"qué tranquila está nuestra tía contigo", repetían María C.E. y sus hermanas a la cuidadora que atendía por las noches a su tía de 85 años. La anciana tenía un carácter difícil y no siempre congeniaba bien con las personas que le rodeaban. Afectada por una enfermedad que conllevaba cierto deterioro cognitivo, María y sus hermanas decidieron que había llegado la hora de que su tía estuviera supervisada. "Yo solía llevarle comida, pero ya en verano del año pasado vimos que ya no tenía fundamento y decidimos coger una chica, que estuvo desde septiembre hasta julio de 2010", recuerda.
María es andereño y en verano retomó el cuidado de su tía. Pero en septiembre tuvo que coger la baja por un problema personal y decidieron, entonces, que la anciana debía estar vigilada las 24 horas, por lo que contrataron a dos personas, dos mujeres que la atendían durante el día y la noche. La que ejercía en horario nocturno era la que mejor se llevaba con la tía. "La tenía camelada y a nosotras también", recuerda ahora María. Por eso, le costó creer lo que le contaba la responsable de la atención de su tía durante el día. "Faltan pastillas", le dijo. Se refería a los comprimidos de orfidal (lorazepam), un tranquilizante ansiolítico que el médico le había recetado a su tía. Cada noche debía tomar uno. Cuando el médico decidió darle media dosis más al mediodía, fue cuando la cuidadora de mañanas se dio cuenta de que las pastillas del frasco disminuían con mayor rapidez de lo que debieran.
Con el beneplácito de María, hicieron una prueba. Un día contaron los comprimidos y al día siguiente se dieron cuenta de que faltaban tres. Es decir, supuestamente, la tía estaba siendo medicada en exceso. "Nosotras notábamos que pedía más cama, y eso que nunca se había echado una siesta. Estaba muy cansada, pero lo achacábamos a un deterioro por la enfermedad", apunta María.
Sin embargo, su opinión cambió cuando descubrieron lo que ocurría: Al parecer, la cuidadora le daba medicación extra "para que no le molestara", concluyeron. Ante la sospecha, le preguntaron directamente a la mujer, que lo negó rotundamente y alegó en su defensa que "ella misma se tomaba una pastilla, porque tomaba mucho mate y le provocaba taquicardias". Ni María ni sus hermanas creyeron la versión de la mujer. "Aunque fuera así, faltaban en el bote más de una. Por otro lado, una persona que se toma un tranquilizante no está en disposición de cuidar de nadie", apostilla.
Fue por casualidad por lo que se dieron cuenta del maltrato que sufría su madre. Un maltrato sutil, casi casi "indemostrable". Su tía falleció finalmente el pasado 14 de noviembre. Los médicos no vieron relación entre lo ocurrido con la sobrexposición a los medicamentos y la trombosis pulmonar que acabó con su vida, tras sufrir previamente una insuficiencia cardiaca. "Lo que está claro es que bien no le hizo, porque no estaba normal y ella era una persona casi independiente pese a la enfermedad, que con una pastilla dormía hasta las ocho de la mañana y, aunque se levantara para orinar, podía acudir sola al baño", afirma su sobrina. Por eso, le pareció raro que un día se orinara en la cama. "Supongo que con tanta pastilla se le relajaron los esfínteres", reflexiona. Su razón para hacer pública esta historia no es más que la de concienciar a las personas que tiene familiares a cargo de cuidadores, para que "les controlen los medicamentos". Ella misma acudió a los Servicios Sociales de Donostia para proponer una campaña, aunque la respuesta que obtuvo no fue muy favorable. "Es de cajón, me dijeron, controlar la medicación", recuerda. Pero como sabe que las personas, como hizo ella, confían en que una mujer, con buenas referencias, puede cumplir con su trabajo, insiste en que, al menos, se esté en alerta.