Son muchas las formas de practicar la solidaridad, pero no tantos los espíritus humanitarios. Uno de ellos es el del gasteiztarra José Miguel Ros, un profesor del instituto Mendizabala, experto en el arte de enseñar y del que se puede aprender toda una lección de la vida: cómo ayudar a los más desfavorecidos con un gesto sencillo, pero vital. Este hombre es uno de los 24 alaveses que ha apadrinado a un niño a través de la ONG World Vision y, además, el primero de todos ellos que ha decidido desplazarse hasta Guatemala, de donde es oriundo José Rodolfo.

Fue hace casi seis años cuando entró en su vida este pequeño de la zona de San Marcos, ubicada al norte, en las montañas. Un anuncio de la televisión le removió la conciencia y le animó a hacer algo por los que no tienen la suerte de vivir en un país desarrollado. "Con 25 euros cada mes, se asignaba al niño un complemento alimenticio diario, una educación y dos revisiones médicas al año, porque allí no hay coberturas sociales", recuerda Ros, quien no ha olvidado los datos básicos sobre José Rodolfo que le remitió la ONG. "Nacido el 15 de diciembre de 1997, con siete hermanos y de salud buena, hace recados y su juego favorito es la pelota", decía la ficha.

Tras ponerse en contacto con esta organización, que se dedica a realizar proyectos y programas que elevan la calidad en las zonas más pobres, sólo tuvo que decidir a qué país era al que quería destinar su solidaridad. "Decidí Guatemala porque hablan castellano y así iba a ser más fácil si alguna vez decidía ir allí", detalla. Y así lo hizo hace tres años. En concreto, en agosto, cuando aprovechó sus vacaciones para realizar un viaje organizado de quince días, junto a un compañero de trabajo, "para al menos poder ver un día dónde vive José Rodolfo".

Lo que primero hizo su familia fue llevarle hasta la escuela, que funciona gracias a la subvención de la ONG y luego hasta su casa, un pequeño barracón en forma de ele, dividido en dos estancias (cocina y zona para camastros). El sueldo de unos 110 euros del padre no da para más, pese a que todos los días anda diez kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para acudir al platanar en el que se emplea. En el porche de ese humilde hogar le dieron un recibimiento espectacular, "casi como en Bienvenido Mister Marshall". Hasta le pusieron un letrero que ponía "Bienvenido padrino".

Durante su estancia, Ros tuvo la oportunidad de conocer todos los proyectos que allí ha desarrollado World Vision, como la potabilización de agua. O los que dice él que son igual de importantes, pero que no se compran con dinero. Por ejemplo, la formación a parteras, para enseñarles que si se esterilizan los instrumentos se puede reducir drásticamente la tasa de mortalidad infantil.

Saca del cajón de su memoria esos instantes emocionado, aunque, sin duda, el que más le impactó de todos fue el de la despedida con su ahijado. "Aunque había estado tímido todo el día, al llegar el momento de irme, se acercó y me abrazó muy fuerte, como si no quisiera que me fuera".

Su forma de contacto con José Rodolfo no sólo se queda en darle dinero cada mes -ha decidido elevar la suma a 50 euros-, y otras aportaciones voluntarias a la familia cada dos meses que han permitido que el niño se compre la mascota de sus sueños: una vaca blanca. Dos veces al año -por su cumpleaños y al llegar el verano- le envía paquetes con material escolar o ropa. "Luego él me envía una foto con su familia y con lo que le he enviado y hasta un listado de lo que le ha llegado. Ya le digo que no tiene por qué". Cuando cumpla 18 años, a Ros le gustaría que su ahijado siguiese con sus estudios. "Como quiere hacer mecanizado no descarto que venga a Vitoria a aprenderlo". Quizá en Mendizabala.