Bilbao. "Hay que educar al maltratador para que tome conciencia de su situación y del daño que ha hecho a la víctima. El objetivo es reducir al mínimo la reincidencia. Con las terapias dirigidas a los agresores estamos ayudando también a las mujeres", asegura la psicóloga Amaia Castaños.
En el centro Ohiuka de Bilbao, un equipo multidisciplinar -psicólogos, terapeutas...- enseña al maltratador habilidades comunicativas para evitar el estallido de conflictos violentos. En la vertiente práctica, los agresores entrarán en contacto con la realidad cotidiana de las víctimas a través del testimonio de diversas mujeres que han sufrido malos tratos. Aunque "en ningún caso tienen delante a la mujer a la que han maltratado", puntualiza la especialista.
El primer paso, sin embargo, pasa por hacer que los maltratadores sean conscientes de que lo son. Es lo que llaman motivación al tratamiento. "Los agresores que están en la calle siguen en contacto, de forma cotidiana y normal, con mujeres. Si ni siquiera los presos se identifican como infractores, ellos, que están fuera, menos aún", argumenta Castaños. La toma de conciencia es el prólogo para que el hombre "rompa la asimetría de poder entre hombre y mujer que tiene en su cabeza". Desde el principio tiene que estar presente el origen que genera la violencia machista, "es decir, que se tenga en cuenta que se trata de una violencia específica que se basa en las percepciones sexistas y de desigualdad que los agresores tienen hacia la mujer".
Reincidencia Aunque muchas de las asociaciones que trabajan con víctimas rechazan las terapias para agresores, Castaños, que trabaja en ellas, cree que puede ser un arma más de protección. "Los maltratadores son personas dependientes, por lo que no pueden vivir solos. Si no se interviene, el hombre agredirá a otras mujeres porque es su forma de relacionarse con sus parejas", advierte. "Los varones que matan a sus parejas son solo la punta del iceberg del problema. En el tratamiento de la violencia de género no debemos fijarnos exclusivamente, por muy dolorosos que sean, en los casos más extremos. Hay muchos varones que están ejerciendo violencia contra su mujer e hijos en su casa y no llegarán nunca a matar", añade.
Muchos maltratadores se volverán a emparejar y se sabe que los que han agredido de forma grave a sus parejas anteriores tienen más probabilidades de volver a hacerlo porque con la agresión crónica obtienen recompensas: logran la sumisión de la mujer y acaban por salirse con la suya. "Por esto es fundamental desarrollar programas de tratamiento que contribuyan a su reinserción completa en la sociedad", apunta.
Concienciación En el centro Ohiuka de Bilbao hay dos tipos de varones que están asistiendo a programas de rehabilitación. Unos son voluntarios que se acercan a la consulta tras conocer las campañas puestas en marcha; otros, enviados desde Instituciones Penitenciarias. "Hacemos la terapia conjunta con los dos grupos y el resultado es excelente. Los que llegan voluntariamente, aunque inicialmente no están del todo concienciados, ayudan mucho a los que están en una situación peor. El primer paso del tratamiento consiste en concienciarse. Tienen que saber que son maltratadores. En la mayoría de los casos lo desconocen" recalca la psicóloga.
Sin embargo, es consciente de que la mayoría de los maltratadores no reciben tratamiento. "Están por ahí; les vemos todos los días, aunque no lo sabemos. Ellos tampoco. En la consulta comprobamos que del mismo modo que se puede salir del pozo que supone ser víctima de violencia de género, también se puede dejar de ser maltratador", dice. "Muchos agresores también son víctimas de la cultura que han recibido. He visto gran sufrimiento en los hombres al darse cuenta del daño que han provocado. Cuando una maltratada es consciente de que es una víctima sufre tremendamente, pero también cuando el que pega y desprecia descubre que es un agresor es muy doloroso", afirma, consciente de que no se pueden poner al mismo nivel los dos sufrimientos.
Semilla de la violencia La desigualdad es la semilla de la violencia, una violencia cada vez más sutil. "La gente piensa que sólo es violento el que mata, pero hay muchas mujeres en nuestro ámbito que son vapuleadas todos los días. Lo más grave es que no son conscientes de que están siendo maltratadas", expresa conocedora de que los roles sexistas continúan arraigados en nuestra sociedad. "Nos hemos dedicado a hablar mucho y a hacer poco. No hay más que ojear un catálogo de juguetes en Olentzero para ver qué mensajes mandamos a los niños y a las niñas. Aquí entran en juego los padres y las madres; una cosa es hablar, y otra lo que se está reproduciendo en la casa", reflexiona Castaños.
A esta psicóloga le subleva que sean las propias mujeres las que continúen transmitiendo los roles sexistas a sus hijos. "Jóvenes treintañeras que asumen la falsa igualdad o incluso las de mi generación que llegan a los 40 y que han vivido en una sociedad más igualitaria que la de sus madres, pero que enseñan a sus descendientes hábitos sexistas que tenían que estar ya superados". Así que no es de extrañar que en el centro Ohiuka traten también a chicos que agreden a sus padres y chicas que hacen lo mismo a las compañeras. "Desde el poder, desde la cultura patriarcal en la que vivimos se lanzan unos mensajes tremendos contra las mujeres; mensajes machistas que están calando cual gota malaya también entre el colectivo femenino". Amaia Castaños se refiere a frases como Las mujeres son muy malas para las propias mujeres o Los hombres son más nobles. "Lo dicen con una seguridad pasmosa, no se dan cuenta de que son consignas del poder que quiere que creamos que las mujeres somos todavía enemigas de las mujeres".
¿Y qué hacer? A pesar de los institutos de la mujer, de las campañas institucionales, las víctimas de violencia de género se suceden. "Educar a los niños y niñas en la igualdad es básico. Por suerte, estamos en una sociedad donde todos están escolarizados. Es aquí donde se tiene que trabajar. Da lo mismo que sea una asignatura transversal o lo que quieran, pero que el tema de la igualdad tiene que estar presente en los colegios, las ikastolas".
En consulta ve también a chicos que agreden a padres, y chicas que hacen lo mismo con sus compañeras. "Hay que crear espacios para que las generaciones jóvenes se vayan a culturizar sin violencia. Deben ser conscientes de que la violencia no es solo física. Del mismo modo, hay que crear programas para las víctimas; terapias que las ayuden y no como las que ofrecen en la Oficina de Atención a las Víctimas; allí no las tratan. Seguir siendo víctima es uno de las peores injusticias que existen en el mundo".
A pesar de ello, reconoce que hay gente que quiere serlo, porque está reforzada a su alrededor. "Es real que ser víctima -en Euskadi lo vemos- tiene efectos positivos. En el caso de víctimas del terrorismo, el efecto económico es importante. En el otro ámbito también hay beneficios secundarios".
Amaia Castaños se refiere también a la necesidad de programas para los hijos/as que han vivido de cerca el maltrato. "Si no se hace nada con estos chicos y chicas, la historia se repetirá. Ellas han aprendido a ser víctimas y les llama la atención el agresor, porque venimos de nuestros padres-madres. Las mujeres buscan un hombre que las someta de una manera u otro. El peor no es el maltrato físico. Algunas mujeres llevan siendo víctimas muchos años y sufriendo en silencio; todas nos dicen que preferirían estar muertas. Esto es muy triste. Hay que pensar en ellas, no alarmar con las muertas. Las vivas maltratadas son las que prefieren estar muertas", alerta.