Vitoria. VIDA real. Un hombre solicita la excedencia del trabajo durante un año para cuidar de sus hijos. Sus jefes, algo extrañados, se preguntan si ese hombre no estaba casado y si habrá enviudado o similares. Lo comentan entre ellos, aunque no se atreven a preguntar. Hoy en día, la teoría dicta que la igualdad en materia de conciliación laboral y familiar es una realidad, pero la práctica todavía mantiene las reminiscencias de una sociedad educada en el rol de la mujer-cuidadora y el marido-trabajador. Y aunque esa barrera ha ido perdiendo altura en los últimos años, lo cierto es que los datos de esta misma semana del Instituto Vasco de Estadística (Eustat) apuntan a que la mitad de las mujeres con trabajo emplean cinco horas al día al cuidado de sus hijos, mientras que sólo uno de cada siete hombres presenta la misma dedicación que sus cónyuges.
Estos datos son el fiel reflejo de una sociedad que da pasos en favor de una conciliación que todavía tiene más que ver con una utopía que con una realidad. Porque, al final, el trabajo se duplica y el tiempo de ocio para las madres queda reducido a la mínima expresión, mientras que los varones disfrutan más, por ejemplo, de esta condición. Y, sin embargo, se han necesitado años para conseguir que estos avances se materializaran. "Hoy en día parece que hablar de conciliación es una utopía por aquello de que encima que tengo trabajo... Sería una pena que diéramos marcha atrás después de lo que hemos conseguido. No es incompatible trabajar y tener una familia", reivindica Natalia Díez Caballero, directora de la asociación de familias numerosas de Euskadi, Hirukide.
Aunque es cierto que en el caso de este colectivo, la cosa se complica aún más. Porque la conciliación se convierte en casi una quimera ante la imposibilidad de que uno de los progenitores se acoja a una reducción de jornada o excedencia y mantener la economía familiar, salvo que uno de los miembros de la pareja disfrute de un sueldo elevado. "Las ayudas económicas no reflejan a las familias numerosas porque se ha roto la brecha entre el hombre y la mujer, pero no se contempla el número de hijos", lamenta Natalia, que representa a las 20.000 familias que tienen tres o más hijos en Euskadi.
¿Engaño? Y, en cualquier caso, por la configuración de la sociedad, el mayor sueldo casi siempre recae en el hombre. Aun así, Natalia no quiere caer en el discurso del timo a la mujer con la conciliación. "No es que nos hayan engañado, pero la realidad de la sociedad no se refleja en las políticas de familia. Es una asignatura pendiente ayudar en todos los ámbitos familiares, a una vivienda digna, en el tema laboral... Hay que hacer una apuesta por apoyar la familia de forma transversal para que se tome en serio esta materia", reclama.
Y, mientras tanto, deja patente que el cambio ya se está produciendo, no sólo a nivel institucional, sino también cultural con la transmisión de la igualdad en las parejas jóvenes. "Hay que dar tiempo para equipararnos porque ahora mismo es difícil. Dependemos mucho del cambio cultural de la sociedad y falta mucho para llegar a la conciliación de la que disfrutan los países nórdicos. Aun así, ahora hay más casos de excedencia de hombres y ya se está viendo un poco esa modificación", explica Natalia asumiendo que, desde luego, la conciliación sería más satisfactoria "si la carga fuera compartida".
Así lo ve también la directora de Emakunde, María Silvestre, que aboga por no dejar que la situación actual merme los derechos conseguidos. "Los avances en igualdad y conciliación no son una cuestión que hay que dejar al tiempo sino a la educación, la formación y la obligatoriedad. La reforma laboral va a limitar las posibilidades y hay gente que no se atreverá a pedir estos derechos por miedo a la situación actual", explica.
