Vitoria. De la nada absoluta a la existencia de una red de profesionales capacitados para atender a las víctimas de episodios y casos de dependencia grupal. De la soledad e indefensión de los damnificados a un entramado al que recurrir para tratar de dejar atrás las consecuencias de una desestructuración completa de la personalidad. Ése es el camino que se ha dibujado en el ámbito de la lucha contra los efectos de los movimientos religiosos, asociaciones y empresas con actitudes de carácter sectario. Y, sin embargo, la senda aún muestra que queda mucho por recorrer. No en vano, los tratamientos y las terapias existentes en la actualidad son sólo obra del tesón y la perseverancia de organizaciones y profesionales que apuestan por ayudar a las víctimas de ese tipo de organizaciones, toda vez que las diferentes administraciones han naufragado con estrépito en la materia. De hecho, en la actualidad Osakidetza, o sus versiones territoriales en otros puntos del Estado, ni siquiera contemplan específicamente este tipo de dependencias, por lo que recurrir a ellas se antoja una pérdida de tiempo.

Las diferencias en este sentido son apabullantes cuando se comparan los recursos y herramientas públicos del Estado con los de otros países, como Francia, donde este tipo de patologías psicológicas cuentan con la respuesta de equipos multidisciplinares de profesionales aptos para combatir los males que presentan las víctimas que llegan a sus manos. Y eso ocurre desde hace décadas. Sin embargo, un paso más abajo de los Pirineos, la disposición institucional al respecto es nula, según desvelan expertos consultados. Lo que existe se ha puesto en marcha desde las asociaciones que luchan contra las consecuencias de la dependencia psicológica que crean las sectas en sus adeptos. "Aquí no hay nada así", indica a este diario Juantxo Domínguez, presidente de Redune, que es la Asociación para la Prevención Sectaria.

Sin embargo, desde ese ámbito civil poco a poco se han establecido las bases de una red de profesionales particulares y de organizaciones privadas que han logrado ampliar el espectro de la atención a las víctimas de este tipo de credos y sociedades sectarias cuyo número, por desgracia, está creciendo por el impacto colateral de los efectos de una crisis económica sin precedentes en el mundo occidental.

Por desgracia, en épocas de gran convulsión social y económica, el pesimismo se generaliza y provoca sensaciones en las que el futuro se disipa. Y ahí, precisamente, es donde las sectas encuentran caladeros de almas para pescar en río revuelto. No en vano, la realidad es propicia para aquellos que saben enganchar a quienes necesitan creer. "Las sectas se presentan como la explicación sencilla a un problema complejo, prometen cubrir necesidades de todo tipo de forma muy rápida", asegura Vega González, psicóloga clínica y gerente de AIS (Atención e Investigación de Socioadicciones). Esta aseveración encontraría acomodo en la tesis que advierte de que en la actualidad, en Álava, la incidencia de organizaciones, empresas o credos sectarios se habría redoblado en apenas cinco años. De hecho, de los 18 que se contabilizaban en 2007, con alrededor de 700 damnificados-adeptos (entre 3.000 y 4.000 en el conjunto de Euskadi), se habría pasado a entre 25 y 30. La severidad de este dato, a falta de estudios que contabilicen a unos y otros -circunstancia que se antoja imposible-, deviene de las distintas tipologías de víctimas atendidas en los grupos de ayuda ante la manipulación psicológica efectuada desde sectas y estructuras análogas.

Tales percepciones dan fe de la complejidad de un problema que requiere atención, ya que sus consecuencias se barruntan dramáticas. Y no necesariamente por la cantidad de las víctimas, sino por la complejidad de la calidad de los daños que potencialmente pueden sufrir. "Cuando nos llegan ya están muy mal", afirma la citada psicóloga clínica. Lógicamente, cada situación es un mundo y cada mente es diferente.

