vitoria. "Soy creyente y todavía tengo esperanzas". De esta forma, positiva y aún con fuerzas para atender a la avalancha mediática que ha generado su desahucio, llegaba ayer María Aurelia a la plaza de la Virgen Blanca, donde se habían concentrado medio centenar de personas para mostrarle su apoyo. Emocionada, no dudó el colocarse detrás de la pancarta desplegada por el movimiento 15-M sin imaginar lo que iba a ocurrir sólo una hora después.
"Lo único que quiero es que él salve su vivienda, aunque yo tenga que perder la mía", explicaba en referencia a su vecino Manuel, a quien el banco pretende también arrebatarle la casa por ser uno de los avalistas de las obras de la panadería que pretendía montar la hija de Aurelia, y que nunca llegó a prosperar. Ninguno de ellos sabía que condicionar las escrituras de sus respectivas viviendas a este fallido negocio les iba a llevar a esta situación. "Estamos en el centro de un túnel sin salida", aseguraba ayer.
La desesperación de Aurelia se confunde con el dolor que siente por el hecho de que su familia le haya dejado tirada. "Que tu propia hija te haga esto... Menos mal que tengo salud porque si no, no estaría aquí", añadía. Ahora es ella la que tiene que pagar con su "exigua" pensión de 600 euros el préstamo hipotecario que pidió en el año 2006 y del cual su hija se ha desentendido. Apenas le quedan 200 euros al mes para salir adelante, y probablemente dentro de poco tendrá que buscar otro sitio donde dormir. "Me han dejado sin un triste euro para pagar el pan", explicaba ayer esta mujer de 73 años entre lágrimas.
De momento, aunque sin saber hasta cuándo, Aurelia permanece en su vivienda de la calle Correría compartiendo escalera con Manuel, el otro afectado, aunque la relación con quien un día se prestó a ayudarle de forma desinteresada es ahora bien distinta. "Ni me habla, me echa la culpa de todo lo que ha ocurrido, y le entiendo, porque va a perder todo lo que tiene".
Ayer, Aurelia recorrió los escasos 200 metros que separan la Virgen Blanca del Palacio de Justicia rodeada de amigos y de gente desconocida que la colmaron de abrazos y de palabras de ánimo por lo que pudiera ocurrir durante la subasta. Finalmente ésta no se celebró. "¡Me ha tocado la lotería!", exclamaba a la salida.