Hay fechas ineludibles en el calendario. Entre ellas, la del Martes de Feria en Agurain, localidad que se transformó por unas horas en epicentro del sector primario del territorio histórico y del conjunto de la CAV. Para la ocasión, el buen tiempo se convirtió en el mejor visitante de la jornada y facilitó con su presencia la llegada de miles de personas atraídas por la muestra ganadera, por los sones de fiesta que resonaban en las calles del Casco Viejo aguraindarra y por el ambiente, único en eventos de su género. No en vano, por las arterias de la villa de la Llanada se entremezclaron los curiosos con ganas de disfrutar de talos y sidra, los que llegaban para ver el ganado y la maquinaria agrícola, los interesados en hacer negocio con reses, caballos, cerdos y ovejas y los que nunca se pierden el certamen de quesos de pastor, preludio del Campeonato de Euskadi de la especialidad, dominado por los productores alaveses tradicionalmente.

El caso es que la feria ganadera decana de Euskadi volvió, como de costumbre, a romper los registros y recibió en aluvión a miles de asistentes que abarrotaron desde primera hora de la mañana el recinto festivo de la localidad alavesa, que estos días celebra su periplo jaranero en honor a la Virgen del Rosario. Hasta ahí, nada sorprendente, porque la cita de la primera semana de octubre siempre es bien acogida por los alaveses y por aquellos que llegan desde Gipuzkoa, Bizkaia, Navarra, Burgos, La Rioja o Cantabria, muchos de ellos, ganaderos y profesionales de un sector que atraviesa por momentos que fueron mejores antaño.

En cualquier caso, la jornada transcurrió como dictan los cánones. La calle Fueros amaneció colapsada por las decenas de puestos de venta de todo tipo de utensilios textiles, desde paraguas hasta calcetines teóricamente de lana y chaquetones de montaña de punto y artesanales, muy apropiados para los casi 30 grados que caían a plomo ayer y que sonrojaron la cara a más de uno o que, sin malicia, lograron desperezar a los retazos de las cuadrillas de blusas que a primera hora de la mañana aún no habían sido capaces de encontrar el camino de sus respectivas casas. Y todo ello a pesar de que la feria se celebra en martes.

Superado el trance del aparcamiento, labor ardua ya que todos los huecos aprovechables cotizaban al alza y los conductores hubieron de echar mano de alternativas al borde de lo reglamentario, las corrientes de peatones encaminaron sus pasos hacia el centro de la localidad. Antes de alcanzar el corazón del recinto festivo, muchos se dejaron seducir por los más de cien puestos del mercadillo. Quien más quien menos picó y se llevó algo.

Por supuesto, no faltaron los clásicos puestos de artesanía, los dedicados a los productos de la tierra ni los de avituallamiento. El talo con chorizo, panceta o morcilla, el choripán y la sidra en la mano volvieron a convertirse en parte imprescindible del equipo de participante de pleno derecho en la feria. Los bares de la localidad también se abarrotaron de parroquianos. De cualquier manera, el buen ambiente reinó por doquier.

No obstante, aquello no era el plato fuerte de la jornada. Éste iba apareciendo poco a poco según se cumplimentaba el preceptivo paseo camino del Casco Viejo y de sus aledaños. Allí aguardaba el tesoro del Martes de Feria. Centenares de cabezas de ganado y lo último de lo último de la maquinaria agrícola. Caballos de raza vasca con su ascendencia debidamente documentada, vacas de impresionantes dimensiones, ovejas latxas capaces de dar la leche con la que se hace el mejor queso de la Denominación de Origen Idiazabal, cabras, gallinas y hasta una cerda con toda su camada, imagen que enterneció a todos los que pudieron acercarse hasta la villa de la Llanada.

615 ediciones previas La edición de ayer, es decir la 616ª, no defraudó y mantuvo el listón en lo más alto. Las grandes máquinas agrícolas jalonaban el paseo en pos de las esperadísimas cabezas de ganado. Los tractores y cosechadoras relucían brillantes bajo el sol. Tras las máquinas aguardaban los improvisados establos y en su interior, las esperadas cabezas de ganado. Casi 300 ejemplares, que se convirtieron en los protagonistas de la jornada. Acapararon todas las miradas, tanto de los expertos que acudieron a hacer negocios de compra y venta hasta los llegados sólo y exclusivamente para disfrutar de la jornada festiva. Y eso que ya hace unos años que se ha perdido la imagen de los ganaderos llegados de todos los rincones con los bolsillos repletos de pesetas y con el ánimo puesto en adquirir para sus explotaciones alguno de los ejemplares expuestos en Salvatierra.

En la actualidad, la feria sirve de escaparate privilegiado para que los entendidos e interesados en comprar ganado puedan echarle el ojo a los animales que les gustan. Luego, basta con hacerse con la tarjeta de visita del propietario del animal objeto de deseo y hacerle una visita dentro de un par de días. Un método más sosegado que permite disfrutar del certamen con otra disposición de ánimo.