ÁLAVA cuenta con cinco parques naturales, más de la mitad de su suelo carece de huella humana, la calidad de su aire es prácticamente impecable, y se ha mejorado mucho en el respeto a sus cauces fluviales. Su capital es ahora mismo la referencia medioambiental de Europa, y cada intento de generar riqueza económica agrediendo al medio ambiente es inmediatamente contestado por la sociedad.
Sin embargo, los alaveses usamos teléfonos móviles y ordenadores portátiles alimentados por baterías de coltán, comemos atún de los caladeros del Índico, le echamos al depósito del coche biodiésel fabricado a partir del aceite de palma indonesio, y cubrimos los corchos de las botellas de vino con estaño boliviano. En otras palabras, generamos la basura fuera de casa, degradamos el medio ambiente de remotos países para vivir en una Euskadi sostenible, pero habilitada además con todas las comodidades de un desarrollo tecnológico basado en esquilmar los recursos y el entorno de terceros países.
Esa es al menos la tesis que defiende el proyecto BioRes, una iniciativa surgida en la UPV y que reúne a investigadores de distintas disciplinas -economistas, expertos ambientales, ingenieros- que han investigado la huella ecológica que deja Euskadi allende sus fronteras. Bajo el título Morosos de la Biodiversidad, el informe busca "estudiar la deuda ecológica de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), es decir, las relaciones actuales de nuestra economía con otros países, y cómo les perjudican nuestras actividades e importaciones a nivel medioambiental y social", señala la doctora en Ciencias Medioambientales Leire Urkidi. Las conclusiones extraídas del estudio determinan que "Euskadi recibe mucho más de lo que da", generalmente de países del sur. El petróleo y el gas vienen de Nigeria, los agrocombustibles de Indonesia, los minerales de Mozambique o Bolivia, el atún de Kenia y las Seychelles, productos todos ellos que habitualmente son extraídos del entorno natural mediante procesos agresivos con el medio ambiente y cuyos beneficios no revierten en la población autóctona. Urkidi va más allá y asegura que "el 85% de nuestras empresas pertenecen al sector financiero o energético, y provocan grandes conflictos sociales y medioambientales en estos países".
Más pobreza Lejos de generar riqueza en los países de los que se importa, los recursos naturales los empobrecen más, según los autores del estudio, debido a "las condiciones actuales de intercambio internacional, a la impunidad con las que actúan muchas transnacionales y a la complicidad de las autoridades". La otra cara de la moneda es que el uso de países empobrecidos como huerto, cocina y vertedero de la sostenible Euskadi supone una gran dependencia externa en cuanto a materias primas, y por ello los responsables de BioRes abogan por "producir más en casa".
Morosos de la Biodiversidad se gestó en 2011 y durante este año se está difundiendo, en buena medida mediante un documental que trata de explicar de forma didáctica todo este proceso de externalización de la huella ecológica. El documental presenta tres casos de importación, el primero de ellos la producción de biocombustibles en Indonesia, el segundo la explotación de minerales en Bolivia, principalmente el estaño de las botellas de vino, y en tercer lugar la pesca en Kenia y las Seychelles. "Tres investigadores viajamos a estos lugares para estudiar de primera mano el impacto y el daño provocado por estas actividades", explica Urkidi.