Bilbao. Rehenes de un chantaje anunciado. La huelga salvaje de los controladores paralizó ayer el espacio aéreo del Estado, dejando tirados a miles de pasajeros en los aeropuertos en el primer día del Puente de la Inmaculada. La gravedad de la situación obligó al Gobierno español a militarizar las torres de control, una medida inédita para salir de una crisis que pocos olvidarán con facilidad. Según informó AENA, "el abandono masivo" del 70% de los controladores obligó a cerrar a media tarde el aeropuerto de Madrid-Barajas y en efecto dominó fueron cayendo todas las instalaciones aeroportuarias del Estado, obligando a 330.000 personas a perder sus vuelos, y la paciencia. El caos también se adueñó del aeropuerto de Loiu, donde parte de 18.000 personas de 146 vuelos previstos se quedaron atrapadas.

Apenas dos horas después de iniciarse el turno de tarde, y coincidiendo con la rueda de prensa del presidente de Unión Sindical de Controladores (USCA), para informar de que todo iba bien, los controladores aéreos comenzaron a abandonar sus puestos por razones médicas tan poco plausibles como la aducida por los controladores de Baleares: "ataque de ansiedad" masivo. Según Javier Zanón, portavoz de la USCA, "la gente se ha puesto nerviosa y ha habido que llamar a médicos", tras conocer que el Consejo de Ministros había aprobado el Real Decreto que regula su jornada laboral. Esta nueva norma, que de forma extraordinaria se publicó ayer para su entrada en vigor a las 21.30 horas, prevé que Defensa asuma el control de la navegación aérea civil en caso de emergencia y permite a AENA realizar "controles médicos inmediatos" para determinar si un controlador está o no capacitado para el ejercicio de sus funciones en el caso de que éste alegue su indisposición.

Desde primera hora de la tarde se activó el gabinete de crisis, formado por miembros de los ministerios de Fomento y Defensa, para seguir la situación minuto a minuto. El ministo de Fomento, José Blanco, compareció para "pedir disculpas" a la ciudadanía por "el chantaje inaceptable" de los controladores. AENA exigió su reincorporación inmediata al trabajo y recomendaron, en vano eso sí, que los pasajeros no acudiesen a los aeropuertos para evitar las kilométricas colas que se formaron frente a los mostradores de las compañías aéreas, tan perjudicadas, como los propios viajeros. Ante la paralización de los 2.000 vuelos previstos ayer, Fomento decidió reforzar otros servicios de transporte, como Renfe, FEVE y otras alternativas.

Sin embargo, toda alternativa fue inútil. Mediadas las ocho y media de la tarde, los aeródromos del Estado eran ya un auténtico hervidero de gente molesta por un contratiempo que partía en dos sus minivacaciones de la Inmaculada. El Gobierno, en un acto de firmeza decidió tomar las riendas de la situación y lanzó un ultimátum a los controladores, o cejaban en su actitud, o a partir de las 21.30 horas los militares -hasta 300- ocuparían sus puestos. Los minutos corrían y los ánimos se caldeaban. El Gobierno apuró la negociación con la USCA hasta las diez de la noche, hora en la que debía entrar el turno de noche. Sólo la mitad de los controladores se incorporaron al aeropuerto barcelonés de El Prat, desde donde operaron todos los vuelos, a excepción de los que llegaban de Madrid y Baleares. La otra mitad que debía acudir a su puesto no dio explicaciones sobre su ausencia. No se produjo ninguna otra variación en la actitud del resto de técnicos.

Durante algo más de media hora se impuso el silencio informativo, lo que contribuyó a aumentar la tensión acumulada durante toda la tarde. Poco antes de las 23.00 horas, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, firmó la orden que autorizaba a los militares la toma de control del espacio aéreo. Acto seguido mandos militares se dirigieron a los aeropuertos de Madrid, Barcelona, Sevilla y Canarias para supervisar la gestión y se abrió al tráfico una decena de aeródromos militares. A las 23.34 horas, el vicepresidente primero y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, anunció que Defensa había tomado la dirección del control aéreo dada "la situación de extrema gravedad" que se vivía en los aeropuertos estatales. Su siguiente comparecencia pública fue a las dos de la madrugada para informar de la evolución del tráfico aéreo tras el restablecimiento del servicio de control. A esa hora mucha gente dormía a pie de aeropuerto, tumbada sobre su petate o matando el tiempo siguiendo la crisis a través del portátil. Los más intentaban pegar ojo en los hoteles que les habían facilitado las compañías con la esperanza de que hoy no se vuelva a repetir la pesadilla.