PAMPLONA. Si, como hacía el Barón Rojo, elevamos el pulgar y tapamos con él el Sol, estamos bloqueando los fotones que nos llegan desde nuestra estrella. Pero entonces, en cada segundo, nos atraviesan la uña de ese dedo 6.500 millones de neutrinos. Unas partículas subatómicas que se producen en las reacciones nucleares de fusión del núcleo solar y que pueden atravesar no solo nuestro dedo, sino toda la Tierra sin llegar a chocar contra nada ni frenarse. Los neutrinos fueron creados por el físico Wolfgang Pauli en 1930 porque la forma en que se producía la radiación Beta no se entendía sin una partícula muy ligera, sin masa y sin carga eléctrica. Lo curioso de ellos es que para ellos la materia es transparente... o casi. Sólo en algunas ocasiones puede cruzarse lo bastante cerca de un neutrón, o de un electrón, y producir una señal de su existencia. Por eso no se descubrieron hasta 1956. Pero ahí estaban, y son abundantísimos en el Universo.
Los neutrinos realmente tienen masa, poca: los más ligeros pesan menos que una diezmilésima de electrón. Hay tres tipos de ellos, y los que se han analizado en el experimento OPERA son más pesados, pero igual de esquivos. Por eso, los físicos tienen que conseguir unos haces con muchísimos neutrinos, que lanzaban desde Ginebra hacia Italia, para medir las características: solo unos pocos de los millones de neutrinos conseguían ser atrapados por el detector del Gran Sasso. A lo largo de los tres años de trabajo, los físicos han conseguido medir solamente unos 16.000 de esos sorprendentes neutrinos. Y con ello llegar a su no menos sorprendente resultado.