Vitoria. En tiempos como los que corren en los que el anonimato gana espacio frente al trato cercano de antaño, un evento como el organizado ayer en Hegoalde parece de obligado cumplimiento para dejar de mirarse al ombligo y confraternizar con el de al lado. Máxime si, como comentaban ayer los organizadores de la Fiesta de la Primavera, se mantiene un pacto para conseguir que la climatología respete todos los años este acto.
A pesar de que la mañana amenazó lluvia en varios instantes e incluso llegó a lloviznar por momentos, este vecindario disfrutó de la jornada matinal sin mayores incidencias. No al menos más allá de la música a todo volumen, los gritos alborotados de los más pequeños en los hinchables y los diversos talleres que permitieron que los vecinos de la zona se sintieran como en casa compartiendo sus conocimientos y aptitudes. "Es una fiesta familiar, de convivencia, en la que tiene cabida todo el que lo desee. Parece que es un barrio antiguo y, por ello, igual poco participativo, pero en cuanto organizas algo así se ve que la gente está deseando involucrarse", explicaban Serafín Lahidalga, presidente del Consejo de Olarizu, e Inma Hernández Abaitua, coordinadora del centro cívico Hegoalde.
Y es que los jardines de Maurice Ravel, que rodean este edificio, se convirtieron en un portal de bienvenida a la estación de las flores, donde decenas de personas decidieron pasear y disfrutar de los talleres y puestos que salieron a la calle. Los más pequeños se decantaron por los hinchables y el gargantúa para ir después a descansar un poco mientras se les hacía una obra de transformación con maquillaje y se convertían en gatos u otros animales.
Así no era de extrañar que, de repente, en el taller de plantación de lechugas apareciera algún que otro ser extraño. No era el caso de Izaro, que recién aterrizada de mano de su madre Adela Villasur, tuneaba su tiesto con un caracol y trazos de colores todavía sin camuflar. "Está entretenido. Nos mandaron una circular de la ikastola Adurza y hemos venido a dar una vuelta", explicaba mientras la pequeña se removía ya inquieta.
Solidarios No muy lejos de allí, la txosna solidaria vendía pintxos para el proyecto de convivencia intercultural del colegio San Ignacio. No es de extrañar que tras la demostración de tai chi, aerobic popular y coreografías populares los participantes requirieran reponer fuerzas. Lástima que el ganador del novedoso concurso de pintxos de primavera que se ha celebrado durante esta semana no estuviera presente. Y es que el jurado no pudo resistirse a los encantos del inrollado del bar In, un rollito de carne de pollo relleno de espinacas, piñones y langostinos sobre una cama de cebolla caramelizada.
Y como una jornada primaveral sin flores no es lo mismo, el grupo del jardín comunitario dio la oportunidad a todo aquel que quisiera de trasplantar petunias y llevarse el fruto de su trabajo a casa. Y fueron muchos. Hasta 320 plantas fueron repartidas entre los asistentes, que pala en mano realizaban cuidadosamente el proceso. "No es una cuestión de que vengan y se lo lleven. Tienen que hacer algo, preparar las raíces, poner más tierra y colocarlo en una maceta adecuada", explicaba la monitora de jardines comunitarios, Raquel Celamín.
Algo más complicado lo tuvieron los voluntarios del centro de salud Olarizu, que informaban de la posibilidad de apuntarse a un interesante y útil curso de promoción y hábitos saludables en la actividad sexual, que se impartirá del 3 al 5 de octubre. "Es un taller de prevención sexual orientado a personas entre 18 y 35 años en el que se hablará sobre anticoncepción, enfermedades de transmisión sexual y el virus del papiloma humano", explicaba Itxaso Urcelay a aquellos más receptivos a su oferta de información.
Cientos de flores, miles de gritos, unos cuantos tragos de vino y muchas actuaciones después, el evento llegó a su fin sobre las 14.00 horas. Y no llovió. Eso sí, según terminó el programa el contrato puso fin a su vinculación y el cielo se despachó a gusto. Ya se sabe, aguas mil.