vitoria. Era un 5 de junio de 1981 cuando el periódico norteamericano Los Angeles Times desvelaba al mundo que el Centro de control de enfermedades de Atlanta había descubierto en cinco jóvenes una extraña neumonía. Los casos se fueron multiplicando y los afectados empezaron a mostrar, además, otras dolencias que hasta entonces sólo afectaban a personas muy inmunodeprimidas o con ciertos tipos de cáncer.
La preocupante y rápida expansión del virus llevó a que en diciembre de 1982 se acudiera a los profesores del Instituto Pasteur Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier para que ayudaran a identificar esta enfermedad que se presentaba fundamentalmente entre los hombres homosexuales de San Francisco y Los Ángeles.
A esas alturas hacía un año que ya se había manifestado el primer caso en España. Un hombre que fallecía en el Hospital Vall d'Hebron de Barcelona con los mismos síntomas. Desde entonces, han transcurrido 30 años en los que la dolencia, a pesar de nombrarse oficialmente Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida), ha soportado sobrenombres como el cáncer gay, por su especial incidencia en este colectivo en los inicios, la peste rosa, por las manchas rosáceas del sarcoma de Kaposi que presentaban muchos seropositivos, o el club de las cuatro haches, en alusión a heroinómanos, homosexuales, hemofílicos y haitianos que eran considerados los grupos de riesgo al principio.
Décadas de persecución, ostracismo y estigma que han llevado a sus afectados a vivir repudiados por la sociedad. Hoy se cumplen tres décadas desde que el VIH irrumpiera de forma letal en todo el mundo. Son ya más de 33 millones los infectados y cerca de dos millones los muertos a causa de este virus cada ejercicio. Una enfermedad que no entiende de razas, países ni edades aunque sí es cierto que, a estas alturas, los avances científicos en los tratamientos han llevado a que los 2,6 millones de nuevos infectados anuales se registren, sobre todo, en países del llamado Tercer Mundo y que su calidad y esperanza de vida varíe mucho en función del país de residencia.
En España, se calcula que existen alrededor de 80.000 personas seropositivas, según los datos del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III, dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación. Una estadística que señala a las comunidades de Madrid, Cataluña y Andalucía como las de mayor incidencia de este virus, seguidas de lejos por la Comunidad Valenciana y Euskadi. Aunque según instituciones, sociedades médicas y científicas está cifra podría rondar los 130.000 pacientes ya que se calcula que el 25 ó el 30% de los infectados desconoce ser portador del virus.
trayectoria inversa Y Álava no se libra de esta realidad. De hecho, el último Plan de Prevención y Control del Sida demuestra que la evolución de la enfermedad en el territorio sufrió un revés en 2010 ya que se asistió a un repunte de las infecciones, en contra de lo sucedido en el País Vasco. Un total de 32 nuevos casos, siete más que el año anterior, que evidenció la relajación en la adopción de medidas de prevención en las actividades sexuales como la causa de esta escalada.
La preocupación por estos datos señala, no obstante, a una evolución muy positiva en estas tres décadas, ya que años atrás era impensable contar con estas cifras. Y es que la provincia ha conseguido grandes logros durante este tiempo. El estigma que llevaba a los seropositivos a contar, en los inicios, prácticamente con una sentencia de muerte en el bolsillo se extendía del ámbito sanitario al social. La enfermedad afectaba fundamentalmente en la provincia a personas con altos niveles de exclusión social, desestructuración personal y familiar, consumo de drogas, carencia de domicilio estable, delincuencia, causas penales pendientes, ingresos en prisión, desempleo y con imposibilidad de hacer frente a los gastos farmacéuticos que suponía la dolencia para los enfermos.
Eran inicios de los 90 y la vía de transmisión más habitual era la parenteral o a través de jeringuillas, lo que llevaba a los toxicómanos alaveses a soportar aún mayores riesgos de exclusión. Por ello, en 1987 nacía la Comisión Antisida con el objetivo de dar información sobre el virus, su transmisión y prevención y ayudar a los colectivos más afectados. "Desde entonces, la situación ha mejorado mucho en la eficacia de los tratamientos y la conciencia de la importancia de hacerse las pruebas para poder acceder a la medicación antes y controlar mejor la enfermedad que, gracias a esto, se ha cronificado", explica Mikel Resa, educador y sexólogo de la Comisión Antisida de Álava.
Su labor se unió a la de muchos otros movimientos que buscaban evitar la creación de guetos. Y es que el miedo a lo desconocido y a los devastadores y rápidos efectos mortales que demostró tener el VIH en sus primeros años de existencia, creó falsos mitos y prejuicios que fueron muy complicados de combatir como la posibilidad de transmisión por un estornudo, dar un beso o la mano o compartir cubiertos. "Hoy en día está más aceptado pero todavía hay estereotipos porque no es lo mismo decir que eres diabético o que tienes cáncer a que eres seropositivo. La presión social es mayor", lamenta Resa.
Un gran número de leyendas urbanas que se han ido combatiendo con un trabajo continuo de información y concienciación. Así las cosas, después de que a mediados de los 90 se alcanzara la mayor cota de nuevos casos de VIH en España, se fue reduciendo el número de infecciones hasta que en los últimos ejercicios apenas si se han contabilizado un millar en todo el Estado.
Un cambio de tendencia que también se ha reflejado en las vías de transmisión. De hecho, Álava apenas suma ya registros a través de jeringuillas, mientras que la vía sexual ha vuelto a tomar peso en la estadística global. Precisamente esta realidad ha encendido las alarmas de los colectivos que trabajan con el VIH, ya que refleja una vuelta atrás en la conciencia social de la necesidad de tomar precauciones en el ámbito sexual. "En este tiempo se ha avanzado mucho en la información con campañas de sensibilización, pero hay que reforzar esta labor hacia ciertos colectivos en los que se ha visto un repunte en la transmisión por relaciones eróticas", apunta Resa al respecto.
riesgos muy caros Y es que 30 años después, los descuidos siguen sucediendo demasiado a menudo quizás por el desconocimiento de los jóvenes de los efectos más terribles que tuvo el sida en su día, la creencia de la dificultad de perder en la ruleta rusa del riesgo y la gran calidad de vida que los seropositivos han alcanzado gracias a los avances médicos.
Porque la investigación ha supuesto en estos años el otro gran bastión de la lucha contra el VIH. Los descubrimientos en los tratamientos han conseguido que esta enfermedad haya pasado de ser mortal a crónica y, en la actualidad, ya se hacen esfuerzos para recortar la expansión del virus con nuevos métodos como la circuncisión, el uso de una gelatina microbicida para las mujeres o el tratamiento de los infectados que reduce el riesgo de transmisión sexual.
Aun así, la realidad señala que la lucha contra el sida sigue sin estar al alcance de todos. A pesar de los avances, no existe la esperada vacuna contra el virus por lo que los afectados sobreviven y las transmisiones desgraciadamente hacen engrosar la lista de pacientes. La investigación y los tratamientos son cada vez más necesarios y esto implica una inversión que no siempre se puede permitir.
Sin ir más lejos, el Fondo Mundial ha entregado desde su creación en 2002 casi 22.000 millones de dólares de subvención y, aun así, sólo una de cada tres personas que necesita tratamiento lo recibe y por cada dos que acceden a él, se registran cinco nuevos enfermos.
Unos datos que señalan que el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida sigue ahí y que hay que seguir trabajando para frenar su avance. La labor está al alcance de la mano de toda la sociedad. Sin olvidar la necesidad de una educación generalizada, de una prevención adecuada y constante y de informarse de manera adecuada para lograr una mayor integración de sus enfermos.