Pamplona. Domingo y Miura. La ecuación no falla. Pero el peso pesado de los Sanfermines, 640 kilos de fuerza y arrojo, de nombre Navajito, saboteó la norma que dice que los toros sevillanos corren hermanados. El morlaco se abrió paso entre el gentío que abarrotaba el recorrido y se marcó 850 metros de zancadas nerviosas y cargadas de peligro. Por fortuna, evidenció poco tino en el dislate, ya que suyas fueron tres embestidas en Mercaderes, Estafeta y Telefónica que, de milagro, se saldaron sin lamentar cornada.

Habrían podido bautizarlo como Bisturí o Bisturito, pero no habría hecho honor a su temple, o mejor dicho, a su poco temple. Porque el animal corrió agresivo y potente, a ratos enfurecido. Él solo podría haber llenado la enfermería de bajas. No es que tuviera poco filo en sus defensas, sino que centímetros más allá o más acullá, sus ataques habrían desgarrado a más de un mozo.

El toro de Miura solo avanzó en manada los primeros metros del encierro, en los que Redondo, uno de los cárdenos, perdía las patas y resbalaba levemente, aunque sin perder el tranco. Los mansos encabezaban la torada, hasta que Navajito decidió emanciparse del resto del lote y emprendió su carrera independiente y amenazadora.

El toro sevillano tumbó al primer corredor en la misma plaza del Ayuntamiento, antes de arremeter contra un grupo de mozos que esperaban la llegada del encierro al inicio de la calle Mercaderes. Solo les metió el susto en el cuerpo, porque el noble astado de Miura continuó corriendo sin pausa, mientras los demás morlacos se mantenían hermanados, acompañados por los cabestros.

Navajito siguió acelerando y abriéndose paso hasta la curva de la Estafeta, donde un mozo aguardaba, inconscientemente, la oportunidad de tomarle la cara a las bestias. Le pasó rozando el pitón del miura, que ya enfilaba hacia el coso pamplonés y encadenaba el segundo momento de mayor peligro de la mañana.

susto en la Estafeta El astado fijaba su mirada en uno de los corredores, al que hacía trizas pantalón y blusa, para no dejar dudas sobre lo afilado de sus pitones, al tiempo que lo levantaba en volandas. A continuación, el burel embestía contra un grupo de mozos que se apretaban contra el lado izquierdo de la calle, a uno de los cuales empalaba por el cuello, pero sin herirlo por asta.

Desde ahí hasta el tramo vallado de Telefónica, lucimiento a raudales delante del morlaco, que exhibió nobleza en las mismas dosis. Solo su impetuoso embate puso en apuros a algunos mozos que tras correrlo varios metros, buscaban refugio y oxígeno en los laterales tras el exigente esfuerzo. La manada, con cierta desventaja, seguía sus pasos compacta.

Se guardaba Navajito para el final el tercer trance de mayor congoja de la mañana. Tras desfilar por delante del edificio de Telefónica, y ya en el acceso al callejón de la plaza, el miura derrotaba contra los mozos que corrían por su derecha, a los que tumbaba en parecida secuencia a la que había protagonizado en la Estafeta, ya que otro mozo era vencido al ser enganchado por el cuello por la pala de uno de sus cuernos. En esta ocasión, tampoco hubo que lamentar cornada.

La entrada en el ruedo fue también algo accidentada, con varios corredores cayendo de bruces y formando una pequeña montonera, que fue evitada por el primero del encierro y por el resto de la manada. Navajito giraba sobre sus patas en la arena y, ligeramente despistado, seguía los pasos de sus hermanos, enchiquerados por los pastores, que templaban su acero con precisión quirúrgica.