Vitoria. Desde sus inicios, los centros educativos se han considerado como simples espacios de ejecución en los que los profesores se han limitado a impartir contenidos previamente establecidos por la Administración. Para Gairín ha llegado el momento de acabar con el concepto tradicional de escuela, entendido como una suma de aulas con sólo una cosa en común: el horario. Aboga por flexibilizar la estructura organizativa para adaptarse al contexto actual y a las necesidades con las que se van a encontrar sus alumnos en el futuro.
¿Considera que el modo de funcionamiento de los centros se ha quedado anclado en el pasado?
En parte sí. Es cierto que los cambios nunca pueden ser radicales porque la tarea educativa es una tarea de continuidad. Diría que las estructuras han ido evolucionando, los centros hace unas décadas eran unidades aisladas y ahora ya hay elementos de coordinación. Pero también es verdad que deben evolucionar más. Si queremos un trabajo más coordinado necesitamos reforzar estas estructuras con más tiempo, con proyectos más colectivos. Se deben flexibilizar más las unidades básicas, por medio del trabajo en las aulas con proyectos más interdisciplinares.
¿Qué porcentaje de centros diría que se han quedado atrás?
En un estudio que hicimos hace ocho años sobre estadios organizativos comprobamos que el 80% de los centros se encontraba todavía en la primera fase, pero depende mucho de los sistemas educativos. En el caso de Euskadi yo no diría eso y menos en el caso de las ikastolas, que es un sistema bastante evolucionado. El trabajo en proyectos colectivos forma parte de su propia esencia.
¿Tienen los centros suficiente autonomía para transformar su forma de organizarse?
Se dan dos circunstancias. Una, que el sistema que siempre ha controlado los centros desconfía de su capacidad para autorregularse, y tiende a dar cierta autonomía pero, paralelamente, establece normas y procesos que en el fondo restringen esa autonomía. Hay una contradicción en el sistema. En una época en donde formalmente se dice que las escuelas pueden ser más autónomas en su proyecto pedagógico, en su propuesta organizativa, es cuando ha habido más normativas. Por lo tanto, por una parte no se les deja a los centros su propio destino. Y por otra parte, a algún tipo de centro también le va bien que no haya mucha autonomía, porque eso significa que hay que debatir internamente y poner en evidencia diferencias de criterio entre profesores. Hay por lo tanto una ambivalencia por parte del sistema, que da más autonomía pero la quita por otra parte, y también hay ambivalencia por parte de los centros, que reclaman autonomía pero cuando la tienen, no siempre la usan.
Hablando de autonomía... Hace ya más de un año que el Gobierno decidió que los centros educativos debían utilizar sí o sí ordenadores portátiles y pizarras digitales. ¿Cree que se ha procedido bien en la implantación del programa Escuela 2.0.?
Soy más partidario de ofrecer a los centros oportunidades y que ellos las tomen mediante una especie de contrato, que no promover un cambio generalizado desde arriba que luego, si el contexto de las escuelas no es el idóneo, no es efectivo y resulta una inversión perdida. Lo que ha pasado en algunas comunidades autónomas es que en la implantación de las nuevas tecnologías se ha promovido un cambio desde arriba, las escuelas se han dotado de ordenadores y luego los profesores no los usan.
¿Están los profesores preparados para este nuevo contexto que se ha generado a raíz de la implantación de las TIC en las aulas?
Algunos sí y otros no, pero el problema no es ése. Si entendemos que las TIC tienen que incorporarse al currículum, el profesorado, como cualquier otro profesional, debe buscar los medios para prepararse. Es su responsabilidad dar la respuesta más adecuada a los nuevos tiempos y la función de la Administración es proporcionarle medios. En estos tiempos ya no vale decir que te falta preparación.