Nanclares de la Oca. La gallina de la cárcel de Zaballa ha dejado de poner sus huevos de oro en Nanclares de la Oca antes de lo previsto. Durante la construcción de la macroprisión, los operarios de las subcontratas de FCC desayunaron, comieron, cenaron, tomaron copas y pernoctaron en las instalaciones del pueblo pagando religiosamente. Cada cual, lo que consumía. Se ganaron la confianza de los tenderos y hosteleros del lugar, por su simpatía, por los beneficios que dejaban y porque no daban problemas. Pero desde enero, cuando tocó ir pensando en dejar las tierras alavesas y en desplazarse allá donde un nuevo proyecto constructivo les llamara en forma de sueldo, los trabajadores de una de las subcontratas, concretamente de la radicada en Jódar (Jaén) bajo el nombre de Painsur, empezaron a dejar sus cuentas sin liquidar y a sembrar la localidad de pequeñas deudas.

Ahora, la firma, una sociedad limitada unipersonal, ha sido desmantelada. Nadie se hace cargo de los impagos y los responsables de FCC, que hasta hace unas semanas garantizaban a los acreedores que cobrarían el dinero "fuera como fuese", ahora les dicen que no hay de dónde sacar para cubrir tanto pufo. En algunos de los establecimientos de Nanclares de la Oca, como en el Merendero Rosa, donde siete de los empleados de Painsur hacían vida completa, el cañón que han dejado asciende a 5.000 euros.

El grupo de morosos que se ha ganado acceder a la categoría de persona non grata en la localidad, se compone de once jienenses. En Nanclares casi todo el mundo que regenta un negocio les conoce y antes de que desaparecieran definitivamente les había retirado el crédito. Durante los últimos meses, su modus operandi consistía en ir dejando a deber pequeñas cantidades aquí y allá. Cambiaban constantemente de punto de suministro, hasta el punto de que en el pueblo se les conoce en la actualidad como los "paquípallá".

En esta historia de picaresca, el Merendero Rosa se ha llevado la peor parte. Rosa explica que un grupo de siete empleados de Painsur, cinco operarios y dos jefes, comía, cenaba y dormía en sus instalaciones. La empresa, mensualmente, abonaba los gastos. Hasta enero, momento en que se acumularon dos talones incobrables. No tenían fondos. Montse, hija de Rosa y trabajadora en el establecimiento, devolvió de buena fe uno de ellos para que le reenviaran otro correcto. Nunca llegó. Entonces, comenzaron a llamar a FCC y a hablar con "un tal David, que debe de ser el contable". Éste les comunicó "hasta en seis ocasiones diferentes", que cobrarían los 5.000 euros que se les adeudaban. Según manifestaba su interlocutor, FCC retenía una fianza a Painsur que emplearía en caso de necesidad. Y aquello era una necesidad.

Tras la devolución del talón sin fondos y con el nerviosismo en aumento, Rosa y Montse volvieron a llamar a David, que dejó de contestarles. Emplearon números desconocidos hasta que lograron hablar con él, pero para aquellas alturas su discurso había cambiado. El reguero de deudas dejado por Painsur era de tal magnitud que doblaba la cuantía de la fianza depositada. No había dinero y no cobrarían. "Nos dijo que teníamos que haberlo denunciado hacía meses, cuando anteriormente nos había dicho todo lo contrario, que estuviéramos tranquilas porque íbamos a cobrar", explica Rosa. Lógicamente enojadas, han resuelto poner el asunto en manos de su abogado y no descartan acciones legales.

Pero no todas las deudas han sido de la misma magnitud. En la panadería de La Vitoriana, en el centro del pueblo, tras meses y meses de pagar puntualmente las barras que luego se llenaban de embutido de cara a la hora del amuerzo, llegó un día en que al que le tocaba pagar de los tres que acudían regularmente al local, no tenía dinero. "Preguntó por un cajero y yo le indiqué dónde podía ir a sacar dinero. Me dejó el pan a deber y me aseguró que al día siguiente a más tardar me lo pagaba. No les hemos vuelto a ver", señalan Montse y Vanesa desde el otro lado del mostrador. En el bar restaurante Iruña, la historia se repite. Alicia recuerda que solían pasar por allí tres trabajadores y que siempre pagaban la comida. Después de que se juntaran dos menús del día sin abonar, se esfumaron. Otros 60 euros de deuda a apuntar en la cuenta.

A la entrada del municipio, tras la barra del bar Siglo XXI, Laura recuerda que, en su caso, se presentaban 11 trabajadores. "Tomaban cervezas y cubatas y comían bocadillos. Lo dejaban sin pagar y se lo íbamos apuntando. Un amigo que trabaja en las obras de la cárcel nos decía cuándo les pagaban y entonces cobrábamos", detalla. Lo malo fue cuando se acumularon 2.500 euros de pufo en un solo mes. "Mi padre subió varias veces a Zaballa y le decían que tenía que presentar facturas, pero al final les presionamos y conseguimos que nos lo pagaran todo", se alegra. En su caso, hubo final feliz.