LA entrada a Pamplona fue mucho más caótica de lo que esperaba. Después de 954 kilómetros interpretando las flechas al revés, poco antes de Almandotz empecé a seguir las flechas al derecho por primera vez en más de 50 días. Entraba en el camino baztanés, el que une Baiona y Pamplona a través del valle del Baztán. Un camino de cinco etapas absolutamente recomendable, especialmente el tramo entre Berroeta y Lantz, con la ascensión a Belate y posterior descenso a la guarida de Miel Otxin. Todo iba sobre ruedas pero se torció en la etapa entre Ostiz y Pamplona, teóricamente mis dominios. Hasta tres veces me perdí tratando de seguir las flechas en los alrededores de la capital navarra en medio de otro aguacero, en montes a los que mi padre me llevaba de crío pero ya se sabe, en casa del herrero, cuchara de palo.

Hasta que decidí tirar por la calle de en medio y lanzarme en picado de mitad del monte a la carretera general. Mucha agua y mucho tráfico pero tenía un motivo más que sobrado para no perder tiempo. En medio del aguacero, en la Trinidad de Arre, me esperaba un nutrido grupo de personas con esclerosis múltiple, la mayoría en silla de ruedas, junto a personas de la Asociación de Esclerosis Múltiple de Navarra (ADEMNA) para acompañarme en mi entrada al kilómetro 1.000, la vieja Iruña.

Así que ese día, más que andar corrí para no llegar muy tarde a mi cita. Y allá estaban, frustrados por la imposibilidad de acompañarme debido a la climatología, y demostrando que solo la voluntad puede hacer frente a las dificultades en otra enfermedad especialmente dura. La muestra de solidaridad desde el sufrimiento a los enfermos de alzhéimer fue una lección más que me está regalando el camino, como conocer el caso de Alicia, diez años con la lateral, la más complicada de todas, y su tesón, fuerza y empeño por seguir viviendo.

Después estuve en con los miembros de la Junta de ADEMNA, que me contaron las dificultades por las que atraviesan, los recortes sobre los recortes, la impagable labor de los voluntarios que suple en cierta forma la falta de recursos, la invisibilidad de la enfermedad porque, al parecer, la sufren un número reducido de personas. Medio millar en Navarra, me contaron. Como Juan, Angelito, Bárbara, amigos desde hace tiempo. Y también anda por ahí Hermosilla, este de voluntario. Demasiado conocido partiéndose la cara por sobrevivir y peleando por lo evidente. Como las gentes de Josefina Arregui de Alsasua, un centro de referencia en el mundo del alzhéimer, que también tratan de darle la vuelta a una situación radicalmente injusta que afecta a trabajadores, pacientes y cuidadores. No se puede andar todo el día con el buzo del recorte al que más sufre y ponerse el esmoquin a la mañana siguiente para reflotar a la banda de Bankia, pero eso es lo que tenemos, desgraciadamente. Prepotencia con el débil y sumisión al poderoso, la peor de las enfermedades, mucho peor que la esclerosis o el alzhéimer. El camino ya ha superado los 1.000 kilómetros y esta semana encara a Francia. Lastima que hayan cambiado de primera dama.