Y recuerda que la contribución masculina en el cuidado de los hijos ha avanzado mucho, pero no hay que olvidar el gran debe pendiente que tiene la sociedad con las tareas domésticas, realizadas fundamentalmente por las mujeres. "La conciliación es claramente femenina. Hay más corresponsabilidad en el cuidado de los niños porque socialmente existe una valoración positiva, pero no en las tareas del hogar. Todavía funcionan mucho los estereotipos de las labores asociadas a las mujeres", valora Silvestre.
Medidas Por ello, aboga por seguir tomando medidas tanto desde la Administración como desde el hogar. "Existen hombres a los que les cuesta pedir las reducciones o excedencias porque en las empresas no lo entienden. Por eso, hay que implementar los permisos de maternidad y paternidad para que sean personales e intransferibles como se hace en Noruega e Islandia para cambiar los valores empresariales", propone. Por otro lado, también implica a las enseñanzas impartidas desde casa ya que considera que "a nivel de valores, educación y ejemplo, las familias tienen un papel importante".
Y también anima a la mujer a cambiar su propia mentalidad y revelarse ante la educación y estereotipos sociales. "Reparto va a haber siempre. A veces el problema es que las mujeres lo vivimos como una culpa porque lo consideramos nuestra función. No sé si nos han engañado con la conciliación. Se ha avanzado en autonomía económica y eso es importante, pero también es cierto que ha habido una creciente incorporación de la mujer al mundo laboral y no de la misma forma que el hombre a las tareas domésticas. Y eso repercute en la conocida como doble jornada femenina", evidencia.
Por su parte, la directora de Política Familiar y Comunitaria del Departamento de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno Vasco, María Dolores García, no se sorprende por los últimos datos del Eustat y tampoco entiende "que se tenga que hablar de engaño" sino de una sociedad "patriarcal que entiende el trabajo del hogar y el cuidado de los hijos y personas dependientes como competencia exclusiva de las mujeres". Así que coincide con Silvestre en que el problema se centra en que "no se ha producido la incorporación de los hombres a estas tareas ni la provisión adecuada de servicios por parte de la sociedad".
De ahí que entienda que aún queda un largo camino por recorrer en el que la mujer tiene, una vez más, el papel protagonista como agente del cambio. Una cuestión "sobre todo cultural y educativa" en la que hay que adoptar diversos frentes. "Es necesario trabajar en la educación en igualdad y responsabilidad de nuestros hijos y ser conscientes de la desigualdad y del enorme cambio cultural y de actitudes sociales que hay que realizar para alcanzar mayores cotas de igualdad, analizar las causas de la desigualdad de género, modelar nuevos roles de hombre y mujer y potenciar los servicios de apoyo a las familias para que madres y padres tengan las mismas posibilidades de desarrollo profesional", propone.
Una labor que depende también, en gran medida, de una Administración que cuenta cada vez con menos recursos en una situación de crisis en la que la igualdad pierde protagonismo con respecto a otras áreas. Así, continúa trabajando en la introducción de las acciones de coeducación en los currículos escolares y de medidas generales y obligatorias para los hombres en materia de permisos, el fomento entre los niños y niñas de las responsabilidades y la información de las ventajas de la conciliación corresponsable para toda la sociedad.
Sin embargo, estas iniciativas son insuficientes ante una sociedad en la que se demuestra que la conciliación resulta poco factible en las actuales condiciones de vida. Una situación que está llevando a muchas parejas a renunciar a tener descendencia, algo que inquieta a las instituciones. "Nos preocupa esta tendencia porque nuestra tasa de natalidad es de las más bajas de Europa, no se garantiza el relevo generacional y eso, a corto y medio plazo, va a generar graves problemas de sostenibilidad del sistema", explica García. Y recuerda, además, que no favorecer la conciliación de la vida familiar y laboral de los trabajadores acarrea serios inconvenientes para la sociedad como la disminución de la tasa de natalidad, enfermedades, estrés, fracaso escolar y desprotección infantil, sin olvidar otros como la disminución del rendimiento laboral y de la motivación, bajas encubiertas y mayor rotación en el trabajo que deriva en una menor productividad.