vitoria. Mal que le pese, María Cuadrado ha sido una fumadora de segunda mano empedernida. "En una noche de fin de semana, cuando las cenas y las sobremesas eran largas, yo me fumaba pasivamente hasta cuarenta cigarrillos". Dos paquetes enteritos sin siquiera dar una calada. "Había muchísimo humo y, aunque limpiases, el local se quedaba con un olor muy desagradable. Venir al día siguiente limpito y entrar en un sitio que olía mal del día anterior era horrible", asegura la propietaria de L"Oliva, el primer establecimiento hostelero que se declaró libre de humos en Gasteiz.
Lejos de impregnarse sólo en su pelo, el humo también hacía mella en su salud. "Soy asmática y el tabaco agravaba mi situación. Cuando cogía un catarro, la tos no se me quitaba y tardaba mucho en curarlo". Por eso en 2008 se armó de valor y colgó el cartel de prohibido fumar. "Tenía muchas ganas de hacerlo, pero por mi negocio tenía miedo. Decía: Jo, a lo mejor tengo un rechazo enorme". Nada más lejos de la realidad. "Los fumadores han seguido viniendo. Les resulta un poco molesto tener que salir fuera, pero cuando están comiendo, agradecen el ambiente limpio. Además, muchos dicen que así se evitan esos cuatro cigarrillos tontos que se fuman a veces. Los no fumadores, que son muchísimos más, están encantados de la vida", atestigua.
Convencida de que los dueños de los bares "tienen que estar contentos de trabajar sin humo", aunque algunos se resistan a admitirlo, María le quita hierro al polémico asunto. "Yo estuve tres años trabajando en restaurantes de Italia. Desde enero de 2004 ya no se pudo fumar y la gente armó un revuelo parecido al que se ha armado aquí ahora. Al principio todo el mundo decía: ¿Cómo no nos vais a dejar fumar en las discotecas? Es inconcebible. Han pasado los años y la situación ya forma parte del olvido. La gente se ha acostumbrado a fumar fuera".
Respetuosa, María sólo pide para sí lo mismo. "La gente puede hacer con su cuerpo lo que quiera. Si una persona se quiere matar a colesterol y comer muchísimo, será perjudicial, pero déjale. Aquí de lo que se está hablando es de que había una ley que protegía a los trabajadores y en la hostelería no se aplicaba y eso era injusto", denuncia.
Antes de entrar en vigor la ley, María evitaba frecuentar otros locales porque ya no soportaba los ambientes cargados. En el suyo, antes de declararlo libre de humos, no le quedaba más remedio que tragar. Algo que han sufrido todos los profesionales de la hostelería hasta hace apenas un mes. "Yo no digo que fumar sea pecado, pero si yo estoy trabajando no tengo por qué respirarme los cigarrillos de cuarenta personas. Aunque yo sea fumador, ya me fumaré los míos, pero no me tengo que fumar los de los demás. Y no estaba protegido. Ése es el único argumento que tira por tierra todos los demás", afirma.