EL Atomium de Bruselas necesita un pulido. El símbolo de la capital belga había dejado de brillar por efecto, dicen, del queroseno que desprenden los aviones que lo sobrevuelan. Ayer podía verse a un equipo de operarios colgados con arneses de una de las bolas que componen esta curiosa construcción, para quitarle el color mate adquirido con el paso del tiempo. A su lado, en contraste, otras bolas ya pulidas vuelven a mostrar el monumento en todo su esplendor.
El Atomium es una estructura de acero y aluminio de 103 metros de altura, construida para la Exposición General de primera categoría de Bruselas de 1958. Representa un cristal de hierro ampliado 165.000 millones de veces. Está formado por nueve esferas de acero de 18 metros de diámetro. En el interior de las esferas hay exposiciones de carácter tanto permanente como temporal. Entre las exposiciones permanentes merece la pena destacar la que se refiere a la propia Exposición de 1958, en la que se incluyen todo tipo de documentos gráficos y multimedia. En la esfera superior hay un restaurante. El Atomium se ha convertido en un auténtico símbolo de la capital de Bélgica.
PARA seis meses La estructura fue diseñada por el arquitecto André Waterkeyn y fue planeada para permanecer seis meses; sin embargo rápidamente se convirtió en una atracción turística. A partir de marzo de 2004, se llevó a cabo un proceso de renovación. El Atomium abrió nuevamente, totalmente renovado, el 18 de febrero de 2006. En su interior se incluyó un elevador que lleva a la cima a una velocidad de 5 metros por segundo.
La Exposición General de primera categoría de Bruselas de 1958 tuvo lugar del 6 de julio al 29 de septiembre de 1958 en Bruselas y estuvo regulada por la Oficina Internacional de Exposiciones. Tal vez esta fue la exposición más famosa del período de la Guerra Fría. El hecho de haber sido la primera exposición de primer rango celebrada después de la Segunda Guerra Mundial, le dio un mayor significado: los gobiernos de los aliados de Europa Occidental aprovecharon la ocasión para demostrar sus éxitos de posguerra, mientras que los países del Eje -Alemania, Japón e Italia- vieron en ella una oportunidad de pulir su imagen internacional. No obstante, lo más destacado entre la general majestuosidad de la feria fue la tensión evidente entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que utilizaron sus respectivos pabellones para promover sus regímenes políticos.
Para la posteridad ha quedado el Atomium, que fue el eje sobre el que giró toda la exposición. Otro símbolo hoy en día universal como es la Torre Eiffel también nació en una exposición universal, la de 1889.
la 'capa' de queroseno El efecto del queroseno que utilizan los aviones como combustible se asemeja a la lluvia fina, que no se percibe, pero que va dejando su huella a ras de suelo. La prueba del algodón, en este caso, la constituye el brillante Atomium, que ha ido perdiendo vistosidad hasta necesitar un lavado de cara a fondo. La emisión contaminante de los aviones se produce, principalmente, en las fases de despegue y aterrizaje, según explicó a Efe el ingeniero aeronáutico Ignacio Ferrero, miembro del Colegio Oficial de Ingenieros Aeronáuticos de España. La Unión Europea establece unos límites en las emisiones de estos gases de efecto invernadero que, según Ferrero, "siempre son respetados", aunque el aumento exponencial de los vuelos aéreos, fomentado por la aparición de las compañías de bajo coste, hace que el sector de la aviación contribuya cada vez más a la mala calidad del aire. Los aviones son "muy contaminantes", según el experto de energía y cambio climático de WWF/Adena Heikki Willstedt, y además de contribuir al efecto invernadero, "empeoran la calidad del aire", sobre todo, en las zonas donde se ubican los aeropuertos. La limpieza dejará el Atomium como los chorros del oro, pero, ¿el queroseno cae solo sobre los monumentos brillantes?