la situación no auguraba nada bueno. Nada más superar una de las curvas de la A-1 después de rebasar el área de servicio de Olaona, en sentido hacia Vitoria, justo en la zona en la que se empieza a divisar la capital alavesa desde la autovía, una montonera de camiones animaba a ralentizar el paso hasta paralizar los vehículos. El centelleo de decenas de intermitentes avisaba de la presencia de una nutrida caravana. Sólo se veían camiones, uno detrás de otro. Todos parados. Con los motores apagados. Inmóviles. Algunos, con la puerta de la carlinga abierta, dejaban asomar a los chóferes que, incrédulos, bajaban por las escalerillas para interrogar a sus compañeros de ruta o para intentar encontrar una explicación factible de por qué la carretera se había convertido en un parking. Y de los grandes, muy lejos de la estampa habitual que acostumbra a presentar el principal vial de la red de comunicaciones del territorio histórico, que es uno de los nudos esenciales de las comunicaciones del norte de la península.
Lejos de las prisas habituales de una jornada laboral, la autovía, por aquello de vivir uno de esos accidentes que acostumbran a transformarla en una ratonera y que colapsan la red viaria respetanto un estricto efecto dominó, reflejaba las circunstancias impuestas por los imponderables. Cientos de camiones, unos detrás de otros, impedían la circulación. La carretera estaba cortada y había que apostar por alternativas. De ahí que los rectores que gestionan el tráfico decidieran desviar la circulación que aún no estaba paralizada a través de una de las medianas que jalonan la A-1 para ésta que buscara su camino en dirección hacia Alsasua y, de allí, a cualquiera de los ramales que tributan a la capital alavesa o a sus zonas industriales para rehacer desde allí los itinerarios a otros lugares.
Sólo los conductores con más suerte -los que llegaron más tarde a la cola- pudieron dar la vuelta en primer momento e intentar llegar a Vitoria o seguir la ruta hacia la meseta castellana o tierras vizcaínas. Lo hicieron a través de la mediana, despejada de pivotes, poco antes del desvió ubicado a la altura de Argómaniz, en el término municipal de Elburgo que, por momentos, se asemejaba a uno de los cruces más transitados de una gran urbe. Más adelante, pueblos como Arbulo, Matauco o Arkaute, atravesados por la N-104, una de las alternativas utilizadas para sortear la trampa de la autovía, soportaron como pudieron los rigores de la invasión de todo tipo de circulación, sobre todo, de transporte pesado, inhabitual por esos lares, al menos, con la intensidad de ayer.
El resto se armó de paciencia y aguardó a que los servicios de emergencias y de carreteras despejasen la carretera, cortada en los dos sentidos por la cisterna que desparramó gran parte de su contenido de sosa por la brea. "No es la primera vez que tengo que soportar cortes en la autovía. Hace un poco más de dos años, pasó algo parecido, pero fue por una gran nevada. La Ertzaintza cortó el tráfico y allí tuvimos que aguantar un rato largo. Desde luego, más que hoy". Así se expresaba Martín, uno de los afectados ayer por la reordenación del tráfico por el accidente, que rememoraba lo acontecido un 21 de diciembre de 2009, cuando a una ventisquera se le antojó remover los restos de nieve y hielo que quedaban en el campo de la Llanada hasta convertir el horizonte en un gran telón blanco que impedía ver más allá de dos palmos de la luna de los vehículos. Entonces, el Departamento de Interior paralizó el tráfico durante horas en espera de una mejora que tardó en llegar. Como consecuencia de aquella situación, miles de conductores y pasajeros de los distintos servicios de autobuses quedaron atrapados en la carretera y Vitoria y sus alrededores sufrieron una jornada de colpasos difícil de olvidar.
Garantizar la seguridad "Hacen bien en paralizar esto. Primero es la seguridad. Si ha habido un accidente, hay que asegurar la zona y esperar a que esté todo bien para proseguir", confirmaba Óscar desde la barra de una cafetería en Ilarraza. Allí había llegado con su camioneta. Tenía su destino en Vitoria y, por suerte para él, llegaba con tiempo a su cita en un taller de la zona de Gamarra.