bilbao. A Gao Ping, 45 años, casado y padre de tres hijos, no le asustaban las cámaras, ni las entrevistas. En absoluto. Siempre se expresó a cara descubierta como si nada tuviera que ocultar. Gao ni se escondía ni pretendía el anonimato, no al menos el de su figura pública, conocida antes de que encabezara los titulares por la trama de blanqueo de dinero que supuestamente dirigía. La idea de el hombre hecho a sí mismo, ligada al sueño americano (español en este caso), era la que él pretendía trasladar. Para Gao su historia, que entendía inspiradora, merecía que fuera reconocida. Por eso publicitó sus actividades con orgullo. Tanto como para aparecer como un mecenas de arte, un puente entre España y China. Los caminos del Emperador parecían inescrutables. Hasta que dejaron de serlo.

Antes, sin embargo, se postuló como un impulsor del arte chino, que trataba de extender por el mundo. En el estado español atornilló su campo base, el trampolín. Hace cinco años Gao creó la Fundación de Arte y Cultura (IAC) que, según recoge la página web del organismo, se gesto a modo de plataforma cultural para promover el intercambio y desarrollo de arte entre España y China. Con ese mismo objetivo, en su país fundó el centro de Arte Contemporáneo Iberia de Pekín para el intercambio y la promoción de actividades culturales.

Posteriormente, en 2010, inauguró la galería Gao Magee, ubicada junto al Museo Reina Sofía de Madrid, cuyo principal objetivo era promocionar jóvenes talentos chinos. Además Gao era el patrocinador de la revista Art in China, editada en chino y español. Una publicación que fue premiada en 2011.

el otro arte Si la cara pública de Gao aparecía como la de un bienhechor, un empresario con sensibilidad para cuidar el arte, patrocinarlo y fortalecerlo, la cara oculta apuntaba en la dirección contraria.

Sus negocios en la sombra nada tenían que ver con el arte. Propietario de varias naves industriales que abastecían infinidad de negocios de Todo a cien, Gao también poseía negocios dedicados a la venta al por mayor de tabaco, textil, calzado, bisutería, bebida y alimentación.

Tal era el dinero sucio que circulaba por las tuberías de su entramado, por las cañerías de las alcantarillas, que Gao también desvió parte del negocio a los karaokes, lugares de ocio predilectos por la comunidad china. Pero los karaokes no eran karaokes. No al menos del todo. Las dos caras, como las de Gao, estaban presentes en los karaokes, donde había algo más que esforzados cantantes siguiendo un monitor. Los locales se empleaban para la prostitución, otra actividad en la que la trama de blanqueo de dinero encontró un filón para seguir creciendo. El arte era un asunto menor. A Gao Ping, el presunto jefe, le entretenían otros frentes de los que nunca habló en público.