La France me esperaba el pasado lunes con una nevada antológica, de las de febrero, pasando de los 30 grados a bajo cero en cuestión de 24 horas, algo que no debe de ser muy bueno para el cuerpo. Pero eso era lo de menos. Al kilómetro escaso por tierras galas, empezó la mayor tortura hasta la fecha en los ya casi 1.300 kilómetros de recorrido; el expolio, robo y saqueo de las compañías telefónicas, esas presuntas empresas que mantienen viva la llama de las fronteras cerradas en Europa, algo ya superado hace más de 25 años para el resto de los mortales. Pero ellos se empeñan en no olvidar, fundamentalmente para llevar a cabo el hurto legal a la ciudadanía en general, ante el silencio cómplice de la clase política, que no tiene los arrestos suficientes para plantar cara a los piratas del siglo XXI, a los que les compensa pagar las multas que de vez en cuando les pone la Unión Europea, roja de vergüenza, y seguir campando a sus anchas.

Es lógico, si robo mil y me ponen de multa cien, gano novecientos, con lo que sería absurdo dejar de robar. El día que al robar 1.000 les multen con 1.500 todavía se lo pensarían, pero parece que el triunfo de lo evidente está aún muy lejano y los saqueadores cabalgan sin freno. Y sin vergüenza. En cuestión de una hora, y a pesar de que las ondas son universales, me encontré con la realidad de los que dominan el mundo a su antojo y pasé a un estado de semi-incomunicación, porque el presupuesto de La Memoria es el Camino es el que es para todo un año, inferior a lo que se gastan en dietas los miembros del Consejo de Administración de cualquier compañía telefónica en un solo día, y no se lo van a pulir multimillonarios sin escrúpulos. Así que a la mochila, las ampollas, la espalda y la lluvia hay que sumar a los del desconecting people, el fenómeno meteorológico más devastador de todos, el que ataca directamente a la cartera. Estas gentes, en Islandia han pasado por delante del juez. En la piel de toro siguen acudiendo a saraos, recibiendo homenajes y dejándose ver en besamanos. Es lo que hay, no da para más. De cabeza al precipicio.

Pero dejando al margen a los que levantan barreras, la primera semana por tierras galas me ha recordado que debo cambiar los horarios, que los lunes son días de fermé y que tengo que llamar el día anterior al pueblo siguiente para saber si hay sitio para dormir, Y también que hay gente para todo. Si lo de ir andando a Jerusalén tiene su punto de locura, el coger un burro en Córdoba, cargarle la mochila e irte andando hasta Lourdes tiene su punto y medio. Eso es lo que me encontré en Oloron-Saint Marie, cuando coincidí con Antonio, un cordobés de Pozoblanco que ya ha superado tres cánceres y tres diferentes caminos, a uno por cáncer. Lo de la mochila es pesado, pero aparcar un burro en mitad de las ciudades también tiene su aquel. Antonio me contaba que el burro había dormido en varias plazas de toros a su paso por España y había que verlo por mitad de las calles de Oloron ante la atónita mirada del personal. Aunque bien pensado, siempre es más inteligente llevar un burro que un móvil. Y mucho más barato, por mucho que coma el animal. Y me refiero al burro, no a los del Consejo de Administración. Esos no comen, devoran.