LA guerra en la antigua Yugoslavia se dejó notar en Croacia, pero la guerra de verdad tuvo un nombre propio: Bosnia y Herzegovina. Eso fue algo más que una guerra, fue una sucesión de masacres de las que no se libró nadie, de un todos contra todos que tuvo su siniestro colofón en el genocidio de Sbrenica o en el cerco de Sarajevo. Desde mi entrada por Capljina, pude percibir que estaba en otro mundo, en otra civilización, en un pueblo masacrado por la historia reciente y el silencio de los que no teníamos que haber callado.
En medio de bosques de ensueño, por los que no se puede circular a no ser que quieras acabar, en el mejor de los casos, con dos piernas amputadas por las minas antipersona que son las dueñas y señoras de los bosques, el camino ascendió a orillas del legendario Neretva, testigo secular de épicas batallas históricas en la II Guerra Mundial entre el Ejército alemán y los partisanos que encabezaba el mariscal Tito. En la Guerra de los Balcanes, el Neretva formó parte de la ruta de la muerte y a su vera ha crecido, y sigue haciéndolo, el odio y la desconfianza entre la población croata y la bosnia musulmana.
El ejemplo más palpable de esto es Mostar, vendida una y mil veces como la ciudad multicultural, pero en la que en realidad malconviven dos comunidades completamente enfrentadas. Las antes citadas, a las que solo les une la pujanza turística de los visitantes que se fotografían una y mil veces con el famoso puente bombardeado en 1993, pero que, en realidad, no servía en la práctica para nada a pesar de tener todo el simbolismo de ser el puente de la unión.
Y remontando más el Neretva, se llega a Jablanica, y después a Konjic -donde Tito construyó un inmenso túnel durante la II Guerra Mundial para sorprender a los alemanes-, en medio de cientos de lápidas recordando a los muertos recientes por donde quieras que pases. Paisajes bucólicos, carreteras infernales y miles de perros abandonados por los caminos que salen cada 500 metros al paso del caminante. No tienen dueños, no hay perreras pero quieren entrar en Europa, con lo que una directiva de la UE les ha prohibido seguir llevando a cabo la práctica que acostumbraban: matarlos.
Y a las puertas de Sarajevo, en Trocir, nueva parada obligada por la situación del dedo, que me ha permitido tener la ocasión de visitar Tuzla, lugar de donde procedían muchos de los niños bosnios que recalaron en Navarra durante la guerra, y, sobre todo Sbrenica, un pueblo fantasma que está siendo repoblado por los serbobosnios después de que en julio de 1995 se cometiera la mayor matanza conocida en Europa desde la II Guerra Mundial. Los 8.000 varones del pueblo fueron pasados a cuchillo por las tropas serbobosnias que les tenían rodeados. Y tras la visita a Sbrenica, semana de visitas en Sarajevo para tratar de hacerte una idea de lo que tiene que ser estar cuatro años encerrado entre colinas desde las que te disparan día sí y día también. Un auténtico horror antes de proseguir el viaje hacia tierras serbias.