una fiesta desmesurada como la de San Fermín tiene que producir por necesidad una serie de leyendas urbanas que se mantienen más o menos en el cacumen del personal y alimentan la necesidad de conocer en vivo una fiesta multitudinaria, ruidosa y llena de vivencias individuales en una ciudad que multiplica por cuatro su población y en el fin de semana roza el millón de habitantes.
Las emociones del encierro, la intensidad de en la calle, la velocidad del paso del tiempo que te arrastra a lo largo del día y noche sirven de humus para fermentar pasiones y crear imaginarias y exageradas visiones que se asientan en el tiempo.
La fiesta requiere excelentes condiciones físicas para disfrutarlas y aguantarlas porque es una celebración de roce físico, de estrujamiento corporal y espiritual, de continua fregotina en la calle Estafeta, en la barra del Fitero o en las mesas de El Tremendo en Cizur. La aglomeración de benditas almas festeras y ansiosos cuerpos joteros han creado la leyenda urbana de que en sanfermines ligar está chupado y que sentir el dulce o agitado abrazo del sexo es cosa de un poquito de suerte y un mucho de gracia para ligar al personal.
Es una fiesta que propicia abrazos, contactos, besos, carantoñas y otras especialidades del arte de Casanova, pero cuidado, que nadie se lleve a engaño, ligar en la vieja Iruña es más mito que realidad, más imaginación que verdad. Existe un gran campo de efusividad que propicia acercamientos con la imaginación y el deseo desatados, pero de ahí a coronar el Tourmalet es cosa de escogidos de la fortuna que tiene un romance de San Fermín, que recordarán en sus tiempos de asilado en residencia de tercera edad.
La más célebre de las leyendas urbanas de Pamplona tiene poco recorrido y es calentamiento juliano por la presencia desinhibida y multitudinaria de una masa humana con ganas de marcha y diversión. Así que, menos lobos Caperucita, que pasearse por los escenarios de la fiesta o bailar desenfrenado en locales de música permite el acercamiento, el ligue juguetón que se diluye en la madrugada.
Otra leyenda urbana que se está desinflando es la de que en Pamplona todo está permitido y que jardines, parques, monumentos y farolas están a la libre disposición del desmadrado personal y que el libertinaje campa por sus respetos. Son fiestas perfectamente organizadas por cientos de policías de diversos cuerpos dispuestos a atajar cualquier conato de mala educación ciudadana o comportamiento incívico. La imagen de una ciudad dispuesta a la locura, el desmadre y el desmán no se corresponde con el hoy festivo.
Las leyendas urbanas continuarán por la exagerada vivencia en el ciclo navarro y la experiencia de vivir colectivamente los días con desconocidos/as que se hacen amigos en un vuelo de capote alimenta en el imaginario historietas del abuelo cebolleta que se repetirán en una espiral sin fin. Pero cuidad que no es oro todo lo que reluce ni todo el monte es orégano. Los "patas" tienen escaso recorrido y las mozas reivindican la fiesta sin el tradicional machismo.