Es una de las figuras más conocidas del Camino de Santiago. Y de las más entrañables. Allí por donde pasa deja huella en la gente por su campechanería, sus conocimientos y por sus profundas convicciones, que no tienen nada que ver con la religiosidad al uso, sino con la comprensión y la convivencia entre las personas. Se llama Marcelino Lobato y nació en el pueblo leonés de Regueras de Abajo, cerca de La Bañeza, aunque desde niño su familia se trasladó a vivir a Logroño. Ayer estuvo en Laguardia, completando un tramo del Camino Ignaciano y, desde allí, caminó hasta Navarrete, en La Rioja, pasando por Lapuebla de Labarca, despertando la simpatía por las localidades que atravesó. Sin ir más lejos, en la capital de la Cuadrilla de Rioja Alavesa coincidió con un ertzaina que había hecho la ruta jacobea y que le reconoció y saludó con todo el cariño, porque le conocía por las numerosas fotos que vio de él en el itinerario.

A mitad de camino, entre las dos localidades riojanoalavesas, hizo un alto en su ruta para conversar sobre su vida y sus experiencias, poco después de que una voz le llamase al pasar por una nogalera: "Peregrino, ven pacá, y toma unas nueces". Y es que su indumentaria lo identifica desde lejos y pocos se resisten para compartir lo que tengan con el caminante.

Marcelino trabajó muchos años en una empresa de Logroño, Permolca, ahora en manos de otra multinacional y con diferente denominación. Con el cambio de dueños decidió también cambiar de vida, a pesar de estar casado y tener dos hijos. "Mi familia entiende este impulso mío -comenta el peregrino- y si no fuera por su comprensión no podría hacer estos viajes". Así que, como "el viajar da saber", decidió poner el dicho a su servicio y de esa forma ha escrito varios libros sobre la ruta jacobea, colabora con publicaciones especializadas en viajes, como Geo, da conferencias o posa en ocasiones ataviado de peregrino en fotografías comerciales. "Con eso vivo muy bien y no tengo necesidades", reconoce.

Además es muy respetado, hasta el punto de que en el alto de La Grajera, cerca de Logroño, el Ayuntamiento de esa capital le dejó una caseta donde suele entregar a los peregrinos que pasan por allí una estampa del santo, una piedrecita con una flecha pintada en amarillo y un rato de charla. En el interior colocó una imagen de la Virgen, muy respetuosa y con la manos juntas en actitud humilde y en el exterior plantó un letrero en el que se podía leer Errmita de la Virgen de la Locura, que despertó algunos recelos en entidades oficiales hasta el punto de que se temió que hubiera colocado una Virgen desnuda. Nada más lejos de la realidad. Su respeto hacia las figuras religiosas llega al extremo de ir repartiendo estampas del apóstol Santiago. Y lo hace de tal forma que parece lo más natural. "Yo sólo digo que los locos recorremos los caminos que más tarde siguen los sabios".

Marcelino comenzó sus recorrido a principios de los años 70 y desde entonces ha ido uniendo las credenciales en una larguísima tira digna de un Guinness, pero que para él es su cuaderno, donde se reflejan las anécdotas, las vivencias, su verdadera autobiografía y el testimonio de sus creencias.

"El Camino Ignaciano es, para mí, aventuras, cultura, fe. Un camino que me ha transmitido una cosa fundamental: que no sólo existe el Camino de Santiago, existen otros. En nuestro país hay tantos caminos como peregrinos. Pero si a este camino, en el 2022, le damos vida, y pasan peregrinos, pasan gentes, lo que sí estamos haciendo es una transmisión de fe, religiosidad y cultura".

Tres conceptos que él considera básicos porque en la actualidad "el peregrino de hoy día depende de un avión, de una bicicleta, de un teléfono, de un ordenador. Y al Camino le deberíamos poner tres cosas que le faltan: preservativos, marihuana y cerveza. ¿Por qué? Porque esos peregrinos que hacen el Camino no tienen tiempo de mirar para atrás, ni mirarse al espejo. El Camino es una comunicación de personas, un intercambio de culturas y aquí, en el momento que llevas un reloj y te marcas una hora, pierde el sentido".

Marcelino llegó el día anterior a Laguardia y allí caminó por las calles, se tomó unos vinos y hablo con la gente. "Ése es el Camino, la comunicación con la gente", asegura, "y lo demás no tiene importancia. He dormido sobre fardos de paja, debajo de puentes, en las puertas de las iglesias, he ido tres días sin duchar. No me ha importado!".