El trío de Oriente siempre se porta. Por arte de magia, la crisis económica mutó ayer por la mañana en Álava en infinidad de juguetes y clientes satisfechos. Rubén quería una guitarra eléctrica fosforita, un Pocoyó y un circuito de coches, y se los encontró debajo del árbol. Aintzane soñó con una Monster High de cabellos locos y microscópica falda, y Melchor se la trajo envuelta en un paquete que no dejaba lugar a dudas. Mikel puso en el primer puesto de su kilométrica lista de solicitudes una Moltó Cross, y sobre ella voló por la plaza de la Virgen Blanca cuando todavía sus aitas trataban de digerir el roscón de nata. Y Maika no salió de su casa del barrio vitoriano de San Martín hasta bien pasada la una del mediodía, con uno de sus diez regalos bajo el brazo y ansiosa por descubrir los que los Reyes Magos le habían dejado en los pisos de los tíos y de los abuelos, en Coronación.
Fue un día grandioso el de ayer, el sumun a una noche de poco sueño y muchos nervios. Y eso que a pie de calle no se notó tanto la visita de los monarcas de Oriente como antaño, cuando los chavales asaltaban las plazas con sus balones de fútbol, los patines, las bicicletas, los kit de enfermeras y peluqueras, o los carritos con muñecas. Los padres dan las explicaciones. "Se ha perdido bastante la tradición de jugar en la calle en general, y eso se nota el día de Reyes, aunque nosotros hemos querido regalar cosas con las que el crío no se quede encerrado en casa", explicó Pedro, enfundado en un abrigo de paño reluciente, mientras vigilaba a su hijo de nueve años. Iñigo le había hecho madrugar para estrenar en La Florida su monopatín de última generación. "Es súper chulo. Y baja las cuestas muchísimo mejor que el de Iker", explicó el agasajado, en referencia a su mejor amigo y compañero de clase.
Mikel, de diez años, salió de casa con las manos vacías y el gesto torcido. Sus padres querían tomar el vermú en la calle Dato, así que apenas tuvo tiempo de calentar el mando de su Play Station 3. Sí, pertenece a esa horda de chavales enamorados de los videojuegos, regalo estrella de la Navidad desde hace ya varios años. "No nos parece mal que tenga una consola, mientras la utilice de forma controlada. Además, nosotros entre semana trabajamos, así que tampoco puede salir a la calle tanto como nos gustaría", razonaron sus padres, mientras él preguntaba a cada minuto si se iban ya.
A Aitor, sin embargo, costó sacarlo de la calle. Le regalaron lo que más quería en este mundo, la peonza Beyblade Metal Fusion, y no dudó en estrenarla en la plaza de debajo de casa, en compañía de su hermano Jon. Mientras tanto, Irati, la txiki de la familia, se entretuvo con un hada del siglo XXI y su patín rosa de Hello Kitty, el mismo modelo que llegó al hogar de June. "Es la más bonita", relató ante la mirada traviesa de su hermano. "Eso son cosas de niñas. A mí me han traído un Gormiti y un juego para la Wii que mola un montón".
REIVENTADOS Gormiti y Wii... Son otros tiempos, sin lugar a dudas, aunque los juguetes de siempre, sobre todo los reiventados, siguen teniendo cabida. Montse y Merche llegaron a casa de su sobrina, cerca de la Avenida Gasteiz, cargadas de bolsas que los Reyes Magos les habían dejado en casa. A Marina le aguardaban la Nancy Amazona y La Boutique de Nenuco. "Qué ganas de verle la cara al abrir los paquetes, qué ilusión", apuntaron las cumplidoras tías.
Con el mismo deseo se acercaron a casa de sus nietas Isabel y Manuel, dos abuelos muy actualizados dispuestos a maravillar a las niñas de sus ojos con varios productos de Patito Feo y Bob Esponja. "No sé que tienen estos personajes de la tele. Cuando fue Baltasar a la tienda, estaban casi agotados", aseguraron. Por suerte, el monarca llegó a tiempo. Y, gracias a la diosa fortuna, Miren y Natalia son ahora más divinas y amarillas que nunca.