Trabajo y vivienda se han convertido en dos de los binomios más difíciles de casar entre los jóvenes en los últimos tiempos. Y eso que el uno sin el otro no pueden vivir. Ambos se necesitan para emanciparse, pero la tasa de desempleo entre este grupo de edad se encuentra en el 22%, el doble que la de adultos. Así lo revelan los datos de la encuesta del tercer trimestre de 2011 realizada por el Instituto vasco de Estadística (Eustat).
Menos de la mitad (44%) de los que tienen entre 18 y 34 años están emancipados, pese a que son proactivos. Buscan empleo y si no lo hallan, se reciclan. Rompen el estereotipo de la generación ni-ni, tan extendido en los últimos tiempos. La realidad demuestra que sólo un 5% de ellos son los que dicen que ni estudian ni trabajan, tal y como concluyen diversos estudios que al respecto ha realizado la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Son tan currelas como los adultos y, además, cuentan con dos ventajas respecto a ellos: disponen de mayores niveles de formación y son más proclives a reciclarse para adaptarse a las exigencias del mercado laboral.
No les cuesta tanto afrontar los cambios. De hecho, las nuevas generaciones son y serán las artífices de la transformación. Son los motores de los cambios sociales y el último de ellos se ha visto recientemente con la revolución tecnológica. Mantienen una actitud camaleónica para adaptarse a todo tipo de gadges -que si PDAs y blackberrys- y navegan como un pez por la Red. Y es en este campo donde han sido los principales artífices de las movilizaciones que se siguen convocando desde las redes sociales, secundadas por gente de todo tipo de intereses y de edades.
Pero aún así la mala suerte parece repetirse una y otra vez entre los que no peinan canas. La precariedad es una constante en este colectivo en el que la falta de experiencia obliga a firmar contratos temporales o a tiempo parcial. La crisis económica ha agudizado este problema con otros más a añadir. Los jóvenes van a tardar más en salir de las listas del paro que los adultos porque son muchos más los que andan buscándolo. Ante este negro panorama, no son pocos quienes se agarran como un clavo ardiendo a trabajos a tiempo parcial. Otros, en cambio, no dudan en hacer las maletas para afincarse fuera de las fronteras. Un movimiento que, según los sociólogos, no tendrá consecuencias en el futuro siempre y cuando sean pocos los jóvenes que se vayan y los que no pertenezcan a sectores especializados para que no se produzca la llamada fuga de cerebros.
A lo único a lo que no están abiertos es a los bajos salarios que, en definitiva, les cierran las puertas de la independencia del hogar familiar. Según el Observatorio Joven de Vivienda, se necesitaría cobrar 39.396 euros netos anuales para irse del nido y vivir holgadamente, cuando en realidad el sueldo medio es de 17.914 euros. Es por ello que la propia OIT advierte del riesgo de que tras la recesión se creen unos jóvenes marcados por una inactividad, que sientan que estudiar no vale para garantizar un puesto acorde a su formación. Y eso puede aumentar la desconfianza en el sistema político.