artziniega. Cuando la hoja de un cuchillo se mella, su dueño lo tira y compra otro. Si hace frío y no hay ropa a mano con la que abrigarse, uno baja a la tienda y se hace con un chaquetón. Al concluir una comida, si el vino ha dejado una fea mancha en la camisa blanca, basta con recurrir a la lejía para devolver a la prenda su esplendor original. Y si nos duele la cabeza, no hace falta más que echar mano de un simple analgésico para pasar página. Los dictámenes de la sociedad moderna, basada en la obsolescencia de los productos y en la adquisición continua de bienes para garantizar la dinámica del mercado, parecen haber estado ahí toda la vida, pero no es así. Hubo un tiempo sin servicios ni tarjetas de crédito, una época en la que todo se lograba con esfuerzo y en la que la palabra reciclaje carecía de sentido, porque todo se aprovechaba. Todos los años, la localidad alavesa de Artziniega regresa por un instante a aquellos días y recrea su feria. Un recinto en el que proliferan los afiladores, los herreros, las hilanderas y los herbolarios. Un lugar que desconoce el significado de la palabra franquicia y en el cual los maestros comparten sus secretos sin miedo a la competencia, sólo por el placer de salvaguardar la memoria de los viejos oficios. Un paseo por la historia que cada vez cuenta con más adeptos. Ayer, la XIV edición del Mercado de Antaño de Artziniega concitó nuevamente a miles de personas que se acercaron hasta el municipio para empaparse de pasado y tal vez también de futuro, ya que como aseguraba Pablo, el dueño de la fragua local, "algunas de aquellas tareas que cayeron en el olvido están regresando".

Aunque no ejerce como herrero, Pablo heredó la fragua de su abuelo. Él abandonó la labor al cumplir los 82 años, azuzado por la edad y por la evolución tecnológica. Durante muchos años, el local en el que se alimentaba el fuego y se maleaba el metal a martillazos sobre el yunque quedó desierto. Los cantos de sirena del hasta hace pocos años emergente negocio del urbanismo no le tentaron y el lugar quedó intacto. Únicamente pasaron los años, pero los recuerdos de aquel hombre que forjó piezas entre 1902 y 1957 quedaron congelados. Sólo se cambió la puerta, pero ni uno solo de los elementos que allí se guardaban la atravesó. Las instalaciones y los materiales acumularon polvo hasta que Benjamín Respaldiza los rescató en nombre del museo etnográfico del municipio para insuflarles nueva vida. Aquello sucedió hace ya 14 años y actualmente cualquiera que lo desee puede visitar el establecimiento. Además, durante el Mercado de Antaño, abre dos horas todos los domingos para producir aperos, trapas y tragacillas. "Mientras viva la pienso mantener", reflexionaba ilusionado Pablo al contemplar la entrada a la fragua, más llena de gente que nunca.

Un poquito más adelante, en plena calle, el orensano Oscar Balenciaga hacía girar desde su asiento una gran rueda de madera conectada a otra más pequeña de piedra. Era el afilador. Como si fuera lo más sencillo del mundo, lamía la hoja de un pequeño cuchillo hasta devolverle el filo. Su sonrisa dejaba claro que la tarea le hacía feliz. "La gente todavía me trae cuchillos y tijeras para que las afile. Y en estos días les enseño cómo se hace tanto a los niños como a los mayores", señalaba sin dejar de voltear el aro. Frente a él, el puesto del artesano Agustín Aguirre daba cuenta de su refinada técnica Tiffany aplicada a las vidrieras, y mostraba algunos de sus trabajos más exquisitos.

Un grupo de mujeres se afanaba en trabajar cestos llenos de lana recién esquilada. La paciencia de las hilanderas tenía como resultado magníficos ovillos. Loli, Asun y Paqui aprovechaban la jornada para, con su buen hacer, sacar parte del museo etnográfico a la calle y presentarlo ante el gran público. Su historia hablaba de tejedoras, de ruecas, de calcetines y de mantas. "Nos encanta que la gente se interese por ello, tanto los que saben como los que no", reconocían.

Vestida de época como el resto de sus compañeras, Marili les echaba un cable, aunque lo suyo en realidad era ocuparse del herbolario. Situado en la zona alta del municipio, desde allí dispensaba medicina natural para todos los gustos, en forma de cataplasma, de infusión o de cualquier otra presentación. "Lo que más me piden son remedios para los problemas del aparato digestivo. También para el reúma y la artrosis", repasaba.

El reclamo que siempre triunfa entre los más pequeños es el de los animales. La pequeña cochiquera en la que una hermosa cerda atendía a sus lechones estuvo abarrotada, aunque no es la única atracción que despertó curiosidad. A su lado, Toñi, la lavandera llegada de Toro, Zamora, hacía subir y bajar una camiseta por la superficie listada de una tabla. "¿Que si funciona? ¡Mira!", respondía ufana cuando se le preguntaba si el método da frutos. Al margen de la tabla, entre sus enseres no faltaban ni el cubo de agua ni el barreño ni el jabón de sosa hecho a mano, "mucho mejor que la lejía". El truco para alcanzar el blanco más blanco tenía poco de atajo y mucho de empeño. "Se lava, se tiende al sol y cuando la ropa está medio seca se riega dos o tres veces. Luego se aclara y se tiende en las zarzas", desgranaba. Contaba que para ocuparse de una colada completa con este método era necesario invertir casi todo el día, pero que el resultado merecía la pena porque la ropa no se degrada. "Lo que es duro es transportarlo todo. Algunas llevaban el barreño en la cabeza, sin manos, y el cubo en el brazo, pero yo lo tengo que sujetar porque no lo mantengo en equilibrio", explicaba divertida.

El día se redondeó con magos, pintores, actores callejeros, juglares, trovadores, cuenta cuentos, vasallos, nobles mercaderes y malabaristas. Sonaron los cuernos y las voces corales. Se leyó el pregón y los tambores atronaron la villa. El teatro de calle repartió ilusión y los matarifes despiezaron el txarri para deleite de los presentes. La moda se hizo un hueco con un desfile de tocados y se jugó al ajedrez viviente. El tiempo acompañó y los talleres de cerámica, flores y cuero repartieron saber hacer. No hizo falta nada más para engalanar por completo la jornada.