vitoria. El centro para la defensa del consumidor nace en el año 2001 con el fin de garantizar a la población de El Salvador los derechos más básicos como el agua potable, la alimentación o la energía eléctrica. Pese al alto nivel de pobreza del país, el centro comprueba cada día con preocupación cómo los habitantes se dejan llevar por los anuncios publicitarios y por las modas, hasta el punto de que algunos incluso se llegan a gastar buena parte de sus salarios en operaciones de cirugía estética con el fin de alcanzar belleza y éxito.

Si no fuera por la situación tan delicada que vive el país, ¿los hábitos de consumo de El Salvador y Euskadi no difieren mucho, no?

Al contrario de lo que pudiera parecer, en El Salvador existe también un nivel de consumismo impresionante. Tanto es así que es el tercer país más consumista del mundo, pese a que el índice de pobreza es del 40%. Ha sido dentro de la lógica del proceso de globalización que con el tiempo nos ha hecho buscar referentes para vivir bien, que no siempre lo son tanto. Los mismos rótulos de publicidad que están acá existen allí también. De cada 100 dólares ganados, los salvadoreños gastan 102, por lo que la situación es mucho más alarmante aún. Es un problema estructural que les debe obligar a modificar toda su conducta para garantizar los mínimos básicos.

Usted insiste allá donde va en la necesidad de cambiar ciertos hábitos que vayan orientados hacia un consumo crítico. ¿Cree que en Euskadi puede calar esta idea ahora que estamos en crisis?

Lo que cada consumidor debe reflexionar es hasta qué punto tiene capacidad real para decidir o se está dejando llevar a través de un proceso autómata que le arrastra a través de la publicidad. Está claro que muchas de las necesidades de las que hablamos diariamente son necesidades creadas.

¿Y cómo se puede conseguir ese cambio de actitud?

Yo creo que tiene que ver con dos elementos fuertes. Por un lado, el proceso de concienciación, y por el otro, la apertura y la visibilidad de alternativas. De pronto, el problema que tenemos es que no hay más alternativa que la que este modelo nos ha empujado a utilizar. Al no conocer otras formas de consumo, como por ejemplo, las cestas familiares que trata Setem en cuestión de alimentación, la producción local, el consumo fuera del supermercado..., éstas no se tienen en cuenta. Hay que hacerlas visibles.

En este sentido, ustedes en El Salvador están trabajando para tejer alianzas directas entre consumidores y productores.

Hay que romper el circuito que produce estos vicios asociados al consumo, y ahí es donde estamos generando un proceso de propuestas que desemboquen en una práctica de consumo y de producción distinta. En El Salvador, aún con los niveles de pobreza que tenemos y de los altos niveles de consumo que existen, a los ciudadanos todavía no les entra una lógica más allá de la del intermediario. Es ahí donde estamos trabajando para que la incidencia sea local.