J.V.- ¿Estamos hablando, como dicen muchos, de un signo de inteligencia?

I.Q.- Sin duda, es un acto de inteligencia y uno de los mejores mecanismos de adaptación que existen, diferenciando bien el sentido del humor del ser gracioso.

J.V.- ¿Es, además, una muestra de salud mental?

I.Q.- Como te decía es un excelente mecanismo de adaptación, uno de los más sanos. Quien tiene un sano sentido del humor ironiza lo justo y es oportuno en sus bromas.

J.V.- Como dice la Iglesia de la caridad, el sentido del humor bien entendido empieza por uno mismo. Hay que empezar por reírse de lo que le pasa a uno...

I.Q.- Sí. Debemos llegar a alejarnos de las cosas de nosotros que no nos gustan y desvestirlas de tremendismo para ver que forman parte de un todo y que podemos reírnos de ellas para poderlas llevar mejor. Para hacer humor y bromas, hay que saberlas tolerar y nada mejor que aplicarse uno mismo el cuento.

J.V.- En cualquier caso, hay que poner un límite. Las bromas pesadas, ridiculizar cruelmente a alguien... Es otra cosa.

I.Q.- Sí. Hay personas que se quieren vestir de británicos sin serlo y no miden como ellos dónde llega lo irónico para pasar casi sistemáticamente a un sarcasmo fácil que nada tiene que ver con el humor fino. Esto termina cansando... y ofendiendo.

J.V.- Sin embargo, con tacto, llegamos a poder reírnos de cosas tremendas. Un ejemplo cercano lo tenemos en lo que supuso en su momento el programa ¡Vaya semanita!

I.Q.- Tú lo dices, con tacto y con toneladas de originalidad e inteligencia. Allí se abordaron de forma ingeniosa muchas cosas que jamás nos habíamos atrevido a caricaturizar en este país.

J.V.- Cada persona lo manifiesta de una forma diferente. Hay quien tiene un humor expansivo y hay quien lo muestra en pequeñas gotitas.

I.Q.- Sí (hoy no dirás que te llevo la contraria). Ambos son necesarios y no se pueden sustituir el uno al otro. Además, cada uno tiene su momento y no sería capaz de escoger uno de los dos como mi favorito, porque disfruto de las dos formas de expresar el humor.

J.V.- Es importante saber administrarlo. No todos los chistes tienen gracia en todas las situaciones. De nuevo, cuestión de tacto.

I.Q.- Es lo que acabo de decir. Cada ocasión merece una actitud y un respeto hasta en las bromas. Por algo hemos dicho que el sentido del humor es una expresión de la inteligencia.

J.V.- ¿Por qué, aunque no queramos, nos hacen gracia situaciones que no la tienen? Hablo de la clásica caída de alguien.

I.Q.- Eso está estudiado y es un reflejo de la crueldad colectiva que inconscientemente llevamos los humanos. Porque puede parecer una tontería, pero no es lo mismo reírse de una caída justo cuando sucede (cruel, porque es muy probable que el/la que se ha caído se haya hecho daño) que reírse una vez transcurrido el tiempo suficiente para saber que nada malo ha pasado y ya evocas, y exageras, las partes más llamativas de esa caída.

J.V.- ¿Tener buen o mal humor es un rasgo permanente de la personalidad? ¿Hay bienhumorados y malhumorados perpetuos?

I.Q.- Sí, los cascarrabias existen. Las personas con tendencias paranoides, con facilidad para personalizar las bromas tienen habitualmente mal humor. Los muy obsesivos y rígidos, que comparten algunas tendencias con los paranoides, toleran fatal las bromas. Sin embargo, los expansivos viven casi siempre de buen humor y a todo le sacan el chiste y la parte alegre.

J.V.- ¿Nos mejora el sentido del humor el paso del tiempo?

I.Q.- No te creas (ya era hora de poder discrepar un poco con lo que me planteas, ¿no?). Este es un ejercicio personal de lo más laborioso y entretenido. Suelo decir que si te sientas en una calle de una ciudad o de un pueblo y te dedicas simplemente a observar, aprendes muchas cosas. En la vida aprendes muchas veces por la mera exposición a las diferentes experiencias que nos toca vivir... pero el humor es algo que es un conjunto de tiempo, experiencia, observación e inteligencia aplicada a ensamblar estos factores de una manera entrañable y divertida para nosotros y, sobre todo, para los que nos rodean.