ALGUNAS fechas del calendario transportan, se quiera o no, a la esencia misma del sentimiento navideño. Ocurre, por ejemplo, con el jueves antes de Nochebuena, jornada en la que Vitoria celebra su mercado agrícola. El ambiente, los puestos, el regreso de los animales a la Plaza Nueva y la alegría de las compras, apuntan inequívocamente en una sola dirección y resulta prácticamente imposible no dejarse contagiar por la marea navideña o salir del recinto sin una bolsa o dos bajo el brazo. Resistirse al humear del talo, al aroma de los productos frescos, a los brillantes plumajes de los capones o al sello de la tradición en los productos de artesanía, sencillamente no procede en un día como éste.

La tradición manda y ya a partir de las nueve de la mañana había gente deseando entrar en la plaza para ver los puestos. Un centenar de escaparates que no requiere de elementos de diseño para hipnotizar al personal. Ni la ligera lluvia ni el frío lograron arredrar a los fieles de la cita anual y ya para las diez el recorrido por los tenderetes se completaba a paso lento, sorteando a la multitud, a los paraguas y a los carros de la compra.

Como es habitual, los puntos en los que se regala algo siempre triunfan y así la caseta del Ayuntamiento de Vitoria, en la que todos los visitantes salían provistos gratuitamente de calendario y una pequeña bolsa -ecológica-, presentaba cola perpetua. "Es un roble", comentaba encantado Antonio tras recoger el agasajo municipal, revolver en la bolsa y comprobar que contenía una maceta. "Es un quejigo", puntualizaba Lorena. En realidad, ambos llevaban razón, ya que el quejigo en cuestión es un roble carrasqueño, así que todos contentos.

Quienes tenían frío se acercaban a la esquina de la Ferre, dotada de potentes estufas de pie y de una pequeña barra exterior en la que se servían bebidas calientes. Toda una idea. Otros templaban el organismo a golpe de talo con chorizo, o con morcilla, o con panceta, en el puesto que María Mitxelena gestionaba al pie de la puerta del Ayuntamiento. A cambio de cinco euros, los clientes se llevaban una de estas sabrosas tortas que, como también es tradicional, el personal siempre acaba diciendo que es cara. "Está claro que sacamos algo de beneficio, porque si no no vendríamos, pero tampoco tanto. Sólo usamos harina de maíz, txistorra, chorizo, panceta y el resto de los productos son de primera calidad y luego está la mano de obra. ¡Si hasta es apto para celíacos!", convencía María. Llegada de la localidad navarra de Saldias, esta era la primera ocasión en que probaba suerte en la feria gasteiztarra. "De momento, la cosa está bastante tranquila pero esperamos que a partir del mediodía se anime", sopesaba.

Frente a los puestos de comida, pero de la de llevar a casa para cocinar, también se arremolinaban los interesados. Como en el de Rosa Suso, llegada a Vitoria desde Maeztu con "auténtica morcilla de Álava". Fiel a la cita del mercado navideño "casi todos los años, pese al frío o la lluvia", no sólo ofrecía la cara más conocida de este popular embutido, sino que exponía cuatro tipos diferentes, crepes de morcilla y crema de morcilla con trufa, una creación específicamente diseñada este año para la feria de la trufa y que "está funcionando muy bien". La de arroz iba a 4,90 euros el kilo, mientras que las envasadas, de verdura o delgadas, costaban dos euros. Para rematar la faena, de cara a las comidas de celebración que se avecinan, Rosa entregaba un pequeño folleto con tres originales recetas de cocina firmadas por Juanjo Martínez de Viñaspre, Anemias. Flan de morcilla con crema de lentejas, croquetas de morcilla y revuelto de morcilla. Tres ideas tan sencillas como deliciosas.

Unos puestos más allá, a Agustín y a su mujer les faltaban brazos para atender la avalancha de peticiones. Despachando paquetes, cobrando y atendiendo a gran velocidad para capear las cerca de cien personas que se aglomeraban en su punto de venta, se asemejaban a la diosa hindú Shiva. Llegados directamente desde Guijuelo, sus ibéricos eran los que más tirón tenían entre el respetable. "Llevamos 20 años viniendo al mercado de Vitoria y estamos encantados. Tenemos hasta clientes fijos", manifestaba, orgulloso, el matrimonio. Y no era de extrañar, con el jamón y el lomo ibéricos de bellota a 30 euros el kilo, la paleta a 25 y el chorizo y el salchichón a 12. "Es que, además, todo lo que traen está muy bueno", garantizaba una de las fieles clientas.

Con un amplio repertorio de aves a cuestas había llegado Federico Guinea desde la localidad alavesa de Tuesta para retomar la tradición animal del mercado navideño. Se echaban en falta los patos, gallinas faisanes y palomas. "Traigo un poco de todo lo que tengo por casa", señalaba orgulloso el experto avícola que más tarde se haría con un accésit en el concurso de Caja Vital. Eso sí, sus capones eran lo más apreciado por los visitantes, que no dejaban de admirar y, sobre todo de preguntar por el precio. "Los tengo a 25 euros, que no está nada mal para un animal de cinco kilos. De momento he quitado dos, pero todavía quedan muchas horas por delante", indicaba mientras mostraba orgulloso uno de sus mejores ejemplares.

Pero la feria también reserva un hueco para los artesanos que, como José María García, de la localidad cántabra de Reinosa, habían desafiado a la meteorología. "Vengo todos los años -explicaba mientras realizaba una demostración con uno de sus tiragomas-, al mercado de Navidad y a Santiago. Este año me estaba asustando un poco porque por el camino no hacía más que nevar, pero al final hemos llegado sin problemas". En su puesto, un sinfín de artículos realizados en diferentes maderas y mimbre. "La cuchara, caballero, cuesta once euros. Es de boj", informaba a un cliente.