La lluvia regresó como antaño. No se quiso perder una de esas citas que convierten a la capital alavesa en algo más que green. Se lo tomó con calma y le costó dejar de empapar el ánimo de la gente, ya de por sí quebrado por la situación económica y social, peor que nunca por estos lares. El caso es que diluvió, sobre todo, por la mañana. Y ello afectó seriamente a la normal afluencia de visitantes, que acostumbran a convertir el Mercado Medieval de esta ciudad en una de esas citas ineludible e inabarcable. El caso es que la presente edición de este ejercicio de retrospección inició su jornada grande, la de ayer, mojada hasta los huesos. Sin embargo, ni siquiera la chaparrada pudo con los personajes que salieron como setas en el Casco Viejo. Soldadesca ávida de licores y vinos con los que calmar su sed y sus instintos más primarios, insinuantes bailarinas en la zona árabe, mercaderes con todo tipo de lujos, ungüentos, manjares y aromas llegados de más allá de lo conocido, y artesanos y otras especies no siempre bienvenidas entre las gentes de buena condición. El caso es que entre todos lograron espantar el mal fario de la climatología y poco a poco las callejuelas elegidas para la ocasión volvieron a transformarse en hervideros repletos de curiosos y de actividades con las que ganar la ilusión de niños de todas las edades, desde los que de verdad van al colegio hasta los que regresaron ayer a sus ilusiones para teletransportarse a otra época. De eso se trataba, de disfrutar como antaño. Pese a las circunstancias y pese a lo que cayó, del cielo y de los recortes del Gobierno de Mariano Rajoy, que todo llegó al mismo tiempo.

En ésas, elegir una de las opciones propuestas por los responsables del Mercado se convirtió en una verdadero problema. Los tenderetes con lo mejor de la gastronomía se erigieron en el reclamo con más posibles. Los aromas a pasteles, mermeladas, panes y demás frutos del esfuerzo de los artesanos concitaron pronto la atención de propios y extraños. No fue lo único que gustó. También los puestos de jabones y de manufacturas de papel compartieron la atención de matrimonios con hijos, de cuadrillas y de familias enteras. Las alhajas de plata y las armas más modernas, con los últimos modelos de espadas y ballestas llegados desde la mismísima Toledo, también tuvieron compradores, que se paseaban con sus adquisiciones por el recinto medieval. Los más pequeños, que aún no tienen edad para manejar a Tizona y compañía, se tuvieron que conformar con réplicas de madera un tanto bastas. Pese a no ser lo mismo, servían para acometer con éxito al contrincante de turno, que podía esconderse tras los músicos que se paseaban por la plaza del Machete, o los exhibidores que mostraban sus habilidades en cetrería y en el arte de hacer arrumacos a deslizantes serpientes, no siempre del agrado de toda la concurrencia.

En medio de todo ello, talleres que mostraban cómo hacer vasijas de barro y otros menesteres propios de la vida del medievo. También llegaron gentes arrastrando piedra. ¿El motivo? Definitivamente, en este mundo hay gente para todo, aunque los susodichos arrastraban el material como hacen desde hace varias ediciones para mostrar al gentío las fórmulas que empleaba el sector de la construcción de entonces. Nada más y nada menos, transportaban la piedra desde la cantera de Ajarte.

La marcha de las ventas "¿Ventas? Aún es pronto para decirlo. El día no acompaña mucho y la cosa está muy achuchada. También queda mañana (por hoy)", explicaba uno de los tenderos, ataviado como mandan los cánones, al menos, como mandaban hace unos siglos. Sin embargo, pese al poco optimismo inicial, sí que se veían compras y ventas. Sobre todo, de pasteles. Su olor los hacía irresistibles.

Los puestos de braserías y similares también encontraron clientela. Y mucha. La pitanza en el fuego era suficientemente atractiva como para no pararse a llenar un poco la tripa con manjares de primer orden. De ayer y de hoy, porque también se podía componer la situación con una ración de bravas y una sidra de ésas que vienen en botella, que muy medievales no son... Pero que sirven para lo mismo. Y hoy, más y mejor.