiento haya reculado para tratar de llegar a un punto de acuerdo con las asociaciones que los representan. "Es que estaba muy mal, no tenía ningún sentido, tanto por los costes económicos que conllevaría, el impacto a la salud, el perjuicio para muchos comercios y por la rotura de la cadena de frío en el caso de los congelados", resumen los afectados. Por eso, estarán muy atentos al devenir de las conversaciones. Todos confían en que al final se imponga "el sentido común".