Vitoria. En Salburua se ha instalado el miedo. Desde la avenida Juan Carlos I hasta Aranzabela resulta muy difícil dar con un establecimiento hostelero, comunidad de vecinos o garaje comunitario que no haya sido objeto de un asalto o, al menos, de un intento de robo. Pero la oleada de delincuencia que padece la zona no se corresponde con una indignación masiva de vecinos y titulares de locales. En el barrio se respira una especie de resignación entremezclada con el temor a volver a ser el blanco de los cacos. Los afectados denuncian lo ocurrido ante la Ertzaintza o la Policía Local... y poco más. Los únicos que mantienen viva la llama de la indignación en el barrio parecen ser los integrantes de la asociación Salburua Bizirik, que están dispuestos a batirse el cobre con el Ayuntamiento para lograr "que aumente el número de patrullas policiales en el barrio y desaparezca el sentimiento de inseguridad y desamparo". Amaia y Maite, representantes de la agrupación, acompañan a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA para realizar un pequeño tour que evidencia los efectos de la delincuencia en Salburua.
Da igual el bar, pub o cafetería que se escoja. En la barra, todos responderán afirmativamente cuando se les pregunte si han sufrido un robo o un intento de robo. La hora preferida por los asaltantes es las 4.30 horas, cuando saben que disponen de unos cuantos minutos para actuar sin demasiados problemas antes de que la Policía tenga tiempo para entrar en escena.
La primera parada de este particular via crucis de los atracos tiene lugar en el café Gros, en el paseo del Aeródromo. En la noche del pasado lunes al martes, un grupo de personas se dirigió a su entrada principal. Desmontaron el sensor electrónico de la puerta, pero algún imprevisto se les debió cruzar en el camino, ya que, afortunadamente, no pudieron superar la verja interior. La empleada reconoce que suele ver a los agentes municipales "puntualmente" por la zona o "tomando café", pero admite que las patrullas no forman parte del paisaje habitual del barrio.
Tanto Amaia como Maite explican que el fenómeno no se ciñe sólo a los locales, la cara más visible del problema, sino que se reproduce en la mayoría de camarotes, garajes y domicilios. "El otro día aparecieron dos hombres con un buzo azul y se pusieron a desmontar una cerradura. Todo el mundo dio por hecho que se trataba de cerrajeros hasta que la propietaria del piso dio la voz de alarma". También comentan que una de las leyendas urbanas más extendidas, la que explica cómo los ladrones realizan marcas en las viviendas para informar de lo que hay en el interior, se ha hecho realidad en Salburua. "Puede sonar raro -apuntan-, pero es verdad. Han aparecido marcas junto a las puertas que indican si en la casa vive una mujer sola, si hay perro... Ese tipo de cosas".
sin nombres A muy pocos metros del primer local visitado se encuentra una cafetería, que también despacha pan y pasteles. Su titular pide que no se difunda el nombre porque teme represalias, pero accede a relatar que en la madrugada del domingo al lunes, sobre las 4.00 horas, sufrió un atraco. "Rompieron ese cristal de ahí -señala- con una arqueta, entraron y reventaron la máquina tragaperras. También se llevaron el dinero de la porra que estaba en la barra". Aunque los agentes de la Policía Local se encontraban relativamente cerca, no llegaron a tiempo de practicar detenciones. "Tardaron unos tres minutos en vaciar la máquina y luego volaron", indica la responsable del local, quien afirma albergar muy pocas esperanzas de que les detengan. "La Policía ya me dijo que me olvidara del dinero", argumenta.
Por el barrio, sin embargo, corren noticias y se barajan identidades. La gente habla de un chaval de unos 18 años, de la existencia de una grabación digital y de una posible descripción del autor o autores. También de un grupo de individuos de Europa del Este que podrían haber sido supuestamente identificados por la Policía Local durante la comisión de uno de estos robos. Al parecer, se desplazaban en bicicleta para poder huir más fácilmente de los coches patrulla nocturnos. Las especulaciones se multiplican al mismo ritmo que los golpes, pero las detenciones escasean.
Tampoco en otro bar del paseo Europa quieren que aparezcan nombres publicados, pero también han sufrido dos intentos de robo en junio. En el primero desmontaron el embellecedor que cubría la manilla para tratar de forzar la puerta, pero no consiguieron entrar. Llamaron al cerrajero y cuando acudió a reparar los daños causados les explicó que habían sufrido un segundo intento de robo. "Hay cierto miedo", admite la mujer al otro lado de la barra, al tiempo que señala con la mano hacia el techo. "En este mismo edificio han tratado de entrar en varias viviendas". En cuanto a la protección policial, "debe haber dos patrullas para todo el barrio, o eso se comenta". De agentes vigilando a pie, nada de nada. "No sé si habrá alguno, pero yo no los he visto. Eso sí, cuando sucede algo, aparecen un montón de policías de repente", concede.