Sin embargo, lo perverso de la incidencia sectaria no recae exclusivamente en las circunstancias personales de los potenciales adeptos, sino en la realidad. Según desvela González, no se puede hablar de un perfil concreto de damnificado, sino de situaciones que hacen más vulnerables a éstos, como el paro, procesos de separación o situaciones económicas comprometidas, entre otras. Ahí es, precisamente, donde las sectas encontrarían su filón. Y actúan. "Ofrecen felicidad y bienestar a personas desesperadas", explica la gerente de AIS. No obstante, sí que es cierto que cada persona responde de una manera a según qué estímulos. Unos, con objetividad. Otros, por desgracia, no.

Sea como fuere, es evidente que la labor particular se ha dejado notar en la lucha contra los efectos de los movimientos sectarios. No en vano, en los últimos cuatro o cinco años se han añadido cada vez más especialistas a esta red especializada en la puesta en práctica de las terapias necesarias para hacer frente a pacientes a los que se ha creado una dependencia brutal hacia algo o alguien. A la labor primigenia de AIS (Atención e Investigación de Socioadicciones) se le sumó la de la citada Redune (cuyo germen, Largantza, creció en el corazón de Euskadi) y una red de profesionales desperdigados por el Estado (La Rioja, Aragón, Donostia, Burgos, Cantabria y Cataluña) que, a su compromiso, saben añadir pericia y herramientas con la que combatir la dependencia grupal que acostumbran a presentar los damnificados por este tipo de movimientos desestructurantes. "Las víctimas son gente que necesita ayuda personal y personalizada, porque cuando nos llegan están muy mal. Cuando necesitaban algo muy concreto no tenían. Nadie lo tomaba en consideración. Se les llevaba a un psiquiatra y punto", resalta Domínguez.

Terapias

Un proceso duradero

Y eso, desde el punto de vista de la atención psicológica y sociológica, se antoja insuficiente. Según desvelan portavoces acostumbrados a trabajar con este tipo de víctimas, éstas llegan a los puntos de ayuda tras haber sufrido procesos de dependencia y de desestructuración difíciles de combatir mediante fármacos, exclusivamente. De hecho, la forma de trabajar de las sectas y grupos con un funcionamiento análogo incluiría tres fases bien diferenciadas y encaminadas a guiar al adepto hasta su dependencia. Según los manuales, en un primer momento, se encuentra el estadio de captación, acogida o ayuda. Después, esa primera etapa dejaría paso a una nueva en la que se trataría de integrar al adepto, al que ya se empezaría a pedir el pago, por ejemplo, de la voluntad, para seguir con los tratamientos, cursos o terapias propuestas. Por último, llega la dependencia total de la víctima, a la que se habría creado una fuerte dependencia hacia algo o alguien. "Es el retiro" de la vida, tal y como explica Vega González, quien recuerda que "según pasan las etapas es más complicado ayudar al damnificado que, cuando está enganchado, ya ve lícito hasta, por ejemplo, pagar fuertes sumas de dinero al grupo que le ha captado".

El acceso a una secta es imperceptible. Se produce poco a poco. Casi de manera sigilosa, sin que la familia y los amigos se den cuenta. Cuando estos notan cambios de comportamiento ya es tarde, porque es cuando los adeptos ya sufren procesos de secretismo, aislamiento y retiro. "Éstas son las fases avanzadas", añade González.

Ante tales situaciones, la experiencia acumulada por los años determina formas de actuar para tratar de limar los rigores impuestos en las mentes de las víctimas desde este tipo de grupos de manipulación psicológica. Ya no sirven ni se usan terapias agresivas como las desprogramaciones de antaño. "Ahora se trata de ayudar a que salga. Trabajamos con la familia para que contribuyan a que el damnificado cambie pasos. Se le dan pautas. Se trata de despertar la parte crítica del adepto, aunque no desde el principio", relata la responsable de Atención e Investigación de Socioadicciones. En total, el proceso de deshabituación se prolonga entre 12 y 18 meses, periodo en el que salen a la luz distintos problemas. "Las sectas ya saben cómo trabajamos. Incluso los adeptos te confirman aquello de que ya me avisaron de que me ibais a decir esto".

La falta de ayuda institucional no siempre ha sido así. De hecho, en legislaturas pasadas en Cataluña se llegó incluso a plantear la posibilidad de que la Administración autonómica asumiera ese tipo de situaciones con damnificados de procesos de dependencia grupal. Se creó al respecto una comisión interdepartamental con la presencia de responsables de la Sanidad pública, de la universidad o de la Administración. Sin embargo, al final, distintas circunstancias echaron a perder la intención. "En otros lugares, nos llevan décadas de ventaja", explica el responsable de Redune, que lamenta que sea "descorazonador comprobar cómo se aparca a la gente que sale de una secta y que no recibe la atención adecuada".

ámbito judicial

Vacío legal

Sea como fuere, lo cierto es que la inacción institucional sobre el particular encuentra derivadas, incluso, en el ámbito jurídico. "Se aduce que como la víctima es mayor de edad... Parece que no se puede hacer nada y parece que es muy complicado demostrar que un damnificado por una secta o similar sufre daños psicológicos", asume Domínguez. Sin embargo, fuentes consultadas indican que paulatinamente va ganando peso en las estructuras judiciales y de investigación la figura del psicólogo forense (capaz de discernir el grado de manipulación sufrido por una víctima), necesaria, a juicio de los citados portavoces, para facilitar el trabajo a las fiscalías encargadas de la investigación de este tipo de grupos. Con ese perfil de profesionales, ya se han dado casos de fiscales en el Estado que han tomado en consideración las evidencias de manipulación psicológica. "Es cuestión de tiempo. Sólo hay que esperar que alguien abra la puerta", aclara Domínguez, en referencia a la creación de doctrina judicial válida para luchar contra grupos de manipulación psicológica. "Hay un vacío legal increíble", corrobora Vega González, gerente de AIS.

¿Quiénes son?

La imagen de credo religioso ha quedado desfasada

La actualidad se ha convertido en terreno abonado para el éxito de ciertos comportamientos que acostumbran a aparecer, ya no con la imagen tradicional del santón seguido de sus fieles en busca de quimeras, sino como empresas, sociedades o asociaciones, en principio, legales. Éstas reeditarían formas de actuar que provocan daños psíquicos y patrimoniales a sus víctimas, en las que inocularían la dependencia hacia alguien o algo mediante habilidades manipuladoras que buscan someter la personalidad o el patrimonio de los adeptos -clientes-, o de ambas cuestiones. Por lo tanto, la imagen clásica de una secta, entendida como un movimiento de carácter religioso y cerrado, está dejando paso a iconos más modernos que nada tienen que ver con iglesias, ritos o creencias, al menos, no en el sentido tradicional.

De hecho, en la actualidad, este tipo de corrientes ya sólo constituiría el 30% del conjunto de sociedades con comportamientos sectarios. El 70% restante aparecería detrás de centros terapéuticos o de recuperación de toxicómanos, gabinetes psicológicos o de mejora personal, entidades culturales, ONG, estructuras piramidales o sociedades mercantiles perfectamente legales e inscritas en los registros pertinentes. No se trataría, dadas las circunstancias, de sectas en sentido estricto, sino de otro tipo de sociedades sospechosas por sus formas de trabajar, generalmente, "muy fundamentalistas y totalitarias", indica Domínguez. Una oferta de un curso de parapsicología, o de esoterismo, o quizás de técnicas de relajación mental o corporal, de yoga, de magia, o de filosofía egipcia o religiones orientales puede esconder a un grupo de estas características. Puede aparecer como grupos multinivel, como asesorías especializadas en la venta de diferente material -libros, charlas o DVD-, como grupos de interacción familiar, como expertos en ciencias alternativas.