"procura no estar dentro" A Julián, del café Viena, le llegó el turno hace un par de meses. En su caso, el atraco se quedó en tentativa. El o los asaltantes obviaron el acceso principal y se decantaron por tratar de reventar la puerta de la cocina, una persiana en apariencia sólida pero que presentaba un punto flaco. Desmontaron la cerradura del mecanismo eléctrico que la eleva y aflojaron los cables para poder subirla sin pegas, pero algo se torció. "Se activó la alarma y llegamos a los pocos minutos. No habían entrado y se habían dado a la fuga", repasa. Tal vez en aquella ocasión la fortuna quiso que la patrulla nocturna rondase por el lugar y les ahuyentara.
Tras este episodio, Julián y su gente arreglaron la cerradura y procedieron a soldarla para que nadie pudiera volver a abrirla. Ya cuenta con experiencia en estas lides y sabe lo que hay que hacer. "Antes tenía un bar en la calle Andalucía y me trataron de robar cuatro o cinco veces. Me cortaron la persiana con una cizalla y en una de las ocasiones consiguieron entrar. Denuncié todos los intentos y el único consejo que me dio la Ertzaintza es que procurase no estar en el bar en el momento del atraco". Un consejo que le habría venido de perlas a Sandra, del bar Tic Tac. Su experiencia roza el surrealismo ya que las dos veces que le han robado no se han cumplido ninguna de las condiciones anteriormente expuestas. Los atracos tuvieron lugar a plena luz del día y en su presencia. Siguiendo los consejos de la Ertzaintza, se forzó a sí misma a hacerse la despistada y a fingir que no sucedía nada. "Fue un grupo de cuatro personas de origen rumano. Uno de ellos, un moreno enorme, se me colocó delante, como tapándome, mientras los otros tres vaciaban la máquina de la diana y la tragaperras. Tuve que andar jugueteando con el teléfono móvil y hacerme la loca, como si no me enterara de nada, porque era lo que me habían recomendado", rememora con una mezcla de rabia e impotencia. Vivir tranquilo en medio de esta situación es una quimera. "Todas las mañanas, cuando te levantas, piensas que te ha podido tocar a ti. Ayer, sin ir más lejos, se activó la alarma y pensé que ya me habían entrado por la noche, pero al llegar vi con alivio que todo estaba en orden".
Por su local del paseo de Atenas para a menudo un grupo de municipales con los que mantiene amistad y que le comentan que, aunque han solicitado en distintas ocasiones más patrullas al Ayuntamiento "no les hacen ni caso". Tal vez ahora, con la llegada de la nueva Corporación, Javier Maroto pueda cumplir su promesa electoral de reforzar el control policial en los denominados "puntos negros" de la ciudad: Zabalgana, Salburua, Lakua y Aldabe. Su página web, www.javiermaroto2011.com, aún recuerda que los índices de delincuencia en los barrios de nueva construcción "han aumentado en un 70% solamente en un año".
Las alarmas y las cámaras, presentes en todos los locales visitados, no han supuesto impedimento alguno para la labor de los atracadores. "Los robos se suelen cometer de madrugada, y en ese momento es imposible grabar imágenes que permitan una identificación de los asaltantes", aclara Julián. Y en lo que respecta a los dispositivos de sonido, parecen tener un efecto más que limitado. "En mi caso, la alarma estuvo sonando durante tres minutos mientras que el tipo estaba dentro. Saben cuánto tiempo pueden estar antes de que llegue la Policía", añade por su parte la titular de la cafetería-panadería.
Las cartas están sobre la mesa. Los vecinos se sienten inseguros y abandonados a su suerte. Los cacos saben dónde y cuando golpear sin ser cazados, e incluso tienen claro cuándo ha llegado el momento de retirarse y atacar otros barrios. "Esto sucede desde hace un año, aunque no de manera continua. Sufrimos una oleada, luego tenemos unos meses de tranquilidad y volvemos a empezar", resumen Amaia y Maite. Es la hora de que el Ayuntamiento replantee su estrategia y despliegue un operativo eficaz que permita a los vecinos de Salburua dormir tranquilos.